En la Caldera de Taburiente

Lomo del Derrumbadero, Barranco Verduras de Alfonso, 05/06/11

El ruido cantarín del agua, la niebla, el abismo que se abre a mis pies, la soledad, hacen del momento uno de esos instantes extraordinarios que uno se encuentra imprevisiblemente en la vida. Ni sé lo que me falta por recorrer, ni exactamente donde estoy. Son las cuatro de la tarde y es la primera vez que paro después del desayuno de media mañana. Nunca pensé que esto era así, tan abrupto, tan solitario. Es domingo, pues ni aun así un alma. Sólo el murmullo leve del agua y el abrigo silencioso de la niebla envolviendo los escarpes, los pinos que crecen frente al precipicio.

Poco después de emprender mi camino esta mañana pronto apareció a mis pies el magnífico mar de nubes que cubría el valle por completo, la Caldera de Taburiente aparecía engullida por la niebla. Por el este el paisaje era similar, una extensión indefinida, blanca y brillante se extendía sin disolución de continuidad hasta tropezar con la silueta esbelta del Teide, que despertaba en la distancia como un titán que se alzara de las aguas. Sin embargo quince minutos mas tardes, la niebla proveniente de poniente empezó a levantar hasta apoderarse de la loma por donde caminaba. Cuando empecé a descender, encaminando mis pasos hacia Taburiente, levantó algo, abajo se veían los pueblos de El Paso y Los Llanos de Aridane.


 

En la Cumbrecita, cruce de caminos en donde muere una pequeña carretera, un cartel indicaba la prohibición de continuar el camino, mi camino, después de dos kilómetros; así, sin más; se iba al carajo mi proyecto de dar la vuelta a toda la Caldera por su parte alta. Seguí mis inclinaciones, que en general consisten en hacer caso omiso de este tipo de prohibiciones, que no indican una fuerza mayor, tan sólo el veredicto de una autoridad que vaya usted a saber. En última instancia lo más que me puede pasar es que me lleve una bronca. El camino lo estaban arreglando, una estrecha senda de medio metro de ancho que pronto empezó a discurrir por encima de un abismo cada vez más impresionante. Admirable trabajo, chapeau por los promotores del proyecto. En ocasiones el camino es tan estrecho que debo girarme ligeramente para que el macuto no tropiece con las rocas de la pared. La niebla viene y va a su capricho por las hondonadas de los barrancos. Siento que se me encoge el estómago caminando sobre este vacío. Magnífico e impresionante itinerario en donde es necesario prestar toda la atención del mundo a donde se ponen los pies, porque un descuido, un tropezón y ya no eres tú sino un difunto. Después de dos kilómetros una cinta blanquirroja corta el camino. Tendría que haberme encontrado con un guardia civil con la escopeta en la mano para haberme privado de seguir disfrutando de la sustanciosa adrenalina que mi cuerpo estaba empezando a destilar con este riesgoso paseo. Más allá de la prohibición el camino se deteriora ostensiblemente haciéndose en algún lugar francamente peligroso pese a las cadenas que hay instaladas a modo de pasamanos. No es que sea difícil, que no lo es, es que la cosa impone, es que desde la estrechísima senda la caída es tan rigurosa que pone mi organismo en tensión. El ir solo acrecienta esta sensación de peligro.

En cierto momento que queda enfrente la ladera por donde ha de continuar el camino, miro asombrado por donde ha de continuar éste, tan rigurosamente vertical es toda la ladera. Cuando llego al final encuentro que efectivamente el camino huye de aquel vacío y sube directamente por el barranco a encontrar un lugar más accesible. Una dura subida a cuatro manos que me deja el cuerpo bastante cansado. No pasará mucho tiempo antes de que encuentre este recoleto rincón con agua en donde me tomo un respiro y ya de paso dejo testimonio del instantes.

Conozco pocos lugares tan magníficamente salvajes como éste. Me asombro por este precioso encuentro. En once horas de camino sólo he conseguido llegar un poco más allá del vértice que marca mi itinerario, muy lejos todavía de Los Llanos de Aridane. Enormes y oscuros barrancos que caen precipitados en el vacío y que, el camino, bravamente trazado sortea, atraviesa rodando siempre al borde del precipicio. Cuando el camino describe una enorme V y yo miro desde uno de los trazos, me parece mentira que al otro lado pueda discurrir el camino; y discurre, a veces con la ayuda de pasarelas de cadenas, pero discurre, camino de altos vuelos que no se corta un pelo y arremete con todo lo que le echen, un par de cascadas, un empinado barranco, una escurridiza ladera por la que dudé en pasar porque me parecía en exceso peligrosa y no había pasarela que valiera porque problablemente el terreno cedió y quedó apenas un palmo para pasar y donde tuve que hacer varios escalones a base de patear el terreno. Un problema de decisión y arrojo principalmente porque el vacío era riguroso. Tomé las coordenadas del lugar para dejar aviso del peligro en algún sitio. Un itinerario que lleva un par de días recorrer puede verse truncado si no se tiene una cuerda a mano con que pasarlo con un mínimo de seguridad.

No tengo más remedio que improvisar un vivac en una pendiente junto a un arroyo que suena estrepitoso cien metros por debajo de mí. Hago memoria del día y me siento muy satisfecho, contento por haber atravesado por este hermoso y asalvajado lugar. En lugares como estos la soledad es un acicate poderoso para sentir en toda su plenitud no sólo el pulso subterráneo de la Naturleza, sino para escuchar el propio latido, el propio miedo, la incertidumbre, la fuerza que hace que nos sintamos plenamente nosotros, pequeños, diminutos, pero a la vez fuertes y satisfechos de nosotros mismos. 















 

3 comentarios:

la granota dijo...

¿Pero cómo te metes tú solo por ese camino?

De nuevo, preciosas fotos.

Alberto de la Madrid dijo...

No sé si conoces ese camino, pero me fascinó y me impresionó.

la granota dijo...

Si sé cuál dices, creo que es uno de esos caminos tabú de La Palma, de los que te dicen, ahí ni se te ocurra ;)