Cabeza Arcón, 6 de marzo de 2024
A ver si mi querida esposa termina
de acomodarse en el saco y ponemos un poco de calma en la tienda, tienda
para uno y medio en donde la estrechez del espacio del lugar impone un cierto
orden, ahora tú, luego yo. Pero, mira por donde ahora sale a fumarse el
cigarrillo de después de la cena, lo que me da tregua para empezar a escribir y
ponerme en contacto con mi diario y parlotear un rato con él.
¿Que por dónde pilla eso de Cabeza
Arcón?, pues al sur de Bustarviejo y al norte de Guadalix de
Hoy comenzamos el día con un paseo
hasta la cascada del Hervidero desde San Agustín de Guadalix con los amigos del
Navi, el siempre cariñoso reencuentro con esta pandilla incombustible que
llueva o nieve dedican todos los miércoles del año a caminar por la sierra y a
celebrar una amistad de que se prolonga más allá de medio siglo ya. Hoy le
contaba yo a Solís, Eduardo y Martín cómo llegué yo hace sesenta años al Grupo
Deportivo Navacerrada, abreviado, el Navi. Era mi primera salida a Pirineos.
Habíamos descubierto la sierra Emiliano de Diego y yo unos meses antes y la
fiebre de aquel descubrimiento fue tal que unos meses después, a mediados de
junio, con los conocimientos que adquirimos en un par de libros sobre
cartografía, orientación y los rudimentos elementales de manejarse en la
montaña y un poco de material imprescindible, allá que nos plantamos en un
valle de Ordesa totalmente solitario. Corría el año 66. Como abobaos mirábamos
aquel reino encantado, el Tozal de Mayo, aquellos grandes murallones, las
imponentes cascadas. Una belleza inconcebible en la que nos adentrábamos como
en un maravilloso sueño. Subimos hasta el refugio de Goriz, entonces un chamizo
solitario perdido en la montaña . En nuestros mapas del ejército del año la
pera habíamos trazado un itinerario que pasaba por el collado de Marboré,
bajaba a Tucarroya y descendía por el balcón de Pineta hasta Bielsa. Todo sin
tener ni idea de nada. Bueno sí, por los libros, cómo se usaba un piolet, qué
hacer si te pillaba una tormenta, para qué servían los crampones, poco más. Por
allí andábamos con nuestros interrogantes cuando por la puerta del refugio
aparecieron tres expertos montañeros; esa era la impresión ante nuestros ojos
de neófitos. Eran Julito, Solís y Carlos Piñón. A partir de aquella tarde se
convirtieron en nuestros ángeles de la guarda. Traían cuerda, nos enseñaron a
atarnos y a manejarla, nos ayudaron a descender las pendientes de nieve, para
nosotros terriblemente empinadas que bajaban a Tucarroya, y ya a salvo en el
valle glaciar, nos indicaron el camino de descenso del Balcón de Pineta. Ellos siguieron
su camino no sin antes recomendarnos que nos pasáramos a la vuelta por los
locales del Navi. Abandonados a nuestra suerte tras despedirnos de nuestros
ángeles de la guarda, quedamos frente a lo que era para nosotros el mayor
espectáculo del mundo. Una montaña se elevaba ante nosotros imponente,
De muchos momentos así hablábamos
hoy camino de la cascada. Aquellos primeros sacos, incluso aquellas primeras cuerdas
de cáñamo de las que comentaba Eduardo, aquellos primero todo que fueron los
iniciales contactos con la montaña a mediados de los años sesenta. No es que
siempre alimentemos nuestras conversaciones con batallitas y daguerrotipos,
pero sí da gusto encontrar lugares y circunstancias comunes que todos vinimos
en aquella época.
El Navi hoy es un centenar de amigos de
aquellos tiempos que, aglutinados por Martín que tiró de todos los hilos
posibles y llamó a todas las puertas para seguir los rastros de antiguos
socios, hoy, unidos por nuestro cariño por la montaña y por la amistad de
décadas, seguimos haciendo honor a una pasión que nos llevaremos hasta el
mismísimo final.
Nosotros no somos muy asiduos, así
que cuando volvemos a reencontrarnos siempre hay novedades, asuntos de salud,
nuevas experiencias, algunos que marcharon a caminar a Madeira, otros que
volvieron de esquiar de Pirineos o Alpes, algunos que tuvieron nuevos nietos;
incluso, dado que todos somos septuagenarios y octogenarios, el recuerdo de
aquellos que nos dejaron, como fue el caso hace unas semanas de Julio Armesto
al que todos echamos de menos.
Nos tuvimos que despedir con cierto
apresuramiento porque queríamos dormir en Cabeza Arcón, así que después de
qbien comidos y bebidos y concluida la tertulia nos despedimos hasta la
siguiente.
El camino que sube desde Bustarviejo
a Cabeza Arcón es un cómodo sendero. Cuatrocientos metros de desnivel de
agradable caminar desde donde se puede observar el familiar paisaje de
Hubiéramos preferido dormir a la
intemperie pero hay pronóstico de lluvias hacia el amanecer, así que…
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