Bako National Park. Un museo de piedra

Bako National Park, Isla de Borneo, Malasia, 14 de abril de 2016
Hasta los macacos duermen en esta noche húmeda y pegajosa. Al porche de la casa que nos acoge en el Bako National Park, una hora en que los viajeros duermen también desde hace tiempo ya, llega tan sólo el lejano canto de alguna rana. Al día le ha faltado el acostumbrado diluvio de cada tarde.
Hace diez años estuve correteando por esta isla y las sensaciones que acumuló mi cuerpo por entonces recorriendo las selvas de Borneo debieron de quedar vibrando en algún lugar de mi ser con una intensidad poco corriente. Fueron días de intensas lluvias, especialmente por las tardes; bueno, lluvias, aquellos eran auténticos diluvios. Me recuerdo en un porche con la tormenta sobre el tejado como si le estuviera cayendo una enorme cascada mientras el cielo se llenaba con las culebrinas de los rayos que cruzaban entre el espacio de las copas de los árboles dando un toque de irrealidad a la noche, un espectáculo de luz y sonido grandioso que yo vivía más que observaba desde el patio de butacas de una caseta de madera.
Se da el hecho curioso de que de aquel viaje escribiera un libro titulado "Primavera en el Pacífico", el cual lee en este momento Victoria. El caso es que ella de tanto en tanto me pregunta por este u otro lugar, por Kuching, por Meri y Kota Kinabalú para que le cuente algo, y sucede que apenas soy capaz de recordar unos pocos detalles, un puesto de pescado en Kinabalú donde se cenaba junto al mar a la fresca, un bonito atardecer en Miri, una chica con la que me acosté en algún pueblo de la costa, el museo de los gatos en cuya ocasión escribí un post que me gustó mucho (xxcccc), en fin no mucho más; y entonces es ella quien me tiene que refrescar la memoria tras la lectura de mi libro dándome detalles de esto y lo otro de los lugares por los que pasé.
Bien hasta aquí, es cierto que mi memoria es muy mala, sin embargo la realidad más tangible de aquellos días de viaje lo cierto es que vive en una parte de mi cerebro que es ajena al relato corriente del viaje. Me refiero a esa parte de nuestro cerebro que almacena las sensaciones. Olvido una parte considerable del relato de mis viajes, pero sucede la paradoja de que mis sensaciones se almacenen casi intactas. De manera que si quiero saber algo de aquel viaje a través de Borneo lo que me encuentro son las sensaciones que me dejaban los diluvios en lo profundo de una selva a donde sólo era posible llegar en avión,  la sensación de soledad de una tarde en el interior de las inmensas cuevas de Mulu National Park, la magnífica gama de los colores por doquier en árboles, líquenes o rocas, una vegetación lujuriosa que exudaba humedad y calor, los cantos de aves desconocidas, el fragor de las tormentas. No me cansaré de repetir aquella afirmación de Pessoa de que las sensaciones son lo mejor que tenemos, de ahí la conveniencia de mirarlas y darles posibilidades para que se manifiesten. 
Victoria me recuerda el título de algunos de los post que escribiera entonces: El bosque pintor", "El bosque lluvia". Títulos así me recuerdan perfectamente por donde debían de andar mis sensaciones entonces, probablemente exacerbadas por la soledad y el aislamiento con que viajaba al interior de las selvas.
Al parque nacional de Bako se llega en barca, no hay otro modo. Hoy era día soleado y el sol no le viene nada bien ni a mi cámara ni a mi sensibilidad cuando se trata de atravesar bellos tramos de selva. La marea estaba alta y pudimos desembarcar junto a una escalerilla de madera para tocar tierra. La vez anterior, en mi anterior viaje, con la marea baja entonces, fue más exótico, hubo que mojarse el culo para llegar a la playa. Aquel fue un día plásticamente mucho más atractivo, mientras caminaba por el agua con toda mi impedimenta tuve que detenerme varias veces para hacer algunas tomas con mi cámara. Había una luz preciosa, el cielo estaba cargado con negros nubarrones mientras a ras de agua una franja de luz aterciopelada cubría de parte a parte el posible fotograma. En la cocina de mi casa hace años que luce una copia enorme de aquella instantánea del desembarco en Bako.
Así con lo dicho pareciera que hoy no hubiera merecido la pena llegarse hasta aquí. Pues no, que hoy para nuestro placer, pese al sol y a la luz nada benigna fue posible descubrir y pasearse por un variado y magnífico museo de piedra y hacer algunas tomas en rincones oscuros donde los frondosos verdes y las hojas desparramadas por los suelos ofrecían un buen soporte para nuestra afición fotográfica. Al museo de piedra, del que recogimos un amplio muestrario, pudimos añadir al final del día los colores de un atardecer notablemente hermoso. Se me ocurre que es una pena que haya tantas fotografías que vayan a parar a las redes sociales o lugares similares donde tan difícil es apreciar a la velocidad con que los asuntos pasan ante nuestros ojos, una belleza que requeriría pantallas grandes y el sosiego de quien visita sin prisas un museo. Naturalmente no soy tan pretencioso como pudiera derivarse de las palabras anteriores. Me refiero al hecho de que la Naturaleza, pongámoslo con mayúscula como gustaba hacerlo aquella mi novia de cuerpo pequeño y uñas afiladas, es tan generosa, tan abundante, ofrece rincones, a veces encerrados en unos centímetros cuadrados, tan hermosos que es casi un pecado dedicarle una mirada de refilón. Hoy, por tanto, y como tantas veces, no hay ningún mérito en mis fotografías dado que lo único que he hecho ha sido ajustar un diafragma y disparar sobre ese espléndido museo de piedra que se nos ponía delante mientras caminábamos por la selva.

No hay comentarios: