Vivac en Cerro del Pendón

 


Cerro del Pendón, 25 de enero de 2024

Las cuatro de la mañana. La luna, llena esta noche, ha recorrido ya un cuarto de su viaje por el cielo. Quise recuperar un sueño en donde no ocurría nada extraordinario, pero fue inútil. Llevaba durmiendo siete horas, así que consideré la posibilidad de hacer los habituales deberes. Lo deberes esta noche eran hacer perdurar un presente que se me estaba yendo de las manos debido al cansancio. Me había llevado cuatro horas y media subir desde Guadalix y estaba en exceso cansado para hacer otra cosa que dejarme llevar por lo que el cuerpo deseara, que fue quedarme dormido de inmediato mientras miraba la luna a través del hueco del saco de dormir. Demasiado tiempo sin pisar el monte. Seiscientos metros de desnivel, aunque un largo camino entre encinas y robles y prados, no justificaba mi cansancio, pero estaba cantado que casi cuatro meses de inactividad me pasaban factura. “Así la quisiéramos la montaña cuando la pereza nos puede reanudando el suplicio de Sísifo. Consolaría mi pena buscando la extenuación en los caminos blancos. (Tesson, Blanco).

Leo a Sylvain Tesson desde hace más de una semana, a poquitos, saboreándolo, como el buen vino. Tesson atraviesa los Alpes en invierno con un par de amigos. Tesson se alimenta de sustancias, describe escasamente; trata de hacer de su paso por la montanas, del frío y del peligro de las avalanchas, la sucinta expresión de sentimientos que buscan, pasados a través del alambique de un lenguaje hecho con el oficio del orfebre, la expresión de la pura verdad del vivir. Literatura para paladares exigentes, recorrido interior de quien atraviesa montañas con la idea de nutrir su alma, de hacer de cada jornada entre un refugio y otro un tránsito por la acerada belleza que surge del blanco y del intenso frío de la madrugada, el siseo de los esquís, la inquietud, el alba apuntando por oriente dorando de ámbar las montañas, el canto de sirenas que viene de más allá del deseo de alcanzar cada día al otro lado del esfuerzo y la incertidumbre el descanso, el fuego acogedor que les espera al final de cada jornada. Trabajo de Sísifo al que es difícil encontrarle un sentido pero donde el alma la escondida razón de la existencia.

Subir, bajar, subir, bajar, salir de las cercanías del agua de un mar para llegar a otro mar. En eso consiste el libro de Tesson.

Y después nada, después volver a casa… y recordar, que en eso va a consistir también una parte importante de la vida cuando los años vayan siendo muchos. Después, cuando los largos días de un tiempo lejano induzcan a la ensoñación frente al sol del atardecer. Cosas para el gusto de unos pocos.

Mandaba días atrás a Toti una viñeta de El Roto, “Deberían poner las cumbres a ras del suelo para democratizar su acceso”. Esta era su respuesta:

 

Ya se sabe que las ideas “democráticas” pueden derivar en el absurdo, que a la democracia el alma le importa un bledo y la montaña, entre otras cosas, como brazo de palanca con la que despabilar la pereza, es un buen antídoto contra esas ideas democráticas que ponen el mundo a los pies de cualquier ciudadano con money. Democratizar la montaña. Que el Señor nos coja confesaos. ¡Socorro, que vienen las masas!

Las masas le quitan la chicha y la sustancia a todo lo que pisan, por eso Tesson se va a vivir un invierno al lago Baikal, donde sabe que los treinta, cuarenta grados bajo cero van a ser una barrera infranqueable a la democracia, o se va al Himalaya detrás del leopardo de las nieves. La democracia sirve, aunque de muy mala manera, para hacer política, pero muy poco más.

A la cima del Cerro del Pendón me costó llegar. Peor que los piornos allá por Gredos cuando en cierto momento perdí el sendero. De noche y con los arbustos resecos de estepa negra por medio, no fue fácil llegar al punto más alto. Es largo el camino que llega hasta la cumbre, una cima secundaria que se alza al sur de la cordal prolongación de Cuerda Larga, que nace en el puerto de Moncuera, se alza hasta la cima de la Genciana, continúa por el puerto de Canencia, el Mondalindo y se desvanece en Peña Negra. Frente a mi vivac se adivina, como un  imprevisto resurgir de crispación granítica, la sierra de la Cabrera.

Noche de una calma desacostumbrada, noche primaveral, noche de luna llena. ¿Se disolverá en los años por venir el invierno como un azucarillo en un vaso de agua? ¿Se convertirán los veranos en un infierno de sol y arena?

Cerca de las seis de la mañana. Voy a ver si intento dormir un poco. Por aquí amanecerá a las ocho y media, así que todavía tengo algo más de un par de horas. Siempre merece la pena poner el despertador por ver si el amanecer se presta.

 



 

 

 

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