Vivac en Cabezo de la Solana (Gredos)

 




Cima de Cabezo de la Solana, 11 de febrero de 2023

Esperaba más frío. Los chorreones de hielo que ocupaban el ancho del camino nada más salir de la Plataforma daban idea de que la rasca que había caído por aquí había sido respetable. Si en vez de una perfecta cascada casi horizontal la hubiéramos podido poner vertical, ya tendría ahí el amigo Vinches su patio de recreo; y es que yo alucino con esa afición al hielo que se traen algunos, un hielo que a mí me asusta con sólo mirarlo. El Prado de las Pozas apenas tenía nieve pero por aquí y por allá el hielo se refugiaba en pequeñas pozas y arroyos que habían quedado completamente congelados.

Hoy lo que buscaba era un alto desde donde contemplar las cumbres del Circo en perspectiva. El amanecer, las luces del atardecer, esas cosas que tan simpáticas le caen a uno… imaginé ese lugar ideal, la guinda dorada del primer sol sobre el Almanzor y la Galana, las nubes incendiando el horizonte sobre Cabeza Nevada, ese tipo de cosas para cuya contemplación uno sube a las montañas cuando el resto del personal se baja de ellas o cuando a la mañana medio mundo está durmiendo. Excentricidades, ¿verdad, Julio (Gosán)?

Elegí el Cabezo de la Solana para pasar la noche y acaso para estrenar una nueva tienda, si el tiempo se ponía turbio. Una decisión el comprarla que tomé después de algún pequeño percance con la anterior a costa del viento. Los tres problemas principales para mí con una tienda (doy por sentado que todas aguantan el agua) son el peso, la resistencia al viento y sobre todo que sea rápida y sencilla de montar. Para esto último un sobresaliente. En casa fue abrir el paquete y montarla en dos minutos y medio. Respecto a la expectativa de instalarla con viento sí parece óptimo el diseño que han hecho los fabricantes. Del peso, en torno a un kilo cuatrocientos con los herrajes, no se puede pedir más. El viento tiene el aspecto de soportarlo mejor que cualquiera de las otras que tengo. Minimizando siempre el peso de mi macuto, no me he preocupado mucho por la amplitud, pero hoy, cuando me metí dentro tuve la sensación de que esto era un palacio. Se sentirá que estoy como niño que estrena juguete. No es para menos, una tienda es la mejor de las compañeras cuando el tiempo se pone peleón y especialmente cuando debes pasar muchas semanas de un lado para otro de las montañas.

Por preferir prefiero dormir al sereno, que es como estar en íntima conversación con el firmamento y estos amigos de piedra y nieve hechos en esta época del rigor del frío, pero también es agradable encontrar en una cumbre este bienestar sin la molestia del viento que no te deja dormir. Dudé en poner la tienda pero viendo cabalgar sobre los Campanarios y el puerto de Candeleda una purrela de feas nubes, me decidí a ponerla. Cuando me metí en la tienda éstas ya se habían enredado en el Cuchillar de las Navajas y el Almanzor y amenazaban con tomar al asalto la Galana y el Cervunal.

Voy a ver si escribo unas pocas líneas más y me voy con Luis Landero, que días atrás había abandonado en un tramo de la novela que me aburría, pero que anoche volví a rescatar con nuevo ímpetu. ¿Quién duda de que una buena novela puede ser una rara encrucijada en la que en cierto punto no saber qué hacer? La margarita: ¿lo dejo o no lo dejo? ¿Lo dejo o no lo dejo? Siempre es así, si lo que leo no me convence no dudo en abandolarlo a las pocas páginas. Hace una semana salió que lo dejaba porque Faroni-Gregorio, el protagonista, se había metido, eso creía, en un callejón sin salida y me dio por bostezar, pero días después volví a tomar el libro, lo olí como los perros, consideré su consistencia, eché una miradita más allá de ese treinta por ciento que llevaba leído y, tras ello, mi interés renació de las cenizas. Faroni, el nombre artístico de Gregorio, se puso en pie de nuevo y comenzó a caminar al son de mi gusto.

Hoy está bastante sosita la cosa así que no sé si esto verá la luz. Si ningún enanito viene en mi ayuda me temo que lo dejaré sin más y su contenido irá directamente a la papelera. No sé puede escribir sin ayuda de elfos y enanos. Los escritores, los famosos y los que no lo son, se creen que son ellos los que escriben, pero en general esto es mentira, quien realmente escribe la mayoría de las veces son seres etéreos que andan por ahí como las mariposas posándose en el pensamiento de unos y otros. Son ellos los que ponen en las yemas de los dedos de los escritores unas pocas palabras que después actúan de desencadenantes, se meten por los circuitos neurales de los autores y allí a veces arman la de Dios enredando entre los pensamientos, las intuiciones, los recuerdos, las sensaciones, el subconsciente; andan tocando aquí y allá como quien estuviera pinchando discos en una discoteca, y como resultado el aspirante a escritor sufre un algo en su interior que hace que las palabras se le desboquen por aquí y por allá, a veces de una manera tan caótica que después cuesta Dios y ayuda poner orden en lo escrito y darle un aspecto de cierta coherencia, porque en realidad el que escribe a lo que está es a lo que le pasa por el coco, es decir, a lo que los enanitos le han suministrado, que no siempre tiene que ver con el hilo de lo que está escribiendo.

¡Joder, qué incomodidad la de hoy! Definitivamente voy a tener que hablar con la gente de Plumas las Cruces para que me hagan un saco a la medida de mis necesidades, que esto de escribir dentro del saco en invierno cada vez se me hace más penoso. Primero porque  con los brazos encogidos mucho rato la posición se hace insoportable, y después que el interior del saco se me viene encima, me tapa la pantalla, no me deja ver y después sale lo que sale, que a veces cuando “lo traduzco” en casa no hay manera de saber lo que quería decir. Esta gente hace unos sacos muy asequibles al bolsillo y con los que podrías dormir en pleno invierno en pelotas (si no fuera por la mañana tan complicado vestirse dentro); contento estoy en este sentido con él, pero seguro que sería un buen plus si adaptaran los sacos a las necesidades raras de los clientes, sacos para parejas muy enamoradas, sacos en los que en caso necesario poder atender a las necesidades mayores y menores que puedan surgir, en fin, la imaginación al taller, pero sobre todo un saco que sea como estar en mi cabaña, que si me gusta dormir bajo las estrellas también me gusta hacer otras cosas. No puedo pedirles que hagan sacos que vengan equipados con un equipo de música o una pantalla para ver una película en las largas noches de invierno, pero sí, un poquito más de espacio sí me vendría bien. Claro, tengo que reconocer que soy un tipo raro y seguro que el negocio no les iba a ir muy bien si se dedican a hacer sacos para gente que escriba, que a lo mejor no pasan de uno o dos, pero bueno, por esta vez les voy a dejar una notita a ver si se les ocurre algo y para el invierno que viene les compro otro saco que me sirva también de escritorio además de mantenerme los pies calentitos. Tengo que decirles que no se mosqueen que contento estoy, que llevo dos inviernos vivaqueando en cumbres de Gredos y Guadarrama y de frío, nada.

Me he asomado un momento por la escotilla de estribor a ver cómo anda el cielo. Pinta mal, no sé ve ni pijo y por el Circo todo está como boca de lobo. Así que loa a mi tienda y a mi sabia decisión de dejar las estrellas para otra noche.

Tras el primer sueño la cosa se complicó, el viento sopló con fuerza y era difícil conciliar el sueño. Una escandalera de mil demonios que me hizo buscar los tapones de cera. Después de enchufarme los tapones en los oídos volví al sueño como un niño de teta que se acurrucara en el regazo de su madre.

Tan bien dormí que, cuando sonó el despertador, un poco antes del alba, me sorprendió encontrarme la capa interior de la tienda con una película de hielo. Abrí la escotilla y, ¡milagro!, los angelitos de la noche habían trabajado durante horas para dejar todo cubierto de nieve. Apenas se veía a unos metros, así, magnífico, a dormir se ha dicho. Cuando me volví a despertar las nubes trotaban borrascosas y oscuras por la Mira y el puerto de Candeleda. Hacia el oeste no se me ocurrió mirar. Sin embargo la mañana fue bondadosa, mientras desayunaba unos frutos secos y recogía, hasta un poco de sol se abrió paso entre el celaje. Lo demás fue coser y cantar. No mucha nieve en toda la cuerda camino del collado Tejeda, pero suficiente en los senderos para tener que ir abriendo huella casi todo el rato. El espectáculo, ahora ya las nubes posadas por otros derroteros hacia la Mira, desde esta cuerda de las Chorreras sobre el Circo, era realmente magnífico.

 

 

 

 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te sorprendería, la cantidad de sacos raros que hemos hecho en estos casi 30 años ya, lo de parejas de enamorados... Superado, algún que otro bebé se ha gestado en uno de nuestros sacos.
Pero bueno si tú quieres un saco para poder escribir , dame un rato y te lo hago..😉
Miguel...el de plumas las cruces

Anónimo dijo...

Gracias, Miguel, estoy muy contento con el saco que me hicisteis. Mi manía de escribir en invierno en un vivac cuando hacen muchos grados bajo cero, lo sé, es incompatible con la escritura o jugar al ajedrez (las noches son tan largas...), pero se hace lo que se puede. He intentado algún invento para que el saco no se me eche encima pero ha sido un fracaso, así que a aguantar la incomodidad se ha dicho. O, quien sabe, lo mismo algún día hablamos... Ha sido un poco una broma. Ya sabes, el saco es una de las piezas de todo amante de las montañas totalmente imprescindible. Yo tengo una gran relación afectiva con él. Gracias