Hoy muy de temprano me perdí, bien perdido, quiero decir; andaba un poco distraído con mi lectura y cuando quise darme cuenta había dejado atrás la trocha que debía de tomar. No pasa nada, todo los caminos llevan a Roma. Tuve que saltar tres o cuatro vallas de espino, rodear un par de montes y subir por un angosto valle cubierto de apretada maleza; pero el paisaje era bonito, olía a lavanda y a hinojo; abajo las cebadas cubrían el fondo valle y se veían lejanas casas rigurosamente de blanco. Después, ya encarrilado, aquí los caminos son carriles, me sentí llamar a lo lejos, alguien me hacía señas para que esperase. Sólo una pregunta, me dijo, ¿dónde le dijeron de este camino?. ¿Quien me va a decir de este camino si viene un lugareño con toda pinta de ser el cabrero y dueño del lugar?, pues la Junta de Andalucía, su web, la autoridad, vamos, que uno no anda por ahí avasallando la propiedad privada. Ah, la propiedad privada, cuántos disgustos, tantos propietarios, tantísimas tierras, inmensas a veces, acordonadas por señoritos de la ciudad, verdaderos señores feudales de la inmensidad andaluza. Pues eso, que a mí me mandaba la Junta Andaluza. Y entonces va y empieza a contarme una larga historia de pleitos ganados a la Junta para impedir que por allí no pasara ningún bicho viviente, no cogiera nadie los espárragos, coto cerrado para todos los mortales, aunque los caminantes tengamos que dar alguna decena de kilómetros de vuelta para sortear la dichosa propiedad privada. Es que dejan los portones abierto y se escapan los animales, es que hay gente mala, es que... Pero el hombre se va calmando poco a poco, tendrá que bregar con la Junta, un servidor es pacífico y si a usted le molesta que pase por aquí ahora mismo me doy media vuelta y no se habla más. Pero no, el hombre aparte del cabreo de que le atraviesen su tierra tiene pinta de buena persona.
Siguen lomas y ondulados campos de cebada, campos alfombrados de flores, algún cortijo que apenas se tiene en pie, abandonado, solitario entre el campo rabiosamente verde. Valles que corren siguiendo la dirección de levante hasta tropezar con extensos olivares que en un abrir y cerrar de ojos se precipitan cuesta abajo sobre el pueblo de Serrato. Casitas pequeñas y blancas, como un ramillete de flores en mitad del oleaje calmo de las cebadas que se pierden en el horizonte con el sólo apremio de un cerro calizo que se alza interponiéndose en el paso hacia Ardales, mi próximo destino.
Terminé con Bolaño., ¿El balance?, bueno. Una lectura más que agradecer a quien la sugirió, en este caso mi amiga Raquel. Siempre es de agradecer cuando uno tropieza con un libro por causa de alguien que nos lo sugirió. Esta noche mismo continuaré con Proust. Ah, qué interesante sería hacer un estudio comparativo entre los personajes de Proust y los de Bolaño, por ejemplo. La vida es corta, muy corta, y teniendo esta obviedad en cuenta realmente los personajes de Bolaño son bastante más coherentes que los de Proust. Me encanta Proust, pero a veces su gente me hace sonreír, sus criterios de casta, más o menos como en la India, la casta de la alta burguesía con sus formas de hacer, sus sentimientos de clase, con su complicado y sofisticado mundo de normas, sus mansiones, sus sutilezas, su pedigree; su mundo es un mundo cerrado, en definitiva un mundo mucho menos libre que el nuestro. Castos señores y señoras que apenas rozan sus manos o sus mejillas. Allí nadie coge, como diría Bolaño, sería una soberana grosería entrar en las alcobas y continuar con la narración; las pasiones se viven bajo sordina, Proust parece que no tuvo ninguna experiencia sexual durante su vida, eso leí. Es un mundo mediatizado, algo castrado. Y que conste que, por supuesto me gusta más Proust que Bolaño, algo también obvio, las sutilezas del espíritu y de los sentidos y su maravillosa prosa hacen de los ratos de lectura un placer sin igual. Sin embargo a uno le gustaría que Proust se hubiera atrevido a explorar otros mundos, aspectos de la vida que nos son caros y vitales y que nos gustaría ver reflejados con esa prolijidad con que tantas veces usa para detalles de aspecto insignificantes, pero que tanta importancia tienen para el individuo. El mundo de las sensaciones siempre un paraíso que degustar con él.
El cielo se fue apagando, quedaron las sombras de los pinos sobre un horizonte carmesí en donde todavía flotan hilachos de tarde. Las esquilas lejanas, algún perro ladrando más arriba de los prados, un arroyo amigo que canta bajito junto a mi vivac. Buenas noches.
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