Embalse de Almodóvar, Parque de los Alcornacales, 08/04/10
El viento no deja respiro, viento de frente. Me fui del mar huyendo de la carretera y me encontré con el viento. Por la sierra de la Plata el paisaje era hermoso y el camino discurría entre breves despeñaderos y alcornoques de porte mediano mientras yo iba escuchando las desventuras de Rafael que, después de un intento de suicidio encuentra un hermoso motivo para vivir en los ojos de la joven Fedora; La piel de zapa, de Balzac. Como todavía mi cuerpo está en fase de hacerse a estos aires y a las largas caminatas, necesita de vez en cuando buscarse un refugio bajo los árboles para tomarse un respiro; una curva del camino a sotavento donde todavía era posible escuchar medianamente mi lectura; pero no más allá, a barlovento le pegaba tan fuerte que era necesario caminar como quien va a embestir con el aire. Me dirigía a Facinas, allá en el llano, a los pies de la sierra de los Alcornocales, después de atravesar una suave ladera donde grandes gigantes de aspas calmosas giraban parsimoniosos aprovechando los embates del viento. Comí en El Ventorrillo, un restaurante vecino al pueblo, un nombre que parecía de choteo para un día como el de hoy.
En mitad del viento, casi a la orilla de la nada, un cartel: Aldea geriátrica; supongo en qué consiste el lugar. Recuerdo aquel film, La leyenda de Narayama. Como los elefantes, elegir el lugar para pasar los últimos días y morir. Hacer años, cuando unos amigos nos hablaron de la idea de comprarse una casa en un lugar así, consideré la idea grotesca; hoy guardaría simplemente silencio. Una casa, un lugar con todo a mano, médicos, especialistas, enfermeras. Dios santo, ¿habré de recurrir en alguna ocasión a estas cosas? La empresa que creó este tinglado eligió para su aldea el páramo; ni árboles, ni playa, ni un sólo lugar para pasear. No puede haber nada mas inhóspito. Aminorar costos, no existe otra explicación para construir una “aldea geriátrica” en medio del desierto. De hecho estas cosas, cosas de la edad, son cuestiones que quisiéramos obviar, pero ahí están, más reales que nada persiguiéndonos constantemente con su sombra.
La fragancia de la aulaga, el continuo alboroto del viento, los reflejos últimos de la tarde sobre las aguas encrespadas del lago. Son los compañeros solitarios de mi vivac de hoy. Tampoco tengo cobertura, así que me faltará también ese rato de conversación que tenemos todas las noches contándonos todos los acontecimientos del día, yo de mi caminata, ella de cómo va nuestra huerta recién estrenada. Ayer habían salido las acelgas y los rabanitos. Me costó trabajo pero al fin encontré un pradito cerca del agua donde no llegaban las ráfagas de viento. Después de comer anduve diez kilómetros contra el viento, un trabajo demasié, de verdad, así que cuando encontré un rinconcito me puse las pantuflas, me tumbé y me dediqué a mi lectura, típicos y tópicos personajes de la comedia humana del siglo XIX, el dinero, siempre el dinero el camino de perdición de todos esos tipos que está dispuestos a entregar media vida por poder lucir en sociedad algo más de lo que realmente disponen, y, además, el amor, esas damas inalcanzables, coquetas, tan bellas, tan peripuestas, tan frígidas, añadiría yo, a juzgar por ese moralismo de que los viste Balzac, y que parece que no tenía nada que ver con lo que él mismo hacía de su vida.
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