Barranco de las Angustias



Barranco de las Angustias, 06/06/11

El fin del día transcurre frente al mar, lejano, apenas tintado con los colores cálidos de una aguada. Desde la ladera sur del Barranco de las Angustias, un camino que baja sin miramientos hacia el fondo del barranco, espero la noche para colocar mi tienda. Lejos se oyen los coches que bajan y suben el barranco, al fondo está el puerto, algunos pajarillos pían subidos en las ágabes americanas que con su tallo inhiesto aparecen como árboles escuálidos.

Esta mañana abrí los ojos, miré fuera y me encontré con que una espesa niebla rodeaba el lugar. Andaba medio adormilado, pero el instinto de la pereza es tan vivo que visto y no visto enseguida me encontré con una magnífica disculpa para remolonear dentro del saco de dormir. Me dije: tío, ahí fuera hay una niebla de narices y esto está muy pino, vete a saber si entre la maleza sale algún oso o un lobo. Y sí, coló, vaya que coló, no me desperté hasta pasadas las nueve y medía. Jo, qué pasada. Bajé durante media hora con la cabeza gacha muerto de vergüenza. Allí arribota perdido en medio del fin del mundo debería haberme espabilado para... ¿Para qué? Eso, pa qué. Pa qué esto y lo otro si todo es un juego; que me quiten lo bailao, y, además, lo cojonudamente que le sienta al cuerpo darse de vez en cuando el platazo de gusto de la cama hasta que el sol le da a uno en los ojos. 

 


Por lo demás la bajada no tenía desperdicio, seis, siete horas de barrancos, uno tras otro; unas veces por el fondo, otras subiendo por empinadas pendientes que sorteaban los lugares impracticables; siempre esas magníficas y salvajes escarpaduras por todos los lados. Algo de lo que la fotografía puede dejar una misérrima representación y que difícilmente se explica, se describe. Ni siquiera los pájaros deben de habitar el lugar, un par de cabras montesas o rebecos, no sé bien, que vi en las alturas, por lo demás sólo el sonido bronco de los arroyos que a cada momento venían a ensanchar el caudal principal.

El último tramo me pilló a traición. Acostumbro, mala costumbre, a mirar los mapas por encima confiando en que bueno, lo que sea será; pero hoy, lo que yo estimé una bajada continuada hasta Los Llanos de Aridane, se convirtió de sopetón en una subida de mil demonios. Andaba por el cauce del Barranco de las Angustias tranquilamente metido en un libro de filosofía que con las idas y venidas del camino se me estaba haciendo incomprensible, cuando de pronto me encuentro que el camino tira a pico hacia arriba por una endiablada pendiente. Tuve que apagar el ipod del susto. Dejé a Karl Popper, En busca de un mundo mejor, definitivamente, mejor lo sustituiría al próximo día por El centro del aire, de José María Merino; estas cosas tan sesudas no son para el camino y menos cuando estos se empinan de repente hasta parecer una puñalada en el pecho más que otra cosa. No sé cuántos metros subí, pero a mí me parecieron cinco o seis mil metros: más o menos la altura de alguno de los primos hermanos del Everest. Menos mal que cerca de aquella altura tan alta encontré a una moza que se prestó a prepararme, tan fuera de hora, un respetable plato de carne a la plancha y algo de ensalada. 



  

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