Villafranca de los Barros, 30/01/13
Mediodía. Un bar en Villafranca
de los Barros. Los clientes entran y salen, siempre hay un chascarrillo a
punto. Podría caminar un poco más hasta Almendralejos, quince kilómetros al
norte, pero no tiene albergue. Es una mañana soleada. La rutina del camino
parece que impone este ritmo moderado de los últimos días. Nada en especial
hoy, pasé antes del amanecer por Los Santos de Maimona, en el único bar abierto
no había nada que echarse a la boca.
Esta mañana he retomado a
Antonio Muñoz Molina con quien andaba reñido desde hace algún tiempo a raíz de
un artículo suyo, creo recordar, sobre las manifestaciones del 15-M. Es
placentera la mañana, saco el ipod, busco el libro: Beatus Ille y,
mientras atravieso campos llenos de flores que tapizan los dominios de
los olivos, vuelvo al escenario de Mágina en donde Minaya trata de escribir la
memoria de un poeta muerto. Así de sencilla puede ser la vida en ocasiones: te
levantas temprano, haces el macuto y te sumerges en la noche donde luce una
luna y unas pocas estrellas; luego, cuando tu ánimo ya ha andado lo suficiente
de un lado para otro mientras las piernas iban devorando kilómetros, aprietas
un botón y una lectora desconocida que ya te resulta familiar por algunos
libros que te leyó en otras andanzas mientras tú caminabas, te lleva a un mundo
y a unas circunstancias que por unos días van a ocupar tus mañanas con su
universo de añoranzas y deseos. Te encontrarás con viejos personajes de los
tiempos de la guerra, con una enamoradiza Inés que desde el primer momento
acorralará a Minaya hasta convertirle en su príncipe azul, sabrás de los hechos
de una pequeña ciudad, de la represión de aquellos individuos de gris que
acorralaban la universidad, de Manuel, el culto republicano que acoge a Minaya.
Y continuartán desfilando los olivos y, según avanza la lectura, te sentirás
congraciado con Muñóz Molina, tu compañero de camino en este instante. Con
frecuencia, cuando entro en lecturas que me placen desde el principio, me suele
suceder sentir como una brisa de agradecimiento; por el autor en primer lugar,
pero también por el lector o la lectora que les da vida a través de su voz. Mi
placer, el placer de la lectura, me llena en ocasiones con tanta fuerza, tan
decididamente, que siento nacer en mí una honda simpatía por el autor y la
lectora. Me gustaría poder mandarles unas líneas de reconocimiento.
Quizás pasan estas cosas más a
menudo de lo que pensamos, saber que estamos en la mente de otros por algo que
hemos hecho con dedicación y cariño y que los otros disfrutan o conservan en el
recuerdo con afecto debe constituir un buen aliciente para nuestro
trabajo. Es el mejor reconocimiento que podemos encontrar para lo que hacemos
con nuestras manos o nuestra inteligencia, ese buen hacer que como una brisa de
verano puede aquí o allí dejar un leve beso que con frecuencia llegará a
nosotros como una caricia sin que acaso seamos consciente de ello.
¿No es así cuando la visión de
un cuadro, una película, unos párrafos, el movimiento de una sonata irrumpen en
nosotros como una corriente benefactora que nos pone en contacto con algo que
nos supera, íntimo y gozoso, y que pasa sobre nosotros como una corriente de
leve placer?
Ayer sin embargo mi placer no
era producto ni de las manos ni de la inteligencia de ningún hombre o mujer; mi
placer, tenía un carácter relacionado con la armonía de los colores y la
distribución de las formas, el autor era la espontánea naturaleza y su prolífica
capacidad para crear rincones de una belleza inesperada; la alianza de la luz,
la estación, el frío, el sol de invierno daban a las cepas y a los olivos,
asaltados aquí y allá por grandes praderíos de flores amarillas (he andado
investigando y pueden ser alguna de las muchas clases de crucíferas, mostazas e
incluso flores de colza) en unas partes y por rastrojales y surcos de oscura
tierra de labranza en otras, daban al paisaje una calidad pictórica de la que
se derivaba el suave placer de la contemplación.
1 comentario:
Hola Alberto, yo también estoy agradecida a tus palabras y tu generosidad por compartir tu camino...y ahora mas si cabe por estar en mi tierra (bueno, no es mia...claro)...Cuando pases por Mérida saluda. Cuidate!
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