La cabra


Ses Mosqueres, 29/07/11


El hábito de levantarme pronto hace que me despabile antes de que empiece a amanecer. Hábida cuenta de que el camino era algo complicado y me iba a orientar mal en la oscuridad, había puesto el despertador algo más tarde, pero fue inútil, después de esa hora en que acostumbro a levantarme ya no soy capaz de dormirme. Remoloneé un poco pero terminé por levantarme antes de que sonara la alarma. La temperatura era algo baja para mi impedimenta de verano, las predicciones de temperatura en Mallorca no son las mismas que para la Tramontana a mil metros. Me costó un rato de camino el quitarme la tiritona de encima.



Es un monte cerrado y prieto donde pierdo de continuo los hitos de referencia, una senda que apenas deja huella en la ladera. De vez en cuando me encuentro un círculo de piedras, perfectamente aplanado que supongo es el lugar que utilizaban los carboneros el pasado siglo para hacer carbón; también dejo atrás algunos hoyos que antiguamente eran empleados para fabricar hielo. El camino da vueltas y revueltas ladera arriba, baja, vuelve a subir. Y debo seguir ciegamente la línea que me marca el gps, no hay ninguna referencia posible durante un par de horas, tan sólo una valla que acompaña por un rato la línea de mi itinerario. Cuando mi estómago me dice que ya va siendo hora de desayunar, busco una sombra junto al camino y echo una ojeada al mapa. Hoy, o voy de suerte o es que mi cuerpo está funcionando ya a un buen ritmo. Me encuentro con que sin comerlo ni beberlo he recorrido ya más de dos tercios de la etapa de esta jornada. Al ritmo de ayer contaba con llegar después de comer a Esporles y me encuentro con la agradable sorpresa de poder sentarme a gandulear bajo las encinas si no quiero tener que esperar a que abran el restaurante.
Sentado a la medio sombra del encinar voy sorbiendo poco a poco mi café. Es agradable no tener prisa y, relajado y con el estómago complacido dedicar, por ejemplo, unos minutos a escribir estas líneas. He ojeado el mapa y resulta que Valdemosa está a tiro de piedra después de Esporles, lo que sitúa bastante cerca mi objetivo último de esta sierra: Pollença, ya que desde Valdemosa pretendo tomar un autobús hasta Lluc, justo para saltar el recorrido que ya hice el pasado mes de mayo.
De repente oigo rodar unas piedras que caen a unos pocos metros de donde estoy sentado. ?? Mirada por la izquierda, mirada a la derecha: nada. Un minuto después levanto la vista de la pantalla y me encuentro a mis espaldas una cabra con sus ojos saltones puesto en este extraño bicho que hay en el camino, barba de tres días, pelo al dos; animalejo satisfecho esta mañana absorto en darle con los dedos a unas cositas negras que al ser accionadas van dejando rastros de pequeñas filas de hormigas sobre una pequeña televisión. El bicho ese además va vestido, esa manía que tienen algunos seres de estas islas de cubrirse con telas de colores, esos pirados que aparecen de tanto en tanto por estos caminos con un enorme bulto en la espalda y dos palitos en las patas delanteras en los que se apoyan para subir. La cabra, una vez visto el insignificante panorama de un humano más, deja de hacerme caso y se larga con la música para otra parte.
Ah, si los animales pudieran razonar y escribir sus disquisiciones en rústicos tomos de piel; escribir sobre esos otros habitantes de la tierra, que orgullosos y un poco locos andan por ahí como amos del tiempo y del espacio, compartimentando la tierra, repartiéndosela, poniendo vallas de piedra o espino aquí y allá y erigiendo cartelitos que dicen: propiedad privada. Si por milagro una cabra supiera qué es eso de la propiedad privada, aquí, entre estas peñas, si supiera el significado de tanta valla, seguro que no paraba de reírse del invento hasta el final de sus días.




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