Zafra, 29/01/13
La cabeza de muñeca que me encontré ayer clavada sobre una barra de
hierro entrando en Fuente del Canto me vino esta mañana a la memoria
nada más echar a andar en la oscuridad que seguía a las últimas
luces del pueblo. A mí me pareció que aquello tenía un aspecto
algo macabro. El caso es que esta mañana la relacioné con los
tiempos convulsos de la Revolución Francesa, cuando los jacobinos,
ensañados contra todo bicho viviente que disintiera de las ideas del
momento, cortaban sin más la cabeza a los notables personajes que
habían defendido las ideas previas a las presentes e, hincándolas
sobre largas piquetas las paseaban por las calles de París ante un
público eufórico que aplaudía a rabiar. Sucedía bajo el mandato
de Robespierre. El fin de este último no sería muy diferente.
Cuando al fin su poder había sobrepasado todos los excesos hasta
convertirse en una especie de Dios y en la Cámara de Representantes
se le plantó cara, Robespierre intentó suicidarse con un tiro en la
boca; no murió, su mandíbula quedó colgando y hubieron de
sujetársela con una tela. Cuando iba camino del patíbulo tuvo la
misma expectación que aquellos cuyas cabezas se exhibían tiempo
atrás en lo alto de las picas; el momento más álgido de aquella
circunstancia fue cuando, subido ya en el estrado del patíbulo, el
verdugo quiso hacer alarde de saña y le arrancó el pañuelo de un
golpe; mientras Robespierre soltaba un alarido de dolor la multitud
aclamaba la “hazaña del verdugo” como si
aquello hubiera sido el gol decisorio de una final del mundial de
fútbol. Un ejemplo no extraño ni excepcional de como pueden llegar
a comportarse pacíficos ciudadanos bajo determinadas circunstancias.
Esta mañana, caminando en la oscuridad por una pista trazada como
por una regla que se dirige hacia la Polaris, me descomponen el
cuerpo estas consideraciones. José Antonio Marina en el epílogo de
su libro dice confiar en que la inteligencia y la razón del hombre
terminarán por abrirse camino en la barbarie, pero cuando uno piensa
lo que la historia nos ha traído desde la última década del siglo
XVIII necesariamente le entra una enorme duda.
Uno se siente frágil y asustado cuando piensa que en
algún rincón de la conciencia propia, de su voluntad pueden dormir
ideas e instintos de una naturaleza tan terrible como aquella de que
fueron objeto los parisinos de final del siglo XVIII o los alemanes
de los años cuarenta del pasado siglo.
Por demás, poco después, cuando el alba empezaba a
rayar la línea del horizonte con su línea de fuego, atravesando el
pueblo de Calzadilla de los Barros, sobre una de sus paredes todavía
colgaba la propaganda de la última campaña electoral: allí se
decía: CALZADILLA DE LOS BARROS. EL TABLÓN DE LA VERDAD. Y debajo
aparecía la jeta de un tal Rajoy; a su derecha había unas gaviota,
bajo cuyo vuelo rezaba: La verdad España. Y
como si esto fuera poco, más abajo: Pasión X España. ¿Os suena a
algo esto?
¿Es la razón y la inteligencia la que se abre paso en
este país saqueado y esquilmado por los sinvergüenzas de siempre?
Ya lo veis, huele inmensamente a estiércol, y no sólo en sentido
metafórico, hay perfumadísimo y denso olor a estiércol en este
lugar. Qué fácil es coger unas pocas palabras y hacer con ellas
juegos malabares, juegos de trilero con que engatusar y engañar al
público, qué fácil. Esto es la democracia, estos son los
mecanismos de los que se hacen con el poder en este país (y no sólo
en este país, claro), ésta es la democracia que vivimos;
engatúsales, engáñales, llena el país de carteles y falsas
promesas y después haz lo que te salga las pelotas; hasta dentro de
cuatro años, en que la gente, tan desmemoriada como siempre, volverá
a introducir su voto en una urna para seguir reproduciendo la misma
patraña.
En las
aproximaciones del polígono industrial anexo al pueblo el aparatoso
ruido del laborar temprano invade la paz del camino.
Pienso en las masas
y en su ciega conciencia cívica, su ignorancia, su barbarie no muy
diferente, cuando las condiciones se prestan a ello, a la de los
mayores locos que ha producido la humanidad. Es penoso tener la
convicción de que en cualquier momento puede volver a repetirse
alguna de las innumerables masacres que regularmente debe sufrir la
atónita población de este planeta. ¿Quien dijo aquello?: "El
hombre es un lobo para el hombre". ¡Benditos si sólo fuéramos
lobos!
Atravieso tierra de
conquistadores. De la misma manera que el otro día en Santiponce, en
Itálica, me sorprendía el ingenio de los romanos y su tenacidad
para construir aquella ciudad, hoy me admira que de esta tierra de
viñedos, encinares y olivos hubieran salido hace cinco siglos esa
clase de gente que dejó esta tierra para embarcarse en las aventuras
de lo que fue explorar las tierras de América. En una ocasión
anduve por el estrecho de Magallanes y durante unos cuantos días el
barco en el que navegaba bogó interminablemente entre glaciares y
estrechos canales por tierras que parecían no pertenecer a un
planeta real, infinitamente distantes de la civilización,
inimaginablemente lejos del mundo. En aquella ocasión, asomado a la
borda mientras veía desfilar las grandes masas de hielo que cubrían
las montañas, viví la experiencia de un íntimo reconocimiento de
estos hombres que atravesaron aquellos parajes por primera vez.
Aunque uno portugués, Magallanes, y el otro guipuzcoano, Elcano,
esta mañana los asocio igualmente a toda esa raza de hombres que dio
Extremadura durante el siglo XV y XVI.
Ya sólo quedan
rastros de estrellas en el cielo, el amanecer se las va tragando una
a una. Aún puedo ver encima de mí Arturus en la prologación de la
Osa Mayor. A mi derecha, hacia el este a punto está de desaparecer
Altair. Hacia el sur, siguiendo una línea desde Arturus veo brillar
dos estrellas que desconozco; saco mi teléfono, lo enciendo y lo
dirijo hacia ellas; ese maravilloso programa que es SkyMap para
Android, me lo dice, son Porrima y Virginis de la constelación de
Virgo. Hubo un tiempo en que cargaba en el macuto con un pequeño
planetario, también con un juego de ajedrez magnético, también
con... Sí, ahora los cien gramos de mi teléfono, que es una
computadora multifuncional de alta tecnología, se ha convertido en
un instrumento que sirve prácticamente para todo.
Con la mañana ya
entrada vendrá el alfombrado tapiz de las flores sobre el suelo de
los olivos y los viñedos. Un maravilloso paisaje de colores: verdes,
amarillos, sienas... el brillo de los charcos. Me entretuve un buen
pedazo retratando todo aquello. Merece la pena darse una vuelta por
el mundo, siempre se encuentra un momento privilegiado para la vista
y el espíritu: hoy lo fue esta fiesta de colores asomando en el frío
soleado de la mañana.
El paisaje frente al
balcón del hotel que ocupo esta tarde en Zafra es un parque de
grandes y robustos plátanos. Paso la tarde, ya como quien está en
su casa, entretenido en mis tareas cotidianas, la lectura, la
escritura; y si me da tiempo acaso vea una película de Hitchcock
para seguir el guión de la historia de cine de Román Gubern que
estoy leyendo, un capítulo sobre el cine británico.
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