Día 50. Noche sobre un nido de águila


Bivacco Aldo Frattini, 46,04101627°N, 09,92085591°E, 6 de agosto de 2025

He estado mirando al final del día las rutas de las etapas siguientes y se me encoge un poco el estómago. Senderos por encima de los 2200 que vistos desde la perspectiva del momento, una estrecha arista en medio de la nada de la niebla, no deja de preocuparme especialmente si el tiempo se pone cabezón. La complejidad de estas montañas y sus laderas a veces excesivas para mi gusto, ofrecen un conjunto que por sí mismo podría llamarse cordillera.

La mañana comenzó con un sendero que subía y bajaba por vertientes y montañas que yo calificaría de íntimas. Un conjunto de laderas y bosques en todo momento presididos por altas crestas rocosas por los que el sendero se abría camino unas veces tranquilo y bucólico, otras, como tantas ocasiones, cruzando rigurosas laderas en las que tenía que poner mi más viva atención.


Hago una pausa para salir un momento fuera. El ambiente es opresivo, la niebla envuelve la arista en donde está situado este vivac, colgado prácticamente sobre el vacío. Más arriba una cabra montesa (capra ibex), sobre un resalte rocoso, parece montar guardia; constituida en vigía sobre lo alto de esta almena, no se mueve de allá, acaso preocupada porque se le haya colado de rondó un okupa en estos sus dominios.


En mi caminar por todo este mundo cambiante, me pilló con el paso cambiado la subida al refugio Calvi, que consideré que estaba allí mismo y lo que estaba era a freír puñetas. Sucede con frecuencia que subes por un bosque, unas pendientes solitarias y abruptas que te producen la impresión de que por allí no pasa nadie, así de fuera del mundo están, y cuando estás a punto de llegar, el paisaje se hace amable, las oscuridad del bosque se hace luz y de repente estás en los dominios de los prados, los lagos y las montañas, que no habías visto en las dos horas previas, y aparecen hermosas y agresivas montañas por los alrededores del refugio. Un lugar encantador por demás bastante poblado de caminantes. El paisaje que puedas encontrarte tras un resalte es imprevisible en estas montañas. Antes de entrar en el refugio puse a secar la tienda, que venía empapada por el relente de la noche anterior, luego calcé una especie de pantuflas que encontré por allí y, sí, por fin me senté por primera vez después de caminar cinco horas y media sin parar. Mientras mi teléfono se cargaba, un refresco, una lasaña, un osobuco, una crostata y un capuchino me dejaron nuevo otra vez. Sólo la mitad de los dos primeros platos, porque la otra mitad me sirve para cenar. Ya lo dije, en Italia se come en exceso, al menos en los refugios.

Como siempre eché una larga ojeada al recorrido que tenía por delante. Eran las dos de la tarde, así que podría caminar dos o tres horas todavía. Había seiscientos metros de desnivel hasta el passo di Valsecca, y después un bivacco descendiendo por la ladera opuesta otros trescientos metros de desnivel más abajo. En el camino, a doscientos metros bajo el paso, las curvas de nivel se ensanchaban y por medio corría un riachuelo. También sería un sitio posible. 

Al poco de dejar el refugio atrás volví al libro de José Antonio Marina que había comenzado horas atrás, El laberinto sentimental. «A la gente le gusta sentir. Sea lo que sea», cita Marina a Virginia Woolf en su diario y añade a continuación: «Estudiar los sentimientos significa entrar en el recinto más íntimo de nosotros mismos”. (Me incorporo para coger un pañuelo, la niebla sigue ahí, espesa, silenciosa, opresiva; la cabra, aburrida, se ha marchado con la música a otra parte). ¿Tendré que citar una vez más a Pessoa, que escribió que los sentimientos es lo mejor que tenemos? ¿Para qué coño estoy yo aquí en medio de esta niebla impenitente con el cuerpo tan cansado, caminando hace un rato por una ladera que bien merecería un pasamanos toda ella, aislado como nadie en un lugar remoto de unas montañas? ¿Para qué, si no es para alimentar mis sensaciones y sentimientos? 

No pude leer mucho porque se puso a llover y el ruido del agua sobre la capa me estorbaba. Apareció además un caminante con el que bajo la lluvia me lié de palique. Venía de subir al monte Nosequé. El agua no parecía estorbarle. Me preguntó lo mismo que yo me venía preguntando, ¿dónde pasaría la noche? Efectivamente, me confirmó que no muy lejos, más allá de un pequeño lago había sitio de sobra para poner una tienda. También el bivacco era posible. 


Pasé junto al lago, agua nada potable, y un poco más allá encontré el riachuelo y el lugar posible para poner la tienda. Había caminado hasta ese momento entre la niebla y al llegar a ese punto despejó. Doscientos metros de desnivel más arriba se veía perfectamente el paso despejado. Además había dejado de llover. Opté por continuar. 

En el paso la niebla volvía a ocultarlo todo. Ignoraba como estaría la bajada y el acceso al bivacco, pero no había otra. Más adelante, en un momento en que la niebla se abrió, pude percibir perfectamente la estructura del refugio-vivac pintada de un rojo chillón. La niebla jugaba a irse y volver y pude sacar alguna bella fotografía mientras descendía por una ladera de esas que tanto me “divierten”. Impresionaba la circunstancia, el vacío a mis pies, todo envuelto en la niebla. El vivac estaba situado en el cuello de la arista por la que tenía que descender. Detrás se erguía una pirámide rocosa cuyos flancos se perdían en la nada. La arista tenía algunos pasos delicados, algunos servidos por cuerdas, pero se dejaba bajar sin demasiados aspavientos. Un resalte y allí estaba mi hotel de muchas nieblas como un regalo, rojo, sujetado por tiros de cables de acero, una casa miniatura en la que al abrir la puerta lo primero que me llamó la atención fueron unas pantuflas. Todo un símbolo impredecible del confort y la comodidad en estas alturas. Nueve literas con colchón, una mesa y tres banquetas. Algunos cartuchos de gas, sobres de té y un bote de fabada. Cuando el confort y la comodidad pueden consistir en muy poca cosa. 


El sendero de descenso que baja de este nido de águilas, imposible verlo con esta niebla. Espero que no sea demasiado inquietante. 



























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