Barbate




Barbate, 06/04/10










Conchas sobre el regazo tostado de la tarde
la cháchara azulada
del viento y el agua
sobre los rizos rubios de la arenb,
en fin, el espectáculo de siempre at infinitum.
Merodeando las dunas
el caminante hace frente al viento
vadea un río en el atardecer lechoso del Atlántico.
El encaje blanco.


Rumoroso,
ajeno a todo lo que no sea él mismo,
siempre en movimiento,
siempre objeto de meditación,
anoche en conversación con el viento,
hoy adormicido entre las dunas.


Me metí entre las dunas a resguardarme del viento, me hice con una buena colección de cañas y monté la tienda. El viento la tumbaba. Fue imposible impedir que la arena llegara a todos los rincones del interior. También tuve que ponerme los tapones de cera para aminorar el barullo que organizaban las ráfagas contra el nailon. Sin embargo dormí como un bendito. Me desperté cuando amanecía. Fuera, el mar seguía su ininterrumpida charla, a lo lejos se veía el faro de Trafalgar, el sol levantaba detrás de las dunas sobre el perfil nítido de una pita alta como un árbol.






Entre los Caños de Meca y Barbate, la vereda atraviesa el Parque natural de la Breña y las marismas de Barbate, un bello paseo que recordar, el sendero enarenado zigzaguea entre los prados bajo el follaje de los pinos que miran desde la altura el calmo mar azulado de la mañana.
A última hora de la tarde la blanca estela posa apacible sobre las aguas de la desembocadura del río Barbate. Celline, ¿por qué me acordaré yo tanto de Celline últimamente? La prosa deslumbradora del último libro que leí, Rigodón, probablemente; la de quien usa el lenguaje con la familiaridad y brillantez de los grandes maestros; tanto dará si el medio es la música, la escritura o la pintura; siempre hay alguien, pocos, que caminan a infinita distancia del común de los mortales. También Celline es un poco fantoche al modo de Cela, pero hay una gran diferencia entre ellos, donde Cela es fatuo y engreído, Celline aparece como razonablemente batallador aun usando procedimientos similares al anterior; en su caso Celline se defiende orgullosamente contra la hipocresía y el puritanismo de los escritores de su época, tiene sus razones y lo hace con fundamento. Necesitaría volver a leerlo para empaparme de la fuerza y espontaneidad de su escritura, escribir como un torrente, como una continuación del lenguaje coloquial más vivo, la fuerza de un discurso que hace de la lectura un placer también fonético; y con más razón, le viene al caso, cuando el lector es excelente, como era el caso del último libro, libro hablado, se entiende.






Hace un rato terminé con La peste, de Camus. Al lado de Celline Camus parece un aprendiz de escritor, una prosa que se arrastra, que pasa por largas digresiones y estanca el relato, que repite palabras y expresiones con una no deseada frecuencia, que le falta fluidez, es decir, la fuerza arrolladora de su compatriota. Camus explica más de la cuenta, le roba al lector sus propias interpretaciones. Encuentro que hay personajes débiles y caprichosos que no se sostienen bien. Cuando leía, tenía la sensación de estar leyendo un primer borrador de una novela.






El promontorio donde se han aposentado mis posaderas -pantuflas de paño a cuadritos azules y blancos, el macuto como almohada y un novísimo aislante como sofá porque el anterior se quedó hace meses, pobre, en un barrizal de un camino de Ucrania cuando intentábamos salir con el todoterreno de un campo que la lluvia torrencial de la noche había convertido en una trampa. No sirvió para nada ponerlo bajo las ruedas del coche, pero ahí quedó destrozado mi lechó de tantos y tantos años de vivacs. Un lujo de comodidades para el lugar; el promontorio, decía, entra en el mar y me deja el contento de la apacible agua del río a un lado mientras que al otro barbotea el tumulto de las olas. En este apéndice rocoso encontré un bunker, me asomé, albricias, estaba limpio; ahímontaré mi vivac para esta noche. Hoy no habrá viento que valga, ni siquiera arena.








Mientras tanto voy a hacerme una merienda a base de leche y plátanos, una reminiscencia de la niñez; estrenaré también de paso unos cubierto que me compré de capricho el otro día, cubiertos de titanio, ahí es na; cosa de ahorrar peso y buena mano de un dependiente que hubiera sido capaz de venderme más cosas innecesarias de las que pueda necesitar. No me traje el repelente; mal hecho, lo mismo me dejan la cara como un coladero los mosquitos mierderos.







1 comentario:

Noches de luna dijo...

Celine tiene una ideología detrás. Cela sólo la de su propio yo en el sentido menos profundo de la palabra. En relación al respeto de Celine por el lector, pienso en Bulgakov (ahora La guardia blanca) que al respeto une una escritura que parece destinada a sí mismo, como si disfrutara de escribir y leer al mismo tiempo.
Aquí también se oye la música del agua, en el estanque de El Chorrillo.

Un beso