Día 75. Una larguísima jornada

 


Cercanías refugio Tolazzi, 46,59169171°N, 12,86908194°E, 31 de agosto de 2025

Día despejado, frío. Frío hasta alcanzar la cabecera del valle que debo descender. Entonces calor, dulce calor. 

¿Sería concebible un peregrino sin destino, un eremita que, en lugar de estar en su cabaña mano sobre mano mirándose el ombligo, su cabaña, su cueva, fuera el camino, un collado, la orilla de un riachuelo? Cuando caminas por lugares en que te vas encontrando gente que hace lo mismo que tú, eres un senderista, un caminante, un montañero, cómo decíamos antes. Pero cuando pasan días en que no te encuentras con otra cosa que no sean los bosques o la música de los riachuelos, estos últimos días, hoy, no un eremita, mejor un peregrino, un peregrino sin La Meca, sin Santiago de Compostela donde acudir. Como si la vida no fuera otra cosa que peregrinar sin rumbo fijo. 

Jesús Sepúlveda en su libro Patagonia se encuentra con un personaje que venido de Europa ha pasado ya media vida en las tierras del Cono Sur. ¿De dónde eres?, le pregunta alguien. De aquí, responde, cada uno es de donde se encuentra bien. ¿De dónde sería un peregrino? 

¿Qué es lo que hace que te sientas bien? Sentirse bien probablemente sería un buen objetivo para una vida que no tiene sentido. Peregrino o no ese sería el sentido de la vida, estar a gusto contigo y con el mundo, acostarte cada día con la conciencia tranquila, satisfecho de la jornada que concluye. 

El trabajo de vivir. Cuando se siente la vida en las yemas de los dedos de la mano. Vivir es un trabajo, a veces duro trabajo. Vivir es guerrear, decía Séneca. También en la vejez, la mía. Gustar de la vejez como trabajo y esfuerzo. Crear, descansar para a continuación volver al esfuerzo. No hablo de esfuerzo físico, aunque también. Gustar de la vejez como descanso y trabajo. No el trabajo productivo, claro. Fernando Garrido permaneció en la cumbre del Aconcagua 62 días. Gran trabajo. Probar las propias fuerzas. Vivir una inmensa intimidad contigo mismo. Y de tanto en tanto hablar con la montaña, escribirle cartas conciliadoras. 


Las montañas aparecen crudas, desnudas, un reto sus espolones. Bajo ellas el verde de los prados. Allá abajo un gran rebaño de ovejas. El pastor sentado sobre una roca contempla nada especial, mira sin ver. Le doy los buenos días. Mi jornada de hoy tiene forma de una gran W. Baja hasta el fondo del valle, sube hasta un alto collado y da cuenta allí de las últimas migajas de comida que te quedan. Recuerdas que apenas desayunaste hoy, quedaba apenas nada en la bolsa. Y tras el punto medio de la W, inicia otro gran descenso, nuevas montañas por todos los lados, un lago a mis pies. Estás en Austria. Los austriacos no se prodigan como los italianos dando los buenos días. 


¿A quién me debo? Pienso en mi recorrido del 2003, ahora este mismo sendero. Sólo recuerdo pequeños detalles. Fue aquella travesía una gran y magnífica experiencia. Creo que mucho me debo a todos los caminos que he recorrido en mi vida. Se me ha perdido en la niebla de la memoria mucho de aquello, pero aquello es y fue mi vida. Mi vida se sostiene en gran parte sobre esos caminos, caminos, quién lo diría, la mayoría de ellos tras la jubilación. 

Más adelante, ya subiendo el último palote de la W, recordaría las circunstancias de aquel año, un día que cayó una tormenta fenomenal y que me refugié en el Voloaiyerseehütte, un refugio austriaco junto al lago Volaia. El refugio por dentro parecía un hotel de muchas estrellas. 

¿Cómo recuperar tanta vida, vida plena, que uno ha ido dejando tras de sí como Garbancito. Hago el esfuerzo, recupero detalles, un cementerio de soldados alemanes e italianos en lo más recóndito de un bosque. 

Me debo a los senderos que he caminado una gran parte de mi vida. 


Me costó mucho alcanzar la cima del último palito de la W. Estaba prácticamente en ayunas, eran pasadas las cuatro de la tarde y llevaba ocho horas caminando. Necesitaba llegar ya mismo al refugio italiano que estaba al otro lado del lago tras el collado. Bajando del collado me asaltó una duda. Aquello estaba muy solitario. Más abajo comprobé que todas las contraventanas estaban cerradas. Solté un ¡mierda! Mientras accionaba inútilmente la manilla de la puerta de entrada del refugio. 

Para e investiga en el teléfono. El siguiente refugio, siempre ahora la duda de que esté abierto, el Talozzi, estaba a quinientos metros de desnivel más abajo, y si ése estaba cerrado tendría que subir después hasta los dos mil doscientos metros. Se me alivió el panorama cuando un rato después unos muchachos me confirmaron que el Talozzi estaba abierto. Resultó un refugio de final de carretera totalmente ocupado por domingueros y gente de montaña. Estábamos en fin de semana. La cena se servía a las siete, pero tuvieron la amabilidad de hacer una excepción. Necesitaba hidratarme a toda prisa. Confiado en que en el primer tercio del recorrido habría agua por todas partes descuidé llenar mi botella y llegué al refugio sediento. El refugio estaba a tope. Incluso había fiesta esta tarde con un conjunto de música incluido. No demoré mucho allí, tras la comida/cena salí disparado camino adelante a buscar un sitio para mi tienda. Me estaba esperando quince minutos más tarde en una curva del camino. 














No hay comentarios: