Llueve. Pero en
esta ocasión la lluvia ha tenido la amabilidad de esperar a que acabara mi
jornada, me reposara y terminara de poner la tienda. Después de todo la
situación es maja, terminar el día con el repiqueteo del agua sobre el techo de
la tienda me produce una gran sensación de bienestar.
Me sucede todo
los días que me cueste saber de dónde he arrancado a andar cada mañana cuando
me pongo a escribir mi crónica. Caigo, sí, estuve acampado junto a un enorme
monolito cercano a un arroyo que metía mucho ruido. Cuando despierto también
tardo un poco en saber dónde estoy, es lo que tiene esto de no parar. Incluso
me sucede cuando echo un sueño después de comer. Hoy había sesteado en un banco
que me encontré en el camino y fue tan prolífica la dormida que tuve tres
sueños diferentes, cada uno de ellos relacionado con una parte diferente del
mundo, lo que provocó cuando me desperté que tuviera un pequeño lío en la
cabeza.
Antes de llegar
al col de Sanetsch que era la referencia que aparecía en las indicaciones del
camino, se supera otro collado y el camino discurre por un terreno cárstico,
ese tipo de suelo surcado de continuas grietas y agudas aristas a las que tanto
estamos acostumbrados en Picos de Europa. Andaba de ayuno desde mucho tiempo ya
y mi preocupación no se me iba de la cabeza porque las indicaciones sobre un
lugar para comer eran ambiguas, un tipo de señalización aparecía en el mapa. Resultó
que aquello con lo que me iba a encontrar en el camino era una quesería. No
tenía aquello pinta de servir a mis propósitos pero al sobrepasar una de las
fachadas me encontré con un letrero que decía “Se vende queso”. Descargué,
entré y me encontré con una señora gruesa y un hombre de dimensiones enormes
dando cuenta de un suculento desayuno rural. Pregunté si podía desayunar. Había
entrado sin darme cuenta en la zona suiza de habla alemana y no me entendieron.
Llamaron a alguien que trajinaba en el interior. Salió un hombre joven de
aspecto tímido con botas de goma blancas y ataviado como mi hijo Mario desde
que ha puesto también él su quesería en marcha. Me dijo que sólo vendía queso,
pero mientras me explicaba que había un hotel un rato valle abajo (yo subía) la
vista se me iba a la mesa donde había unas salchichas, un pedazo de beicon,
mantequilla, leche, mermelada. El quesero tenía cara de buena persona, así que
no dudé en insistir. Un momento después hacía compañía en su desayuno a la
pareja que daba cuenta con mucho apetito de lo que allí había. Me puse como el
Quico. Eso de comer bien cuando tienes apetito acumulado y es alguien el que te
ha facilitado el condumio te deja el alma llena de agradecimiento a ese
alguien. Antes de despedirnos se empeñó en enseñarme su colección de queso, una
habitación oscura con aspecto de biblioteca medieval en donde los libros habían
sido sustituidos por quesos de diferentes clases. Le hablé de Mario, mi hijo
menor, de sus cabras y de la quesería-carnicería que había abierto hacía unas
semanas en Valdemanco. Fue una pena porque si mi inglés es muy limitado el suyo
no iba mucho más allá. Y además me sucede una cosa curiosa, cuando hablo con
alguien soy incapaz de pasar del francés al inglés o viceversa, termino mezclándolo
todo y no hay manera de hacerme entender.
Voy aprovechar la
coyuntura de dejar aquí la referencias de la quesería de Mario y su chica, Ana,
por si algún lector de este blog quiere regalarse las exquisiteces de su
producción: queso de cabra de diferentes clases, un riquísimo yogur y carne de
cabrito, cabrito criado en lo montes de la Sierra de la Cabrera y el Mondalindo. Dejo aquí la
localización por si vais a la sierra y queréis acercaros.
https://www.google.es/maps/@40.8721952,-3.6624234,17.26z?hl=es
https://www.google.es/maps/@40.8721952,-3.6624234,17.26z?hl=es
Sigamos. Cuando
dejo atrás la quesería me vuelvo a contemplar el paisaje que tengo a mis
espaldas. Es magnífico. Un hermoso macizo de montañas se yerguen al fondo con
pequeños glaciares colgados de sus laderas. Me alegro de hacer elegido estos paisajes
para mi vagabundeo de este verano. Suiza es un mundo, el reino de las montañas,
todas por descubrir y caminar. Disfruto este caminar día tras día por montañas
que me son desconocidas y cuyos nombres sé que no me durarán más de
veinticuatro horas en la memoria, ese gran agujero mío. Vivo totalmente al día.
Hacia dónde te diriges, me preguntan a veces; y en la mayoría de las ocasiones
tengo que responder que no sé. Además de que mi conocimiento de la geografía
suiza es muy somero sucede que no tengo realmente un plan, llevo algunos
apuntes y hasta el final de la tarde no decido mi etapa siguiente. A veces para
no aburrirme con la misma explicación les digo que voy camino de Austria o
Eslovenia.
Mi llegada a
Gsteig, un lugar realmente pequeño cabecera de valle, fue decepcionante. El
único restaurante había sido contratado para una fiesta privada. No conseguí
que me vendieran otra cosa que unas lonchas de queso y un poco pan. Mi comida y
mi cena para la larga jornada de hoy. Llevo meses intentando quitarme ocho
quilos de peso por prescripción del cardiólogo sin demasiado éxito. De seguir
como ayer y hoy con el tema de la comida en la próxima visita al cardiólogo voy
a volver con la cara de niño bueno que ha cumplido eficientemente sus deberes.
Lo dicho, llueve,
y ahora, al repiqueteo de la lluvia sobre la tela de la tienda se ha unido el
canto de un ruiseñor, lo que da a este descenso mío un motivo más para
disfrutar del final del día.
2 comentarios:
Qué maravilla de paisajes gracias por compartir
Besos
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