De nuevo en camino

GR-10. San Lorenzo de El Escorial-Robledo de Chavela, 5 de junio de 2008





El recuerdo de mi padre hoy en el hospital posando para el viajero que se ponía de nuevo en camino, era enternecedor después de una semana crítica en que pensamos que podía suceder lo peor. Pasado el susto y la debilidad del primer momento, algo así como si hubiera decidido dejarse de monsergas y disponerse a vivir, porque algo de eso sucedió, y tras haber tomado posesión del lugar y metido en la rutina diaria, esta mañana parecía encontrarse en su propia casa. A Dios gracias había tomado buena nota de la regañina que le había caído encima porque a última hora, atendido y solicitado como estaba, rodeado de tantas visitas se sintió tan agasajado que se le llenó el cuerpo de caprichos y se negaba expeditivamente a seguir las indicaciones de las enfermeras. De modo que esta mañana me recibió muy satisfecho de sí por haberse guardado muy dentro, decía, su genio. Se le veía orgulloso.
A mi padre, que es terco como una mula (no muy diferente al hijo), y tiende a salirse con la suya siempre que puede, también le gusta echar piropos y, esta mañana, que es mañana de reconciliación y buenas intenciones está dispuesto a congraciarse conmigo, así que, después de sus palabras diciéndome que se ha portado como buen chico, arranca con otro tema y dice:
—Oyes, ¿sabes que las enfermeras hablan muy bien de ti?
—?
—Esta mañana una me ha dicho que da gusto lo bien que hablas.
Estaban presentes mi cuñado y mi hermana; mi cuñado contesta:
—Se le van a subir los colores a la cara, Santos.
Efectivamente.
Me echaré al camino por unos días y regresaré después a ver qué tal anda. Mientras tanto nos mantendremos en comunicación por teléfono.

El camino pasaba bajo la Machota, un sendero muy cuco que sale de El Escorial y zigzagueando entre robles y prados llenos de dedaleras y arvejillas se dirige hacia Robledo de Chavela. Volver a los cuentos de Chejov era el reencuentro también con la antigua lectora a la que había tenido olvidada desde aquellos dos días de lluvia que terminaron en Patones; una voz peculiar que en un principio no me gusto, una voz apresurada de mujer, poco corriente, de gato, no sé, muy especial; el caso es que ahora tengo la impresión de que los cuentos de Chejov van a quedar asociados para siempre a esa voz. Cuando puse en marcha el mp3 tuve la sensación de encontrarme con una conocida. Curiosa esa nueva relación, no experimentada hasta ahora, de ­­­­­­­alguien que en cierto modo será inseparable de la obra leída y de los caminos que recorrí escuchándola. La voz que leía Camino de perfección era una voz segura, imperativa y a la vez muy femenina, todo lo que uno puede imaginarse de Teresa de Jesús. Algo parecido sucedía con Freud, una voz doctoral, grave, varonil, segura, no costaba trabajo identificar al lector con el mismo Freud. Yo creo que los videntes no hemos experimentado los recovecos ni las gratificaciones de la experiencia de la lectura escuchada; puedo asegurar que es un nuevo placer, sobre todo si la obra leída, la voz y la pericia del lector o la lectora guardan una buena relación de adecuación.
Muchos de los cuentos de Chejov apuntan hacia el absurdo de la manera en que hombres y mujeres organizan sus vidas, cómo tejemos, poco a poco, hilo a hilo la tela de araña con la que poco a poco conseguimos atarnos de por vida y restringiendo nuestra libertad hasta límites ridículos. Los personajes más conscientes de Chejov pasean por la Rusia de final del siglo XIX llenando páginas de reflexiones, especulan constantemente sobre la vida, tratan de meter las narices en los negocios humanos para ver de qué está hecha la cosa de esos negocios y preocupaciones, y después poquito a poquito, a base de ir diseccionando la realidad y sin caer en la trampa de sacar conclusiones deja a los personajes en la última línea del cuento fumándose una pipa bajo las estrellas. No hace falta decir mucho más. Mira lo que está sucediendo, se extiende en pormenores, pone todas las circunstancias sobre la mesa y como alguien que viera la realidad planeando a unos cientos de metros sobre nuestras cabezas, sonríe o acaso se encoge de hombros. En otras ocasiones, con mucha frecuencia, la seducción, el amor, sus trampas, los pobres enamorados, víctimas siempre de las maquinaciones del diablo, ocupan otra parte importante de sus narraciones, el tema universal por excelencia se llena con el colorido de la época,
Y como siempre uno descubre una y otra vez admirado la fuerza con que el amor se apodera momento a momento, siglo tras siglo de hombres y mujeres. Y no basta los desengaños y el saber que... todo es inútil, el amor arrasa con todo cuando toca, el agraciado deja de ser él mismo para convertirse en un ser que a partir de entonces no pensará ni soñará otra cosa que con el objeto de su amor; y así por los siglos de los siglos. Sí, amén, ¿qué más se puede decir de esta evidencia por más que escépticos y una enorme batería de razonamientos nos pongan en guardia?
Y me pregunto entonces si al ruiseñor que invadía noche y día mi parcela estos días atrás para entonar su canto amoroso no le sucede exactamente lo mismo que a nosotros; me pregunto si realmente en algunas cosas nos diferenciamos tanto del ruiseñor o del mirlo, que para las cosas del amor es lo mismo, mal que le pese a la mujer del mirlo, una voz anónima que entró el otro día en uno de los post de Pies de foto para lamentarse de la vida.
Pongo en pausa mi mp3 y me paro un instante; un personaje de Chejov dice: “No le había amado a él sino a un ser creado por su imaginación”. ¿Será esto verdad siempre?, me pregunto. Y recuerdo precisamente de días atrás una cita de Proust que abunda sobre la misma idea. Cuando En busca del tiempo perdido, Swann se casa con Odette, cuando el amor ha muerto, a pesar de que ella le haya traicionado, tanto con mujeres como con hombres, la explicación que da Proust, dice Bloom, es digna de él: “Indudablemente hay muy pocas personas que comprendan el carácter puramente subjetivo de ese fenómeno en que consiste el amor y cómo el amor es una especie de creación de una persona suplementaria distinta de la que lleva en el mundo el mismo nombre y que formamos con elementos sacados en su mayor parte de nuestro propio interior”. Mi camino discurre ahora entre robles y encinas que se alternan con prados y roquedos espectaculares. ¿Aprenderé alguna vez lo suficiente como para saber en qué consisten las cosas más sencillas y significativas de la vida?, ¿llegaré a estar seguro alguna vez? Creo que no, toda la vida será siempre algo parecido a esto, rozar las ideas, ver sus contradicciones, intentar apresar un concepto terminado, pero comprobar cómo la realidad termina escurriéndose como un pez entre las manos; algo no del todo negativo si atendemos a aquel dicho sufí que aconseja no cerrar el puño sobre la arena del desierto, porque ésta se escapará igualmente y nos quedaremos sin nada, sino dejarla abierta para que ella circule por ti sin cortapisas, te llene como una esponja. Eso es lo que siento esta tarde mientras camino y escucho a Chejov, que la vida pasa sobre la palma de mi mano abierta y me dice cosas que no entiendo o que se contradicen con otras que tuve por ciertas anteriormente, pero que igualmente es acariciante sentirlas. Y vuelvo a recordar a la mujer anónima del comentario y siento realmente pena de la manera en cómo somos capaces de desperdiciar una vida haciendo de ella una miseria por falta de voluntad y determinación.
Caminando se piensa más que nunca se pensó antes, se piensa más largo, mas distraído. Al final del día monté mi vivac en prado lleno de flores mientras el sol se ocultaba al oeste de la Machota.












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