Querido Julio, mi despedida desde la noche de La Camorca

 

Original de Ángel Pablo Corral. Gracias, Ángel


Cima de La Camorca, 31 de enero de 2824

Querido Julio,

Al vivac me llega el suave olor de la estufa de leña. Victoria y dos chicos segovianos se quedaron allá charlando. Yo preferí refugiarme unos metros más allá en el saco de dormir para escribirte estas líneas. Es agradable ese perfume que desprende el fuego, ¿sabes?  Por encima el consabido paisaje de las noches de invierno sobre las montañas que tan bien conoces, Orión, Casiopea, Sirio… Quién podría decir que no son ya después tantos años parte íntima de nuestros momentos más preciados, ¿verdad, Julio, Julio Armesto? ¿Verdad Julio que sí? Tú nos has dejado, te llevaste en tu corazón tantas y tantas noches de estrellas, cielos infinitos sobre los vivacs del Pirineo, siempre surgiendo sobre las montañas, enormes, bellas, infinitas, acompañando al final de una larga jornada de escalada, de caminar por las cumbres, a ese dulce cansancio que dentro ya del saco de dormir era como una caricia. Estrellas, cansancio, el gozo de contemplar el firmamento al final de todas las fatigas.

¿Sabes? Me dejó algo jodido esta mañana la noticia. Fue un breve guasap de un amigo, unas escuetas y sentidas palabras: “Buen día, Alberto. Siento darte esta amarga noticia: Ha fallecido Julio Armesto… D.E.P. 🙏”. Sentí por dentro un pequeño estremecimiento. Y mira que me había relacionado contigo bien poco, algunas breves conversaciones en las salidas con los amigos del Navi, el último día que nos vimos en Guisando en aquel encuentro de escaladores donde celebrábamos nuestra mutua pasión, y sin embargo cómo no tenerte tan cerca, cómo no recordar esa vitalidad con la que nos regalabas hablando de tu cáncer como si fuera un mero quinto grado que en un plis plas ibas a superar para de inmediato seguir adelante en esa escalada que es la vida largo tras largo.  Ayer, como todas las últimas noches, leía a Sylvain Tesson, Blanco… “Lo había visto todo. Lo puro, lo impuro, la muerte y las panteras con piel de hombre. Y estaba ya maduro para callar y morir”. ¿Serían una premonición aquellas palabras?

Querido Julio, mira que es cosa rara esa de morirse. No para ti que ya te marchaste por los senderos de la nada; rara para los que nos quedamos todavía unos días más; rara porque es muy difícil comprender que tú, que me contaba esta mañana José Luis Ibarzábal, que le decías el pasado sábado lo ilusionado que estabas esperando el nacimiento de tu nieto, que dentro unos días vayas a tener un nieto y se encuentre sin abuelo; raro que el entusiasmo con el que te recuerdo en Guisando ya no exista… raro ser un hombre y una hermosa historia y de repente ser nada, no ser.

Surcaste la sustancia de la vida, tus manos treparon por hermosas paredes de granito, hiciste de la existencia un hermoso relato personal. Ignoro cómo fueron tus últimos minutos, pero pienso que si te cupo la plena conciencia en el momento de tu propia despedida, satisfacción no te debió de faltar. Yo, que ya tengo bastantes años también, pienso con frecuencia en esto de la muerte y creo que no debería ser demasiado triste morirse, algo sí por las cosas hermosas que dejarás atrás, por la familia y los amigos, por los proyectos inconclusos, pero también, siendo como es ley de vida, la satisfacción por haber vivido una existencia de plenitud tiene que ser un buen contrapeso a esa tristeza. Al fin y al cabo, si la vida la consideramos como un cuadro que vamos pintando a lo largo de nuestra existencia, también contemplarlo desde ese punto final tiene que ser algo entrañable. Adiós a todos. Gracias por vuestro amor, gracias por vuestra amistad, gracias de todo corazón. Adiós, adiós, adiós…

Apago por un momento el teléfono. Me alzo un poco. La cola de la Osa Mayor desciende en la oscuridad hacia la cumbre de Peñalara. ¿Cuántas veces pisaste esa cumbre, ¿eh, Julio? Enfrente Siete Picos, un poco más a la derecha Montón de Trigo y el collado de Tirobarra y la Pinareja. ¿Te acuerdas, verdad? Más de medio siglo recorriendo estas cumbres, siendo, como diría Tesson, pasajeros de la sustancia.

Ínfimos, infinitamente pequeños en este universo que habitamos, pero sin embargo, cuánta pasión, cuánta amistad, cuánta vitalidad engendró esa vida que acabas de abandonar…

Adiós, hasta siempre, amigo, adiós…













 

 

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