La dignidad al poder


Palma de Mallorca, 25/07/11


Aterrizar en Mallorca al mediodía y ponerse a caminar ya mismo paseo marítimo adelante camino de Andratx, la verdad es que no es nada estimulante, y más con el sueño que llevo, así que me refugio en el primer complejo comercial con el que me encuentro, aire acondicionado, gente comprando, terrazas para tomar cerveza y comer. Y como, y el final lo aderezo con un coulant de chocolate con helado de vainilla y café. ¿Y ahora? Buscar a toda prisa una sombra en un lugar discreto y abandonarme a una prolongada siesta que repare mi falta de sueño. No tardo en encontrar una bajo los pinos, allá mismo junto a la carretera. Bajo las ramas del pino la temperatura es agradable, saco mi impedimenta de caminar, unas mallas y una camiseta sin mangas, coloco junto a mí el paquetito del mosquitero por si acaso y durante tres horas caigo en un sopor del que no es capaz de sacarme el ruidoso tráfico de la carretera próxima. El sol ha girado benévolamente escondido entre las ramas, el tapiz de pinácea acoge mi sueño con benignidad.



A mi cuerpo parece venirle muy desprevenido esto, quizás debí adelantarle alguna seña de lo que se aproximaba. Así, de golpe, pasar de los trabajos de la parcela, las largas tardes de lectura acogido a la penumbra de la cabaña, la agradable pereza que se desprende de vagar por los libros y mirar caer la tarde allá por la sierra del Valle, no propician para este brusco cambio. Hace más de un mes que regresé de La Palma y desde entonces apenas he dado un corto paseo por los alrededores de mi casa.

En el avión me despertó el qué bonito de la pasajera de al lado. Me dormí nada más despegar y ahora estábamos sobrevolando la isla Dragonera; algodonosas nubes flotaban sobre la Tramontana, una superficie nívea con grandes agujeros a través de los cuales asomaban las estribaciones del Teix, Valdemosa, el lago sobre Sóller.

Pensé recomenzar mi camino al final del Torrent de Pareits, donde lo dejé hace un par de meses, pero después decidí salir del puerto de Palma hacia Andratx para allí tomar el GR-221, llamado Ruta de Piedra en seco, que atraviesa toda la Tramontana hasta Pollensa. No sé qué saldrá de todo esto, todo depende de lo poco o mucho que me agobien la invasión de los turistas y sus instalaciones en toda la línea de costa que no sea precisamente la Tramontana.

Cuando me despierto de la siesta, noto que todavía me dura el regusto de la fiesta de ayer entre Atocha y la Puerta del Sol, una vez más la esperanza de que todo llegue a cambiar, un poco, algo más que un poco... Salir de este deprimente panorama político, política secuestrada por el PP, por el PSOE, por las grandes empresas, por los bancos, por intereses económicos canallescos, ese adjetivo que usa Noam Chomsky para calificar a los estados/el estado más poderoso del planeta, un libro que me prometo comenzar mañana mismo. Era emocionante ayer encontrarse con tanta gente dispuesta a hacer frente al desvarío del sistema, a la gazmoña actuación del gobierno socialista frente a los que tienen el dinero, frente a la Iglesia; y hacerlo con esa alegría en el cuerpo, con ese sentido del humor; gente que se ha pateado España desde los más dispares rincones del país para acudir a este encuentro que no es otra cosa que un grito, grito por la dignidad, como rezaban tantas pancartas.



Mientras me pongo en camino rememoro nuestro encuentro con dos viejos amigos que no veíamos desde hace más de una década, y que venían caminando desde Granada integrando la asamblea del Sur del 15-M. Jorge y Nuria. Y compartir los sucesos de estos diez, quince últimos años, y hacer una pausa para gritar los slóganes de rigor, o seguir las parodias a cargo de un grupo de gallegos. Y encontrar en la conversación que, efectivamente, todavía es posible hacer algo en este país, que parece que no todos duermen, que hay gente dispuesta a poner la conciencia de un pueblo en el alto lugar preeminente que debe de estar.

Esta noche dormiré en una tumbona de la playa, lugar cómodo sobre el escenario musical de las olas. 



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