Uno es más fuerte que uno mismo


Galicia. Río Tea, cerca de Salvatierra do Miño, 20 de julio de 2008



Para Quique y Paula. Feliz cumpleaños








Mi camino se alza sobre las lomas que acompañan la ribera derecha del Miño. Día ventoso, el paisaje mutilado por el fuego, esqueletos negros de brazos en alto a cuyos pies empieza ya a crecer otra especie diferente a la que feneció; las hojas brillantes y anchas de los eucaliptos asoman por encima del campo calcinado como una generación nueva, como especie quejada de pirofilia dispuesta a suplantar la especie decadente que tragó el fuego.
Huyo, huyo del asfalto y para ello debo huir al monte como los lobos, esos sobre los que me prevenía una mujer hacía días; no duerma usted en el monte, decía, está el lobo, hágalo en las cercanías del pueblo. Yo también debo tener algo de lobo, de transitador de montes donde ni la vid ni el maíz crecen, donde habita el oloroso eucalipto, el difunto pino calcinado, donde la brisa atempera el calor de la profundidad del río Miño, que esta mañana al amanecer recogía en sus aguas la sangre caliente de un nuevo día, encendiendo en la oscuridad de los meandros fogatas que eran el reflejo de la mirada que el cielo echaba sobre la tierra antes de ponerse en movimiento.
Y así, a pie por la mañana oigo el recitado de Foucault, Historia de la sexualidad, y sus indagación del individuo sobre sí mismo, rodeado, mediatizado, hecho con violencia a los modos de la tiranía de los poderes imperantes, políticos, sociedad, religiones, morales de todos los colores. Y es así que me distraigo y mis palabras me llevan a indagar sobre el origen de mi propia moralidad: ¿dónde nace?, ¿cómo se gesta?, qué sucede en nosotros para que desde temprana edad empecemos a pensar así y no de otra manera, a comportarnos así y no de otro modo, a adorar dioses que con el paso del tiempo cayeron como gigantes de pies de barro ante el imperativo interno que debía de habitar en mí antes de la intoxicación. Intoxicación intensa, muy intensa, debido sin duda al apasionamiento del temperamento.
¿Cuándo, cómo nacen en nosotros las “verdades”, las convicciones íntimas, eso que llamamos nuestro concepto sobre la vida?





Paró el coche junto a la fuente y se vino directamente dispuesto a entablar conversación. Sus párpados caían pausadamente sobre sus ojos cada poco, como marcando en ese tic el ritmo de su hablar tranquilo. En seguida se encontró a sus anchas charlando de los países que había visitado a lo largo de su vida; hablamos de Oriente Medio, de Buenos Aires, de Perú; se interesó por los lugares que yo había visitado en este último país. En la próxima primavera hacía un viaje a China en el Transiberiano. Contarle algunos detalles de ese viaje que hice hace años animó su interés por los detalles. El verano anterior había visitado el Sahara y se había traído a una niña de seis años para el periodo de vacaciones. Contaba la historia consternado. La niña no resistió más de dos semanas, no comía, dormía debajo de la cama, acurrucada sobre el terrazo porque no se habituó al colchón; la niña pedía constantemente estar con su madre. Jacinto, el hombre con que charlo desde hace una hora, es el dueño de un hotel cercano que está en venta. Ya es hora de jubilarse. Tiene cinco hijos; dos, chicas, viven con sus parejas en Mallorca, a donde volará la próxima semana para llevar a su nieta de regreso a su casa después de pasar unos días con los abuelos; los tres chicos se hacen cargo de una extensa granja de pollos que el padre les ha cedido. Le gusta viajar, pero no a su mujer, su mujer prefiere trajinar con la huerta y atender a los nietos; lo dice con pesar. Cuando se despide me repite que si necesito algo, que si tengo dinero suficiente, que si me deja su número de teléfono por si tengo alguna emergencia. Le han llamado hace un rato y debe marcharse; se le ve que se hubiera quedado el resto de la tarde hablando de países remotos, de la vida –ese tema inacabable-, de viajes que acaso no pueda hacer nunca. Cuando arranca el coche me manda un efusivo saludo de despedida a través de la ventanilla.





Se agotaron las dos baterías del portátil. Cuando pierdo el hilo sobre el cuaderno es fácil que lo vuelva a retomar sobre el teclado, pero hoy no, hoy hace un calor del carajo que desmadeja las disposiciones aunque tenga para escribir una cómoda mesa de piedra con el ruido monacal de la fuente al lado. Yo quería hablar de un concepto que por aproximación se puede llamar el proceso de interiorización. Venía pensando en X, cuando se me ocurrió, quizás porque me sea tan difícil hablar con él de las cosas importantes, de cómo él y yo interiorizamos esto o lo otro, o nos interesamos recíprocamente por lo que hacemos. Me lo he preguntado muchas veces: ¿cómo interioriza él, tan callado siempre, las cosas? ¿Cómo se enfrenta a los retos que todos vamos encontrando en el camino? En fin, ese tipo de cosas.
El aire hace al águila, citaba el otro día. El aire, las dificultades nos hacen. Uno es más fuerte que uno mismo, escribía Platón. El uno contra el otro (uno mismo) en lucha permanente; el uno necesariamente, con daga o sin ella, con dragones como san Jorge o sin ellos. Somos más fuertes de lo que somos, ¿por qué, pues no mirar con determinación el porvenir, echando en ello todo lo que podemos echar? Eso me gustaría decirle a X, pero sé que X me escucha livianamente, sé que de la misma manera que a mí me hicieron mis lecturas a él le hicieron las suyas. No, no coincidimos mucho. A mí me hubiera gustado que él leyera ciertas cosas, a él no hubo necesidad de invitarle a que visitara Oriente, su cabeza estaba en otro sitio. Creo que su formación está incompleta, que el mundo es mucho más ancho que lo que da ese agujero por el que él mira. ¿Que por qué no se lo digo a él en vez de escribirlo aquí? Pues porque no confío en el método directo, porque de hacerlo, además, sé que lo interpretará como el consabido sermón peñazo. Por eso, o porque simplemente me sale así.
Me fui de tema; sólo un poco.





Quería indagar oyendo a Foucault, cómo uno llega a pensar de una manera y no de otra, cómo nos hacemos valedores de una moral que tanto puede ser hija del entorno como todo lo contrario, como fue mi caso desde niño. Lo primero es comprensible, lo segundo es más difícil de interpretar, porque salvado el periodo del colegio que me inculcó, o lo pretendió, moral y creencias, que en cualquier modo con el tiempo deseché como hipócritas y falaces, no recuerdo yo ninguna influencia personal o situación que por sí diera lugar a entender las cosas de la vida de manera diferente a como se veía en el entorno en que crecí. Sólo se me ocurre pensar que todo eso viniera por la vía de la lectura, que mi avidez lectora, sin que reparara yo en ello entonces fuera la causante de esas peculiaridades que hicieron de mí lo que soy, mientras que otros son, fueron de ésta u otra manera.
Creo que sí, creo que debo a los libros una parte importante de mí; no sé cuales exactamente, pero los libros, unos por sintonía o simpatía, y otros por oposición, como aquellos de un obispo polaco que leía entre los ocho y once años de la biblioteca de los Salesianos, que negaba violentamente a Darwin alegando razones de dignidad que eran incompatibles con un ancestro cuadrúpedo. Las deducciones que uno puede ir haciendo desde niño de consideraciones de este tipo, que iban dirigidas a alentar el fervor religioso de los lectores, suponían también una parte importante de la formación, por cuanto le ponían a uno en la tesitura de ejercer un sano ejercicio del sentido crítico.
A fin de cuentas no sería difícil explicarnos como el resultado de una superposición de estratos, en donde cada uno de ellos tiene distinto grosor y opacidad. Al yo soy yo y mis circunstancias (cada una un estrato de diferente consistencia) se le podría añadir yo soy yo y mis lecturas, e incluso, yo soy yo y mis no lecturas, todo ese mundo que me pude saltar a la torera por falta de tiempo, snobismo o porque no le cupe a mi interés encontrarle el suficiente atractivo como para… etc.
Hoy hablo algo elípticamente y es que no sé de qué otra manera hacerlo. Uno siente a veces que debe decir, decir, hablar, pero las condiciones para hacerlo son escasas, en seguida huele a reproche y eso no me gusta. Deberíamos ejercer con más libertad esta forma del afecto y el cariño.
Hoy es el cumple de Paula, mi portátil no tiene batería y estoy en medio del monte, así que Paula, camino de Guatemala, tendrá que recibir mi felicitación a través de un ejercicio de transmisión mental. Felicidades, Paula.
Y mientras esto no salía, pasamos del diecinueve al veinte y entonces fue el cumple de Quique. Felicidades Quique, yo también tengo ganas de verte y charlar un rato sobre tantas cosas posibles e imposibles.



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