Los Llanillos, 29 de febrero de 1984
Lloviznó cinco minutos nada más
salir, más arriba granizó otros cinco minutos; después Pedriza quedó toda en
manos del viento. Es un día de esos típicos en que lo mejor que uno puede hacer
es quedarse en casa junto al brasero con las piernas bajo las faldas de la mesa
camilla. Eso cuando uno está aquí ya y la cosa no tiene más remedio; y ello
pese a que algunos, incluido yo mismo, que defienden que a la montaña se va
llueva, nieve o caigan chuzos de punta, pura retórica de lo que se dice cuando
uno ha tenido que apencar con un tiempo inesperado. De todos modos días atrás
había leído un artículo de un alpinista que elogiaba el viento, un raro
misticismo que cuando lo leí me dije que eso había que probarlo. Hoy era la
oportunidad. El viento por muy amigo que quiera ser de los amantes de los
caminos, la verdad es que es siempre un incordio. Lo era hoy con su uuuuuhhhh
soplando en el bosque como si fuera un fantasma de un castillo medieval. El
viento de hoy parecía sobre los árboles el gemido de un alma en pena.
Hoy tenía una colección de
posibilidades al salir de casa, la más atractiva era subir a la dormir a
Bailanderos por el norte desde las cercanías de Rascafría pasando por el
chozo del Pinganillo, pero ya desde la puerta de mi casa toda la zona centro de la sierra
era un nubarrón gris impenetrable. La segunda posibilidad era Peña Citores y su
refugio, esa magnífica proa de barco que parece echarse a la mar desde el
embarcadero de Dos Hermanas y Peñalara, pero era claro que no iba a ver ni pijo
y el viento lo mismo me llevaba por los aires, así que opté a última hora por
Así que enderecé mi camino hacia
collado Cabrón y allí tomé la vereda que se dirige a la cuerda de Las Milaneras
a través de los Cuatro Caminos. Lo que me llamaba mi atención en el bosque eran
los cientos de orugas de la procesionaria por todas partes. El calor les ha
debido de engañar y andaban apelotonados en montones como intentando protegerse
del frío. En las ramas de los pinos colgaban por todos los lados como
farolillos chinos esos grandes racimos blancos en donde se desarrollan estas orugas. Mi reflexión viendo ese panorama devastador fue dirigir mi mirada
hacia esa banda de vándalos que son los responsables del rimbombantemente
llamado PN del Guadarrama, que empeñados a tuttiplen en redactar prohibiciones
a diestro y siniestro, parece traerles al pairo el que los pinos de
En una senda que subía hacia Tres
Cestitos, en un lugar llamado Los Llanitos había un pradito bastante apropiado
para quedarme, pero sopesando el peligro de dormir bajo los pinos, algo
peligroso para un día de viento como hoy, decidí seguir más arriba. Encontré un
pequeño promontorio no lejos de allí ideal para la tienda. No fue tarea
sencilla montarla. Las rachas de viento eran tan fuertes que una y otra vez las
ráfagas arrancaban las primeras piquetas. Hube de recurrir a grandes piedras
para asegurar los vientos.
Mi tienda de cien y pocos euros más
ha resistido tantas tormentas y vientos durante veranos en los Alpes, tantas,
que goza de mi total confianza. El ulular del viento no la arredra, se mueve
violentamente a los embates de las ráfagas, pero nada más.
Cuando estuve a resguardo preparé la
cena, una sopa china y unas lentejas, y tras el chocolate y un vaso de leche me
estiré en el saco y decidí prestar atención a mis sensaciones. ¿No son ellas
una de la razón de ser de nuestro vivir? La sensación de soledad, el viento, la
identificación con los elementos, con el bosque, con este recoleto rincón en el
que paso la noche. Esta noche soy un elemento más de la naturaleza con los musgos, las rocas, el viento, la oscuridad,
el granizo.
Me dormí acunado por el sonajero del
viento.
Nota: Que los señores del Parque, esos vándalos a los que me referí más arriba, no se alarmen: todo lo escrito en este post es producto de la imaginación, todo excepto que la procesionaria en estos días está destruyendo una parte considerable de los pinos y ellos ni se enteran ni parece que estén haciendo nada para evitarlo. Las dos imágenes de más abajo muestran la línea de actuación de los responsables del Parque: el abandono a sus suerte del medio ambiente, la plaga de la procesionario, y a su vez la destrucción de bienes culturales como el chozo de más abajo que tenía más de medio siglo de existencia.
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