Micaela, Víctor, Margalida, encuentros en el camino.


Playa Des Caragot, 05/08/11

La playa se ha quedado vacía al final de un día de calor. La isla de La Cabrera aparece en medio del mar del final de la tarde envuelta con los tonos azulencos de la distancia.



Dos días especialmente densos, por las horas de camino por el atractivo de las numerosas y bellas calas que atravesé. Desde mi último post, ayer por la mañana, tengo la sensación de que haya pasado un tiempo mucho más dilatado. Tiene que ver con el hecho de haber entrado en contacto con el mundo, los restaurantes, las tiendas, pero sobre todo por el encuentro con Margalida y Víctor con los que había quedado ayer noche en un restaurante que se asomaba al agua desde lo alto en Cala Figueras. El hecho rompió mi soledad, mis hábitos y por tanto me alejó del contacto con mi escritura. Está bien cambiar de ritmo. El encuentro con esta pareja de mallorquines siempre es un estímulo para el caminante. Era muy agradable beber cerveza y charlar sin prisa alguna después de una larguísima caminata. Cuando nos despedimos era más de media noche. Junto a los acantilados que rodean Cala Figueras encontré un sendero sobre la roca y en él una plataforma frente al faro, una especie de nido de águila sobre el mar que sonaba monótono en las profundidades. Los destellos del faro acunaron mi sueño.




Me desperté con el cielo manchado de carmín claro. Bajo la sombra espectral del faro se deslizaba un barco pesquero. Después de hablar con Víctor y Margalida rectifiqué mi itinerario, que en este lugar corría sobre un paralelo para alcanzar la costa de nuevo en la Colonia de San Jordi; seguí sus indicaciones, daría la vuelta hasta el extremo sur llegándome hasta el cabo de Salat.



La tarde anterior mi teléfono había registrado una llamada de un número desconocido. Llamé, nadie contestó. Volvió a sonar mi teléfono un rato después, se trataba de una muy agradable sorpresa, era la amiga Micaela. El veinticuatro de julio nos habíamos encontrado en la manifestación con sus padres, él venía caminando desde Granada con la asamblea andaluza. Buenos amigos que hacía más de dos décadas que no veíamos. 
Y ahora era su hija, con la que por entonces tanto nosotros como mis hijos habíamos compartido una suerte de confraternidad como consecuencia de las muchas cosas en que coincidíamos, una familia con la que proyectamos bajar el río Tajo en una balsa fabricada con ruedas de coche, idea de Jorge, y con quienes bien podríamos haber emprendido cualquier proyecto de viaje de los considerados disparatados. Micaela tenía un contrato de trabajo en una empresa de buceo cerca de Andratx y convinimos en vernos en el faro del cabo Salat. Tuve que darme mucha prisa para llegar allí a la hora convenida, las dos de la tarde, un tremendo, bellísimo, accidentado, lleno de hermosas calas, litoral cuyo recorrido subestimé al punto de llegar a hacérseme penoso, para mí y para mis pies, que salieron lastimados del lance. Micaela apareció diez minutos después de haber llegado yo al faro, espigada, sonriente, el aspecto de buena gente que derrocha toda su familia. Comimos, charlamos largo y tendido bajo unos pinos, una buena parte de nuestra conversación se nos fue en recordar viejos tiempos, pero sobre todo en arreglar el mundo, ese milagro del 15-M en donde ella también anda metida. Una hermosa hermandad para el futuro inmediato. Hagamos votos para que tenga una larga y prolongada vida.
Nos bañamos, charlamos, me enteré por boca de esta bióloga amante de los mares de las características y formas de crecimiento de esta alga que puebla estas costas, la posidonia oceánica, y sobre las que yo gusto dormir siempre que puedo, un colchón blandito y sumamente cómodo. Antes de despedirnos intentamos contactar con Mario, que en estos momentos está en el camino de Bruselas con la gente del 15-M (Micaela y él habían recorrido juntos hace más de una década una buena parte del mundo), pero no había cobertura suficiente. De Mario dejo ahí una fotografía que aparece en al web del grupo que va camino de Bruselas, a caballo y con todo su ganado a cuesta, siete cabras.





Dormí sobre un lecho de posidonia que como un lecho nupcial me esperaba en un espolón rocoso que se adentraba en el mar. La luna se alzaba en el cielo sobre la isla de la Cabrera, el azul prusia de la tarde cerraba su telón antes de caer defitinitivamente la noche. 









No hay comentarios: