El peregrino da con sus huesos en la bella ciudad de Toledo



Toledo, 26 de marzo de 2019 

Camino de Levante. Mora-Toledo 

Como leer es la posibilidad de entablar una conversación con el autor del libro que leemos, palabras, las suyas, solidificadas en letra de imprenta que no pueden responder a las mías, que tal sería lo ideal, y que sólo pueden hablar pero no escuchar, no obstante y como Sergio del Molino, autor de La España vacía, es un hombre que propicia la interpelación y la reflexión, como ya me sucedió anoche a raíz de un capítulo que dedicaba a El Quijote, pues allá voy, conversemos, esta vez a raíz del aburrimiento y la soledad en medios aislados como el rural. Mantiene Del Molino una reflexión en torno al aislamiento y la soledad en algún medio rural que le lleva a dar cuenta de algunos ejemplos donde este aislamiento ha degenerado en el enajenamiento de solitarios vecinos, en algún asesinato o en situaciones propias de gente a la que la soledad y el silencio desquicia a punto de hacerles perder la cabeza. 

Obviamente, aficionado como soy a ese silencio y a esa soledad que parecen constituir para el autor uno de los peligros que acecha a la España más vacía de todas, no puedo más que extrañarme de esta extrapolación que hace de unos pocos casos, como si para aquellos que gustan vivir un tanto aislados, fuera a caer inevitablemente tarde o temprano el estigma de la locura y la enajenación. Nada más lejos de la verdad por cuanto precisamente ese silencio y aislamiento es el que hace posible que el individuo se encuentre consigo mismo y pueda experimentar una plenitud que el batiburrillo de la ciudad difícilmente puede proporcionar. Ahí están como ejemplo los fundadores de las religiones más importantes del planeta, Jesús, Mahoma o Buda con sus innúmeros días de soledad y silencio que preceden a su actividad y a sus predicaciones, en “el otro mundo”. Sobra, sobra ruido en exceso en ese “otro mundo” que, si no tuviera la válvula de escape del mar, la montaña o el campo podría sufrir en cualquier momento un patatús :-). Vamos que a Sergio del Pino se le va la mano con eso de los dramas a que dan lugar las experiencias de soledad. Sé que no me va a oír pero si fuera tal le recomendaría algunos libros a tener en cuenta para cuando haga la siguiente edición del suyo; estos por ejemplo: El libro del silencio, de Sara Maintland; Tras los renos del Canadá, de Erik Munsterhjelm o Río Salvaje, una novela que relata la vida de un trampero solitario en invierno en las agrestes tierras del río Makenzie, en Alaska. También le invitaría a constatar las numerosas experiencias de casos de gente que ha vivido en condiciones extremas en los polos o en cuevas en absoluta soledad sin que por ello les haya pasado por la cabeza rajar la tripa a nadie. Me comentaría más tarde David de Esteban, la experiencia del español Fernando Garrido que vivió durante más de dos meses en la cumbre del Aconcagua (6962 metros), la montaña más alta de América Latina. Si Del Molino hubiera conocido estos datos probablemente habría matizado sus conclusiones. 

La mar manchega se ha ondulado y ahora el sendero culebrea entre olivos por tierras de un bonito color ladrillo. Hoy tenía un par de citas en Toledo, una con David de Esteban al que tantas ganas tenía de conocer después de coincidir con él en las redes y de habernos intercambiado algún libro y yo admirar sus acuarelas y otra con Penélope, mi paciente chica que continuamente teje y desteje mientras su Odiseo anda por el mundo de pingo; así que con ello en perspectiva abrevié mi larga jornada y comencé a caminar en Almonacid donde me dejó un autobús un poco antes de que saliera el sol. Amaneció por el borde de una loma, sobre los cardos y los olivos del camino. Era la hora de la compañía de Sancho y su señor en aquellos parajes en que don Quijote manda a Sancho el encargo de hacerse llegar al Toboso para rendir honores a Dulcinea y entregarle una carta de su rendido amante el insigne caballero andante desfacedor de entuertos. El modo en que Cervantes vertebra las andanzas de su personaje con las historias colaterales a que dan lugar los encuentros o aquellas otras que cuentan o se leen en posadas o caminos le permiten ofrecer un amplio fresco, un contrapunto, que enriquece y da una agradable diversidad a la lectura de la mañana. Atravieso Nambroca y Burguillos mientras en la venta, donde nos volvemos a encontrar con Maritornes, mientras don Quijote repara su cansancio de las aventuras del camino, el cura lee la historia de la famosa infanta Micomicona. Estoy empezando a sospechar que mi afición a leer historias que nacieron de las tierras que voy pisando me va a arrastrar a no terminar de leer el Quijote porque mi camino a partir de aquí apunta a Ávila en cuyas tierras será preciso volver a leer a Teresa de Jesús, a la que no visito desde un lejano invierno en que atravesaba los derrumbaderos del Tajo, allá por Peralejos de las Truchas, leyendo su Camino de perfección. Estoy empezando a temer de esta afición a leer lo que da la tierra que pienso que me lleve más allá de Zamora, donde el Camino de Levante se junta con la Ruta de la Lana, y en donde debería finalizar por tanto mi recorrido santiaguil; temer porque estando allí no muy lejos de las puertas de Galicia lo mismo mi ánimo se prenda de la lectura de alguno de los libros de mi muy querido y apreciado Álvaro Cunqueiro lo cual me empujaría a seguir caminando hasta terminar con alguno de sus libros o, incluso me invitara a ir más lejos hasta Finisterre si me prendara de la lectura de Los Pazos de Ulloa, de Pardo Bazán, que tanto tiempo lleva en mis albardas a la espera del momento oportuno. 

Como en algún momento dejara de leer para contemplar el paisaje y poder dar cuenta de él en mi peregrina crónica, que no crónica peregrina, mientras caminaba, esta mañana se me acordaba de una corrida que viera a la sazón días atrás en una emisora dedicada a la exclusividad de los toros. Y en tales circunstancias se me parece que a estas alturas del siglo XXI menester sería inventar y hallar otro modo de diversión donde ninguna criatura de Dios sufriera a costa del disfrute de ninguno de esos salvajes bípedos amantes de la tauromaquia. 

Y como el paisaje no me entretenía lo suficiente como para distraer mis pensamientos, minutos después se me acordó, a continuación del sorpresivo final de la película de Fellini, que concluyera anoche en la Venta del Toledano, venta ésta de camino que disfrutaba de un buen wifi de la misma manera que otras ventas disfrutan de excelentes cuadras o el buen yantar donde es obligado degustar un buen plato de carcamuses. Fellini, tan tramposo como el británico contemporáneo de Cervantes, llamado Shakespeare, que hace malísimo y crédulo hasta lo inverosímil a Otelo por vía de Yago, nos construye un personaje masculino enamorado hasta las raíces de sus cabellos, para convertirlo a continuación, por arte de birlibirloque, para llegar al climax dramático que necesita su película, en un canalla dispuesto a ahogar a su “enamorada” por algo más que por un plato de lentejas. Sea bienvenida no obstante la trampa porque así la película queda, como una morcilla, que diría Paco Umbral, atada y bien atada en su principio y su final, aunque sea a costa del dolido espectador aficionado a los happy ends. El epílogo, la resurrección de Giulietta Masina mientras se mezcla con una fanfarria callejera, nos resarce del disgusto. ¡Grande Fellini! 

Cuando entro en la ciudad y me aproximo a la plaza de Zocodover, Toledo se me parece a las calles de una Venecia tomada en el mes de agosto por los turistas. Toledo, ese oasis en medio del desierto manchego, ciudad de civilización, de cruce de culturas, también de multitudinarias calles recorridas por manadas de turistas en fila como niños guiados por su maestra y del que sería ocioso ensalzar su belleza y esplendor, siendo una de las ciudades más bellas del mundo, me recibe al medio día en unas calles abarrotadas de gentes. Un peregrino en sus calles es un ser exótico del que la oficina de turismo, si le cupiere, haría un baluarte más que añadir a la fanfarria del marketing turístico. A Dios gracias el peregrino pasa inadvertido, encuentra una posada junto a la Puerta Nueva de Bisagra, se ducha, se toma un respiro en tendido supino sobre la cama y da por terminada esta crónica en ese preciso momento. 

El encuentro con el amigo David de Esteban Resino y con mi chica Penélope, pertenecerá a la crónica de mañana, Dios mediante.  



















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