Hayedo del Retaule. El presagio de la verdad




Fageda del Retaule, El Ports, 20 de octubre de 2017

Estaba haciendo limpia y me lo encontré: "Me ha rozado el presagio de la verdad”. Creo que aparecía en uno de los relatos de Isaak Babel. Porque estar en la verdad, o simplemente creerlo, como a tantos les sucede, siendo que la verdad puede estar muy lejos -dudemos siempre de aquellos que tan seguros y tan llenos están de sus verdades-, es un asunto que cualquier gustaría dominar pero que de tan escurridizo que es lo mejor que puede suceder es que simplemente la presagiemos. Lejos estamos ya de aquellos tiempos en que la verdad era patrimonio exclusivo de profetas, padres de la Iglesia o del mismísimo Papa que en un arranque de locura de sapiencia se atribuyó en algún momento el don de la infalibilidad. Y es que a un servidor le sucede que cuantos más años cumple menos seguro se encuentra de las verdades que asumió durante media vida. Yo me encuentro con frecuencia en las redes sociales personajes tan seguros y asumidos de sus verdades que me dan vértigo. Ahora, por ejemplo, que estamos viviendo ese pequeño drama nacional que puede terminar con la segregación de Cataluña, los poseídos de la verdad han dado un estirón fenomenal.

Bueno, pues nada mejor que darse un vuelta por las fuentes, es decir, los bosques, las montañas o los ríos, o incluso por este bendito otoño un tanto desteñido por la sequía, para que a uno se le bajen los humos y sus verdades, las de toda la vida, adquieran una dimensión más humilde, de manera que lo que en la ciudad, en la vida cotidiana, en contacto con los medios de comunicación, son verdades rotundas, por efecto del aire de la montaña, el rumor de los arroyos o los colores de un otoño de encanto, se conviertan en blablabla.

En el mundo suceden cosas raras que alteran nuestro comportamiento y el modo de matar el aburrimiento. Voy con un ejemplo. La pasada primavera, como casi siempre que estoy en casa, uno de los principales asuntos matinales tras el desayuno, era ojear la prensa. Con esa realidad sobre los hombros podía darse incluso que me indignase y me pusiera a escribir sobre la actualidad, sobre el desencanto de Podemos o sobre la mafia del PP. Bien, un día de esa primavera tomo un avión, aterrizó en Chamonix y a partir de ese momento durante un trimestre no vuelvo a acordarme de todo eso que me absorbía hasta la indignación; que si Sánchez, a raíz de no sé qué, que Rajoy, que la Gusana Díaz, que el mamporrero de Echenique, que…

¿Qué había sucedido? Muy sencillo. Un servidor, una vez se encontró con las montañas y su historia, los glaciares, las largas jornadas de caminar por una naturaleza salvaje un día y otro y otro hasta perder la cuenta, ya no tuvo necesidad de leer el periódico, ya no le agobió la mafia ni la corrupción ni las desmedidas ansias de poder de algunos. Mis verdades de tiempo atrás, mis preocupaciones de semanas atrás desaparecieron bebiendo el agua fresca de los manantiales, durmiendo a la intemperie, sudando, caminando bajo las lluvias y las tormentas, tumbando al sol junto a un arroyo.

Creo que la cita de Babel de más arriba explica bien lo que había sucedido. Había salido de un mundo de supuestas verdades que me llenaban la cabeza con su estruendo y, con el solo intermedio de un vuelo entre Madrid y Ginebra, había ingresado en otro que me había devuelto a mis orígenes, a esa misma naturaleza que era el entorno del hombre primitivo. Había retrocedido unos miles de años y ahora mi preocupación esencial era protegerme contra el frío, encontrar un cobijo, descansar tras una larga jornada de marcha, encontrar sustento en el camino, disfrutar de un espléndido atardecer. A un hombre sometido a tan primarias circunstancias lo que en definitiva le estaba sucediendo era, acaso, eso que anunciaba más arriba: me había rozado el presagio de la verdad.

La escurridiza verdad al fin se había insinuado en aquel estado de primitivismo susurrando al oído versos y músicas que hablaban de la esencia de todas las cosas, de la esencia de la actividad humana, de la vida, de la muerte, de lo seres queridos. Y también del placer que encierra el esfuerzo, la superación de miedo y el cansancio, la gracia de vivir en un bello entorno.

Hace unos cuantos años había atravesado este macizo de Ports como parte del GR-7, que se inicia enTarifa y llega a Andorra. Fue una sorpresa después de atravesar el austero paisaje del Maestrazgo encontrarme con estas montañas de las que ignoraba su existencia. Se me quedaron en el recuerdo como un lugar al que volver sin prisas en alguna ocasión. Cuando preparaba en casa esta salida de otoño, una de las primeras cosas que hice fue indagar la presencia de los hayedos de la zona. Hoy con Google es tan fácil obtener información… Me bastó teclear Les Ports y la palabra mágica otoño para encontrar un extenso y atractivo material. Nuestro camino de hoy no corría muy lejos de aquel que hiciera con el GR-7, sólo que el aliciente de las hayas y los arces en pleno colorido otoñal, a diferencia de cuando pase anteriormente, en el mes de agosto, daban un toque muy especial a nuestro largo recorrido de hoy. Ocho horas nos llevó nuestra larga caminata. Bojes, avellanos, arces, hayas, pinos, encinas y un terreno quebrado donde sobre el bosque sobresalían grandes pináculo de roca calcárea. El que quiera conocer nuestro otoño peninsular puede incluir aquí este hayedo, es un bello recorrido.


Vínculo al recorrido en Wikiloc.





















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