Día 63. Aquello de que sólo se ve el bosque en la distancia

 


46,18752592°N, 11,63406372°E, 19 de agosto de 2025

Son fantásticos estos senderos diseñados para atravesar macizos y grupos montañosos que se mantienen durante días por encima de los dos mil metros. El único inconveniente, llamémoslo así, es que tarde o temprano necesitan trepar por lugares muy aéreos, sortear precipicios y dejarte el ánimo un tanto inquieto cuando ves el tortazo que tienes a tu lado o compruebas que aquello sube y sube, hoy en medio de una espesa niebla a ratos, y la intriga se te mete por dentro. 

La niebla había rondado toda la noche alrededor de la tienda y al amanecer quedó bailoteando por debajo de ella. Un sendero de altura, un lago, algún prado y de frente el espectáculo de la niebla entrando por el collado próximo como una gran ola. Precisamente era ese collado el que eligió el sendero para trepar por una especie de arista con toda decisión. Sendero trepada y alrededor una inmensa soledad que se acrecentaba con la niebla. Y llegar a una forcella y encontrarte una señal con la indicación de la dirección del refugio Brentari en donde alguien había escrito “sentiero da no fare”. Vamos, que mejor no hagas ese camino. ¿Por? El letrerito, en el lugar en que estaba, un estrecho sendero con mucho patio, me hacía pensar lo peor en medio de esa nada de la niebla. Media hora después tras una arista descubrí mucho más abajo de donde yo estaba, un ancho camino por donde subían algunas personas. Cuando me encontré con ellas, el sendero subía al refugio, les comenté lo del cartelito. Pues por aquí es por donde sube todo el mundo, me dijeron. Resultó una ascensión de más de trescientos metros nada extraordinaria, grandes y empinadas llambrías rugosas sin especiales dificultades. 


El refugio, como tantos otros por los que he pasado, está situado sobre un labio rocoso rodeado de escarpadas paredes de granito, un lugar especialmente salvaje. A ratos entre nubes, a ratos despejado, ofrecía un ambiente muy alpino. Lo mejor de todo él, el tiramisú. Un poco seco el refugiero, pero bueno, la menestra y la carne con polenta estaban bien, un plato generoso del que dejé la mitad para la cena. 

Tenía dos forcellas que atravesar en medio de un paisaje en donde no existían senderos. Las señales rojiblancas eran la única orientación en medio de la niebla. Me habían dicho que había cinco horas hasta el pueblo cercano, Caoria, así que con tres horas más de camino esperaba encontrar mi lugar para la noche. Fue un descenso algo delicado, siempre envuelto en la niebla hasta que alcancé la segunda forcella. Tenía curiosidad por saber lo que me esperaba a partir de ese collado, pero mirado desde arriba resultó un sendero tranquilo y sin dificultades. 


Bajando la forcella Val Regana leo durante un rato a Lipovetsky. Habla de la fidelidad, la pornografía, la eutanasia, el feminismo, el suicidio, un puñado de cosas mientras el camino desciende dócilmente por un valle de espesa vegetación. En algunas cosas estoy de acuerdo, pero hay otras muchas que no. Tengo la impresión de estar leyendo el manual mecánico de un complejo automóvil en donde a toda costa, tras un análisis cronológico de los asuntos, se llega a una verdad. La sociedad ha evolucionado y con ella, como tantas cosas, también la moral. No obstante Lipovetsky, se le ve claramente, mantiene posturas personales sobre la moral que me parecen discutibles, pero sobre todo carentes de una visión digamos al margen del tiempo, al margen de nuestra caducidad. Habituado como estoy a enfocar nuestra realidad humana desde la óptica de nuestra insignificancia, en la que desde el punto de vista existencial no nos diferenciamos demasiado de otros animales, comer, defecar, reproducirnos, la complejidad con la que se asumen, en este caso asuntos morales, en ocasiones me parece un tanto fuera de lugar si nos atenemos a unos principios básicos entre los cuales el respeto a los demás sería el más importante. La complejidad de los asuntos sociales, y en general todo lo que a lo largo de la evolución de la civilización se ha creado, con ser cierta, en algunos aspectos a la hora de analizar dichos asuntos puede suceder aquello de que los árboles no dejan ver el bosque. Si partimos de esa visión primera de la realidad que somos que expresaba más arriba y tratamos de olvidarnos de este sofisticado mundo en el que vivimos reduciendo nuestras relaciones, nuestro ser a ese plano que observamos en los animales, nacer, reproducirse, morir, ¿dónde quedan problemas como el suicidio o la eutanasia? Decides morirte y punto. ¿Qué coño tiene que ver el Estado o los demás en ello? Los asuntos de la sexualidad y otros tantos… con que respetes a los demás, no hagas a los otros lo que no quisieras que te hicieran a ti, lo que pueda perjudicar de una manera u otra a los demás, a los otros seres vivientes, esa norma universal… poco más se necesita para vivir en paz contigo y con los otros. 

Puedo asegurar que no es difícil llegar a conclusiones así cuando uno se aísla del mundo por mucho tiempo y mantiene a su vez un íntimo contacto con la naturaleza primera, nuestros semejantes las marmotas, las cabras montesas, los pájaros o las hormigas. La reducción de los asuntos humanos a su expresión más elemental ayuda a contextualizar nuestra existencia. No creo que hicieran otra cosa Buda o Jesucristo cuando se encerraron un importante número de días en la soledad de sus reflexiones. Los árboles impiden ver el bosque. Nuestras preocupaciones, las deudas, el trabajo, lo que aspiramos a poseer, tantas cosas, ¿qué son en realidad si a la vuelta de la esquina te da un patatús? 

Desde siempre los hombres hemos sido muy hábiles para olvidarnos de nuestra insignificancia, de que tenemos que morirnos, de que…

No diré que no tenga que existir una moral, algo que ya decía días atrás de las normas. No estamos lo suficiente maduros para que ese criterio de respeto mutuo sea entendido y aceptado por todo el mundo. 

No fue sencillo encontrar un lugar para la tienda en un valle cubierto todo él de alta vegetación. Los riachuelos que señalaba mi mapa no existían, sólo el arroyo central que me hubiera sido complicado alcanzar en medio de tanta maleza, así que hoy me tendré que contentar con el litro de agua que llevo casi siempre de reserva. 



















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