45,44807388°N, 07,28710413°E, 15 de julio de 2025
Poco antes de que suene el despertador se pone a llover. Acaricio la idea de volver a dormir un rato más. Pero se trata sólo de una nube volantera. Al poco el sol inunda la tienda. Así que desayuno un trozo de torta de miel, echo en la leche un buen puñado de nueces con un migado de pan, ese recuerdo de infancia del tazón de leche con pan antes de salir para el colegio. Ahora el sol ya pega de plano.
No tengo más remedio que pensar que esto de subir montes con grandes mochilas no puede ser efecto más que de un gen extraviado en el cerebro de los humanos. Un raro gen a juzgar por los pocos caminantes de grandes distancias con los que me cruzo estos días. Hoy sin más en el collado, una familia francesa toda ella debía de ser poseedora de ese gen travieso que impulsa a la gente a subir a lo alto. Yo subía ya un poco tocado y allí me los encontré repantigados dándose el premio de un suculento tentempié. Todos contentos y comunicativos, incluido el hijo adolescente que también debía de haber heredado el gen correspondiente a juzgar por lo que bien que se le veía. Charlamos un rato, hicimos las fotos de rigor y nos deseamos un bonito día.
Fue bajando los primeros metros que empecé a atar cabos. A mí me sonaba mucho el pueblo de allá abajo junto al lago, Ceresole. Después la montaña aquella de enfrente, robusta, rodeada de nieve, mucho más alta que las de los alrededores. Me paré dispuesto a hacer un poco de claridad en mi memoria. Saqué el teléfono, lo orienté, disminuí el zoom… y date, en mi memoria se me recompusieron experiencias distintas. El pico aquel era el Gran Paradiso y Ceresole un lugar por el que había pasado un par de veces. En la primera de ellas tuve un bonito encuentro con uno de los guardas del Parque Nacional. Yo había subido el día anterior y había pernoctado en mi casa tienda. A la mañana, mientras recogía, apareció Francesco, uno de la guardas del parque. Nos saludamos y me preguntó dónde había dormido. En mi tienda, claro. Que si no sabía que estaba prohibido, me contestó. Por ahí empezamos a hilar una larga conversación. Es un asunto que ha dado mucho de sí en mi largo caminar por las montañas cuando me he encontrado con guardas forestales. Le debí de caer bien, porque enseguida propuso invitarme a tomar algo en un pequeño refugio de uso exclusivo de los guardas del parque. Allá, sentados frente a un vaso de vino y algún embutido terminamos hablando naturalmente de nuestro mutuo amor. Amor, sí, esa palabra. Recordaba que el otoño anterior Messner había pasado por Ceresole a dar unas charlas y se le había quedado muy dentro la pasión con la que aquella celebridad hablaba de la montaña como "la sua amata". Yo había oído hablar de que existe un censo bastante exacto del número de sarrios del parque. Me contó que sí, que todos los años en una fecha concreta el personal disponible bate todas las montañas de los alrededores, y podía asegurar que efectivamente tenían un número bastante aproximado de los animales que pueblan el parque y de los partos que se producen. Aquel viaje nosotros lo habíamos hecho en furgoneta. A la tarde avanzada, cuando Francesco terminó su servicio se nos presentó en la furgo con una botella de Barolo. Allí, alrededor del candil, charlamos hasta pasada la medianoche. Desapareció en la oscuridad tras darnos todos un fuerte abrazo.
El otro recuerdo era de un año en que Victoria y yo habíamos vagado por distintas partes de las Dolomitas. Tras ellas nos dirigimos a la Val de Aosta. Hicimos un recorrido de varios días por el norte del Gran Paradiso y terminamos rodeando el macizo por el oeste hasta caer precisamente en Ceresole. Es curioso, hicimos entonces el mismo itinerario que llevo yo estos días. Hasta Balme, donde terminó nuestro recorrido alpino. Victoria venía quejándose muchos días atrás de dolor de espalda provocado por las cervicales. A última hora el dolor se le hizo insoportable. Cambiamos entonces la montaña por un viaje por la isla de Córcega, un viaje a nuestro estilo, es decir gitaneando de un lado para otro como vagabundos. Las montañas no las tocamos. Tomé nota no obstante y años después volví a Córcega tras terminar una de mis travesías de los Alpes y recorrí toda la dorsal de la isla. Uno de los recorridos más hermosos y difíciles que he hecho. Un dato curioso antes de abandonar la zona: en Balme fuimos al cementerio a visitar la tumba de Tino Ortelli, el autor de una de las canciones de montaña más celebrada en el mundo alpino, La montanara.
Otro dato curioso relacionado con esta zona es que el Parque Nacional del Gran Paradiso fue el primer parque nacional de Italia, creado en 1922, y lo fue originalmente para proteger al íbice alpino (Capra ibex), que en aquel entonces estaba en peligro de extinción.
Había atado cabos durante un buen rato, y era hora de ponerse de nuevo en marcha. Cerca de mil metros de desnivel me separaban todavía del lago color esmeralda que ocupaba la parte baja del valle. Se dice así, mil metros, pero mil metros en Alpes son corrientemente un mundo de una diversidad extraordinaria en donde se puede encontrar de todo, incluidas no pocas veces sorpresas, cortes en el terreno, lagos, bucólicos prados, flores, sarrios y, por supuesto, las omnipresentes marmotas y sus gritos de advertencia, esos piuuus que no quieren decir otra cosa que ¡ojo, moros en la costa!
También caben en esos largos descensos historias de otros tiempos, en este caso la historia medieval de Narciso y Goldmundo. Hoy, y a punto de terminar ya la novela, a Goldmundo le han sucedido tantas cosas, ha amado a tantas mujeres, que pareciera que a Herman Hesse no le cupiera otra cosa que ir acercándose al final. Sucede que tras tantas peripecias Narciso le salva de la horca después de que Goldmundo sedujera a la esposa del Gobernador. Aquí se produce tal punto de inflexión que parece inaceptable. Goldmundo, un don Juan dispuesto a enamorarse y seducir a todas las mujeres que encuentra en su camino, termina dedicado totalmente al arte en el convento de donde había huído en su juventud. Hesse fuerza un cierre porque acaso necesita reconciliar los dos polos que construyó desde el inicio: Narciso y Goldmundo, espíritu y cuerpo, pensamiento y vida. Pero al hacerlo, traiciona la verdad del personaje. Por mucho que el arte pueda sustentar la madurez, es poco creíble que éste pueda sustituir esa exacerbada dependencia de las mujeres que fue para él toda su vida.
Llegué también hoy rozando las dos de la tarde. Pero, sí, pude comer. Tras la comida tomé un camino a la orilla del río. Una hora más y ahí estaba mi prado de costumbre esperándome. Fin de jornada.
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