Cuando el sol ha decendido un palmo sobre el horizonte, emprendo mi camino con la esperanza de encontrar agua en algún sitio. En última instancia he visto que mi itinerario atraviesa el Guadiana Menor... quien sabe. Una hora y media después estoy sobre los ojos del puente contemplando las tumultuosas aguas del río, pastosas, agitadas, con aspecto de agua de limón. Veo pasar un land-rover y le paro, le pregunto si tiene agua que pueda darme. No tiene. Hombre, dice, un poco gorda es, y me señala el río; antes se bebía. También me señala un cercano cortijo. Esto, desde luego no es agua Solán de Cabras, pero podrá beberse. En algo me recuerdan aquellas lejanas aguas del río Indo, un año que viajábamos por el Karakorum, en Pakistán; viajábamos veinticuatro personas en la caja de un Toyota, algo bastante demencial, y, cuando fue tiempo de descanso paramos junto a un chiringuito plantado en mitad de la nada, a la vera de la tortuosa pista de tierra. Asomando la cabeza sobre un muro de piedra, se veía al fondo, unos cien metros más abajo, las turbias aguas del río, achocolatadas, espesas, vamos, como un chocolate bien cargadito. El agua podía cortarse con un cuchillo. Todos los pasajeros se precipitaron sobre la tirolina, que portando un cubo en la línea descendía hasta el río, por otra parte el único agua disponible en la región. Estaba fresquita, fresquita y espesa. Después de pasar un mes por aquellas tierras creo que quedé inmunizado para siempre.
Ahora, entre el culo de agua caliente que me queda y la del río, prefiero la de éste, que no tiene mal sabor y que por demás está fresquita. ¡Qué delicia poder beber todo el agua que quieras... !, como aquel personaje de Roa Bastos que se bebió el río entero para apagar el fuego que tenía dentro.
Pasó un día y medio. Ahora, sentado agradablemente en una cafetería de Cazorla, degusto la jornada de ayer. Sí, antes de que pase al baúl de los recuerdos como un día de esos en que uno no puede con su cuerpo, no se sabe si por mor del calor, del cansancio mondo y lirondo o por no haber dormido las horas que mi cuerpo demandaba. Tampoco me fue bien con la comida. La larga jornada después de Jodar no se prestaba a comer bien, por una parte la ausencia de restaurantes y por la otra mi negación estos días a cargar lo menos posible hizo que chapuceara exclusivamente embutido, que por otra parte no me apetecía. Se juntó todo, ayer tuve que tumbarme tres veces en una sombra para huir del exceso de calor y para mitigar mi cansancio. Me quedé frito las tres veces, y las tres veces me despertó el sol, que habiendo desplazado la sombra del olivo más allá de donde yo me había aposentado escocía como la cercanía de una fogata. Era mucho el calor. Se preparaba tormenta. Luego en Quesada, mientras comía en un restaurante descargó con toda su fuerza, las calles se convirtieron en río en cosa de unos minutos.
Dormí en lo alto de la sierra, bajo una encina para evitar el relente y para protegerme ante la eventualidad de que volviera a llover (bien pobre protección en verdad). Estaba tan cansado que no pude engullir absolutamente nada, agua en cantidades tan solo. La mañana siguiente fue un agradable descenso de dos horas y medias por el agreste paisaje de la sierra de Cazorla.
Mañana tenemos fiesta familiar en El Chorrillo, así que dejo mi caminata por unos días.
1 comentario:
Menos mal que la fiesta familiar te quitó del calor, capaz de producirte un golpe. Cazorla es preciosa, la conocí hace años, y disfruto viendo tus fotos.
Un beso,
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