Coto Ríos-Pontones, 05/07/10


Vivir al raso y al ritmo que la naturaleza va marcando tiene sus compensaciones. Pega el sol al salir de Coto-Ríos con una rotundidad tan fuerte, que, pesado por un enorme plato de ajetes, un puding de café y un descafeinado, veo tambalearse el camino frente a mis narices; me aplasta tanto la pesantez del calor que sólo pienso en encontrar un pequeño prado junto al Guadalquivir para despanzurrarme sobre la hierba y no volver a saber más del camino hasta que la clemencia del sol aminore y venga a medioesconderse en las lomas vecinas. Y dicho y hecho, apenas tengo tiempo de coloca la cabeza sobre las botas y ya estoy dormido como un ceporro, acurrucado bajo un enorme sauce que me guardará del sol al menos durante tres horas. Y me despierto y me doy un baño, y se me pone el cuerpo como recién estrenadito. Y como todavía falta bastante para que el sol asome por el parasol del sauce, conecto mi novela y me embeleso con la inconfundible voz de un narrador seguro y de acento cálido. Transcurre una hora y media, y mientras me doy otro par de baños en las verdosas aguas del Guadalquivir, lentas, mansas como las de un lago en esta parte del valle. Y al fin me decido a recoger y reemprender el camino, una hora, dos a lo sumo, me digo; y tomo valle arriba por el camino de las Espumaderas. Y quiero parar cuando el sol dora las cumbres, volviéndolas de miel y ámbar, pero no encuentro ningún prado a mi gusto, un miradero desde donde asomarme metido ya en el saco de dormir; y subo y subo y ese ritmo de la naturaleza de que hablaba se vuelve contra mí, porque debería haberme quedado junto al río mucho más abajo y sigo subiendo y subiendo... y naturalmente se me hace de noche. Y sólo porque en el siguiente recodo se me parece que acaso encuentre un collado, un prado, un nosequé. Total que me toca dormir en plena pista forestal, siempre con el sonido del agua en el fondo, pero lejos, sólo una sonaja que acompaña al suave movomiento que la brisa impone a las copas de los pinos.



Menos mal que me queda el consuelo de unos melocotones, redonditos, grandes, sabrosos, que me voy comiendo poco a poco como interludio entre mi cansancio y la hora de la cena, mientras escribo estas líneas, al tiempo que en el cielo se va desvaneciendo la luz de una jornada más.
Vivir al raso es una especial manera de ir pasando la vida. Y la verdad es que me gusta montón. Ir pasando los días, las semanas, los meses con una buena ración siempre de sol en los ojos, me produce la sensación de quien va caminando con un buen fajo de verdades bajo el brazo. Porque verdades haylas por todos los lados, más, cada uno tiene su verdad y, probablemente, la verdad del vecino sea tan verdad como la de uno, pero lo cierto es que la certeza de la misma, el aplomo con que ésta se nos presenta cuando vivimos en soledad y como salvajes sin patria, día a día, semana a semana, es tan fuerte que uno se siente en la disposición de afirmar que ha descubierto una nueva religión mucho más real y verdadera que las otras; y se me ocurre así, como simple presentimiento, de la misma manera que hoy, a raíz de algunos razonamientos se me ocurría que muchos de los regidores de nuestro mundo espiritual global o viven en la hinopia o son unos cretinos que, tergiversando el mensaje del Evangelio, rizan el rizo de una religión imposible y totalmente incongruente; y es que desde la última vez que visité el Vaticano, hace algo más de medio año de esto, me parece tan ridícula esa Iglesia en cuyo seno viví hasta la adolescencia, que no paro de decirme, que si resucitara ese Jesús que arrasó a los vendedores del templo, seguro que no dejaba títere con cabeza de todo ese montaje eclesial. Gente que nunca su quiso, vaya a saber usted por qué, interpretar medianamente una parte sustancial del Evangelio, y que sin embargo... etc. Vamos, que si esta gente se hubiera aplicado el cuento aquel de los gorriones que Jesús tanto predicara mucho mejor les iría, tanto a ellos como a nosotros. Y se me ocurre eso, que una religión basada en la sencillez evangélica y no en aquellos delirios de grandeza y boato que levantaron Julio II y sus adláteres empeñados en construir aquel bello tinglado que se llama en conjunto El Vaticano, quizás habría tenido menos adeptos, pero en cualquier caso no habrían necesitado de esas grandes dosis de hipocresía ni de esplendor material para vivir el espíritu que pretendían emular. Puaf.



Para mí, puesto a inventar religiones útiles, y dando por supuesto que eso de seguir viviendo después de morir es sólo un invento para consolarnos de nuestra incapacidad para adaptarnos a una realidad monda y lironda, creo que inventaría algo sencillito, digamos algo que permitiera vivir en paz con uno mismo y que tratara por todos los medios de incordiar al prójimo lo menos posible. Y la naturaleza es un buen lugar para cultivar estas cosas. Yo, algunas mañanas, mientras desentumezco mis músculos y mi cerebro, y adapto mi caminar a la madrugada que comienza, mis ojos puestos en las estrellas o en las sombras de los árboles contra el firmamento, voy recitando reiterativamente una suerte de encanto que reza así: Namúamidamúchu, Namúamidamúchu , Namúamidamúchu Namuamidamuchu, diez, cien veces, no las cuento, pero muchas, un mantra que repito cada mañana y que me reconforta y da suavidad a mi espíritu. Cuando estuve hace unos años en Camboya, visité una madrugada las pirámides de Angkok; en la cumbre de una de ellas, mientras amanecía de un azul pálido sobre la jungla, veía reflejarse oscura e intemporal la imagen de un buda sobre el horizonte. En aquel momento abandoné mi rol de viajero y adopté el de peregrino, asumí la posición loto y recité ese mantra de Namúamidamúchu mientras mi mente retenía el espíritu del Buda en su interior. La Naturaleza despertaba sobre una selva húmeda que dejaba el velo de una calina suave sobre los enormes ficus de los templos; Namúamidamúchu, el nombre de Buda, era la paz en mi espíritu en comunión con una naturaleza donde la casualidad permitió que yo fuera un visitante peregrino de excepción aquella mañana.
Y se me hace tarde y mañana tengo que levantarme muy, pero que muy temprano, así que se acabó. Buenas noches.









No hay comentarios: