Entrando en Galicia, el Padornelo





Lubian, 20/02/13

Hoy las cosas rodaron de tal manera que al final del día había acumulado en torno a los cuarenta y cinco kilómetros. Demasiados, demasiado asfalto; éste sólo remitió después del puerto de Padornelo; bajando a Lubián el camino se hizo de cuento con prados y robledades que dejaban la herrumbre de sus hojas esparcidas por todo el valle. La subida al puerto desde Requejo también debía de ser muy bonita, pero me dijeron en el pueblo que el camino estaba interrumpido en varios lugares por las obras del AVE y opté por lo seguro, el asfalto. Por las cumbres merodeaban manchas de nieve, la lomas estaban oscuras, tristes, coronadas por una niebla pegajosa que dejaba el paisaje como visto con unas gafas empañadas.


Hubiera necesitado parar en Puebla de Sanabria para localizar algún cajero, pero había que desviarse bastante, algo que mi temperamento tolera malamente, así que continué carretera adelante hasta Requejo. Allí compré algo de comida previendo un largo camino sin lugar para repostar como efectivamente sucedió. El asfalto es la leche, deja los pies hechos una mierda, la monotonía no la ameniza ni siquiera la novela de Faulkner que estoy leyendo, Absalón, Absalón, que por demás debo abandonar cuando la cuesta arrecia y no hay otra cosa que fijar la vista un par de metros sobre el asfalto o la línea del arcén y un pie tras otro ir desplazándolos dos palmos más adelante, uno, dos, tres, uno, dos, tres; a tres pasos por metro en la subida más o menos, a grosso modo, hoy sumarían más de cien mil pasos. Muchos pasos, todos muy similares. Sobre las dos de la tarde me senté a dar cuenta de un chorizo picante que había comprado a la señora Dori, junto a la iglesia; por cierto que mientras compraba oía en sordina una voz como dejada caer desde un púlpito; venía de una radio o televisión que no estaba a la vista; era el señor Rajoy, el mismo; debía de estar en el parlamento. Hace muchos días que no sé nada del mundo, algunos flashes que aparecen en la televisión mientras como en algún restaurante. Si el mundo se hundiera, si todos lo diamantes del planeta fueran robados o al señor Rajoy y a todos sus correligionarios les diera un patatús yo ni me enteraría. Ahora vivo del paisaje, de la noche antes del alba, de los pájaros, del esplendor de los robles y, desde que empecé a subir el Padornelo, de los abedules que pueblan los taludes de la carretera y empiezan a mezclarse con robustos castaños desnudos y solemnes como el campanario de una iglesia.



Y estaba escribiendo estas líneas e iba a comentar que esta noche iba a estar solo porque Ramón venía mucho más atrás que yo, y de pronto oigo los cascos de un caballo que se acerca por el camino del río y salgo y es él y Vermell y Dop. Y me da alegría encontrármelos así tan inesperadamente y cuando yo los creía pernoctando en Requejo, a veintitantos kilómetros de aquí. Así que volvemos a estar juntos. Es curioso este encuentro que venimos prolongando ya desde Fuenterrobles, hace ya bastantes días; curioso sobre todo porque un servidor no está en absoluto acostumbrado a una compañía tan prolongada, que uno, ya lo he dicho más de una vez, tiene mucho de salvaje solitario, de esos a los que la timidez o el molde estrecho con que fueron hechos obligan un día tras otro a caminar en solitario. Y no es que no me guste seguir las pautas del molde con que fui hecho, ya que cada uno nace como nace y no hay más, pero sí, conviviendo con Ramón llego a disfrutar también esa faceta de mí que experimento siempre con un cierto retraimiento, porque no en vano la vida solitaria termina creando unos hábitos de comportamiento que no siempre se llevan bien en compañía.



Faulkner me acompañaba también esta mañana aunque fuera de otra manera. Leer a Faulkner es un ejercicio de suma densidad, en el momento que te despistes un poco ya no sabes dónde estás, qué es lo que está sucediendo; incluso sucede esto aunque tu lectura sea atenta. A veces paso largos periodos leyendo en los que debo esperar pacientemente un momento en que reuniendo material de acá y de allá pueda empezar a situarme; es una circunstancia que me gusta, caminar como quien lo hace en mitad de la niebla y poco a poco ir saliendo de esa cortina para encontrarte con complejas relaciones que el autor irá tallando a su aire con una maestría que disfruto siempre con sumo gusto. A los personajes de Faulkner, de la misma manera que su historia o circunstancias, se les conoce a retazos, aparecen y desaparecen en la novela a cada momento y siempre que regresan, cada vez que pasan delante de nosotros una vez más, aportan un nuevo aspecto, un puñado de una humanidad siempre insospechada y compleja. Nunca mejor dicho eso que en Faulkner se hace realidad, esa idea de que cada persona es un mundo y que él, minucioso y con pinceladas recias ejerce sobre cada uno de sus personajes.


Hace un rato, cuando llegué al albergue, no tenía fuerza ni voluntad para hacer otra cosa que no fuera tumbarme y pasar allí el resto de la tarde. Me habían indicado dónde estaba el supermercado, tan lejos para mí que decidí que mi cena consistiría en lo último que me quedaba, un poco de chocolate y algo del chorizo que había sobrado con un poco pan; me negué a ir a comprar nada. No obstante tuve la fuerza de voluntad suficiente como para levantarme y empezar a escribir estas líneas. Entre tanto llegó Ramón y decidió que sí, que iría él, además ni Vermell ni Dop tenían comida. Así que si hoy ceno no será por mi voluntad sino por la de Ramón que se fue enseguida a comprar la cena. Si no fuera por esta obligación que me he impuesto de escribir, las cosas serían más lights, pero me privaría de una razón importante que persigue esta obligación, la de un disfrute posterior, los textos, las fotografías, pasarán más adelante a formar un libro, que por la experiencia que tengo de otras ocasiones siempre serán un motivo de gozo que podrá repetirse en el futuro cuantas veces tenga ganas de echar mano de esta colección de textos y fotografías reunidas en torno a un proyecto de camino para el invierno.


El pronóstico del tiempo anuncia lluvias, una manera muy propia de comenzar nuestro recorrido por Galicia. En el albergue hay una carta de los responsables de la construcción del AVE en la que manifiestan estar señalizando rutas alternativas para el tránsito de los peregrinos en esta zona. Esperemos que en este caso sean más formales. En algunos lugares de Extremadura y Salamanca los responsables de esta misma empresa ignoraron totalmente a los caminantes.







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