Iones negativos y campo eléctrico positivo


Real de la Jara, 26/01/13

Dejo Almadén de la Plata a la tenue luz del alba. El cielo empieza a alborotarse de grana y mermelada de mora, las silueta de las casas de los arrabales dibujan su negro perfil sobre el frío amanecer. Un día más de camino. Sigo en la Sierra Norte, lomas y prados sembrados de encinas; el campo rezuma la humedad de las lluvias últimas. A pocos kilómetros del pueblo ya me he perdido otra vez, mi desatención es crónica; cuando echo una ojeada al gps, en la pantalla hace rato que ha desaparecido la acostumbrada, a esta hora, línea color verde fosforito. Vuelvo para atrás, encuentro las señales, cruzo una cancela y me interno en el bosque, ya siguiendo las inconfundibles flechas amarillas que marcan el camino desde Sevilla. 
 
Hoy desde muy temprano sigo las vicisitudes técnicas previas al tema central: el pranayama. El libro de André van Lysebeth, Pranayama, a la serenidad por el yoga. El volumen último que leí de este autor, Tantra, el culto de lo femenino, me resultó tan interesante que no he dudado en elegir esta nueva entrega como lectura para las primeras horas del día. En mi ya largo caminar por España esta hora quedó señalada ya por lecturas señeras que con frecuencia recuerdo asociadas a determinados paisajes o a especiales circunstancias, es la hora del recogimiento. Por esta hora han pasado títulos como Camino de perfección, de Teresa de Jesús, mientras recorría el Alto Tajo, Lysebeth, cuando caminaba por Tenerife, Alan Watt en innumerables itinerarios; también tuvieron su lugar a esta hora lecturas relacionadas con la psicología o filosofía, textos que tienen que ver con la voluntad de comprender lo que sucede dentro de uno, dentro de cualquier hombre o mujer. Es una hora propiciatoria para estas cosas, el camino se convierte en aprendizaje y en meditación, a veces una larga reflexión sobre el difícil arte de vivir. Después, con un cierto intervalo de silencio tras la lectura primera, suelen venir textos de índole diferente, en este momento José Antonio Marina, un libro sobre filosofía política. Y cuando la mañana está avanzada es el tiempo de la narrativa, que en esta ocasión comparto con el ebook por la tarde, cuando plácidamente me solazo en algún albergue o chiringuito de ocasión. Mi novela de hoy es Abasalón, Abasalón, de William Faulkner, para mí uno de los autores centrales de la literatura del último siglo. El inconveniente de Faulkner es que en el momento en que despistas un pelín ya te has perdido, así que de entrada me va a servir también como ejercicio de atención. 

Lo último que leía esta mañana en el libro de Lysebeth era bastante instructivo. Hablaba de una energía intangible de la que se nutre nuestro organismo, que es conocida en Oriente desde hace milenios pero que en Occidente no tuvimos en cuenta hasta ahora. Los americanos encontraron que los astronautas tras varios días de encierro en sus cápsulas entraban en una fase de cansancio y desgano inhabitual. Las investigaciones que se hicieron llegaron a la conclusión de que en ellas desaparecía el flujo que se produce entre los iones negativos presentes en la naturaleza y la carga eléctrica positiva de nuestro cuerpo. Este proceso, poco estudiado en Occidente, es uno de los fundamentos del pranayama, prana, algo así como energía vital, y yama, distribución, reparto de esta energía. Libres en la atmósfera hay iones negativos y positivos; la contaminación, el polvo, los lugares cerrados, las estructuras plásticas, incrementan los iones positivos y disminuyen los negativos hasta hacerlos desaparecer. Los positivos son nocivos e impiden el flujo de los negativos que disminuyen en presencia de los positivos. Por otra parte la tierra, nuestro organismo, está bajo el influjo de un campo eléctrico positivo. Nuestro organismo se beneficia altamente de este flujo que se produce entre los iones negativos y el campo eléctrico positivo, de manera que cuando los iones negativos desaparecen o el campo eléctrico es nulo, como sucede en una cápsula espacial, el organismo se resiente y queda mucho más vulnerable frente a desarreglos de todo tipo. 

Los campos magnéticos varían de una parte a otra de un país, de la misma manera que los iones negativos. Como ejemplos son lugares idóneos para ellos la cercanía del mar, los lugares abiertos, las montañas; y desaparecen o están menos presentes en lugares con polvo, contaminación, lugares de trabajo cerrados, en donde los iones positivo aumentan en una proporcionan considerable mermando la presencia de los negativos. También esto afecta a la ropa, las prendas sintéticas se interponen en el flujo iones negativos, campo eléctrico del cuerpo; no haciéndolo, sin embargo, las prendas de algodón. Y aquí una cuestión práctica que me atañe. Dado que mi camiseta de algodón se empapa cuando sudo y no hay forma de secarla, antes de salir decidí comprarme algunas de estas que llaman camisetas térmicas que tan útiles son porque traspiran bien o porque se secan pronto. Sin embargo, a la luz de la lectura de Lysebeth, parece que mi elección también tiene sus inconvenientes, lo que es bueno para evacuar el sudor no lo es para el flujo energético que se produce en mi cuerpo. No quiero creer que todo esto sea un discurso exotérico carente de fundamento, creo que merece la pena tenerlo en cuenta. Hay tantas cosas que nos ayudarían a vivir mejor, de modo más saludable, que merece curar nuestra ignorancia y buscar donde haya que buscar para mantener nuestro cuerpo y nuestro ánimo en el mejor estado posible. De momento ya había observado que las endorfinas que genera mi cuerpo cuando camino y tomo el sol me mantienen en mejor forma física, mi humor es más estable; ahora sé por qué también caminando mi salud mejora.
La etapa de hoy es corta, llego a Real de la Jara un poco antes del mediodía; tan pronto es que me planteo pasar de largo el pueblo y hacer dos etapas de un golpe. A la entrada del pueblo me tropiezo con el albergue municipal, un tanto destartalado, como abandonado. Pregunto, las llaves están en el ayuntamiento. A pocos metros me tropiezo con un albergue privado, me salen al encuentro. No sé todavía si seguir o no; tiene terraza, wifi, calefactores, agua caliente, un acogedor cuarto de estar: demasiado tentador, me quedo. Lavo la ropa, tiendo, me afeito, me ducho, me bajo al pueblo en pantuflas, paseando como un turista desocupado. Las paredes encaladas de El Real reflejan una luz cruda y cegadora. En el Mesón La Cochera se come bien y baratito.
Pasaré la tarde escribiendo, leyendo y tomando un rato el sol en la terraza mientras escucho algo de Mozart. No está nada mal esto.



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