Venta de Tramalón-Santillana
del Mar, 20/03/13
Siento como si caminara por un
país diferente, más pulido, más limpia su atmósfera, de casas que
son distintas a las de Asturias, o que a mí me lo parecen; también
el paisaje diferente. Una sensación. Quizás me embarqué en
lecturas nuevas y esto me distanció de mi entorno; enseguida, a
primera hora de la mañana, un tomo de mística sufí escrito en el
siglo X, de Shaykh Al-Sulami, un místico de la época, y después
una novela de Raymond Chandler, El largo adiós. Quizás
después de dejar a la chica de los ojos verdes haya un antes y un
después, de la misma manera que hubo un antes y un después el día
que Ramón y yo nos despedimos a la puerta del albergue de Ribadeo.
Por lo demás también me recorre el cuerpo una sensación de
reencuentro conmigo mismo, el hábito de mi propia compañía hace
nuevo este ajetreo de días atrás o el ambiente de ayer mismo entre
tanta gente en el albergue. Ya me salía anoche de nuevo mi vena
tímida que quedó rota en el momento en que Sonia se sentó a mi
lado para compartir cosas del Camino. Sonia está contenta con sus
dos nuevos nietos; Sonia y Luis y su albergue El Galeón son otros de
los conocidos hitos del Camino Norte. Es una mujer menuda de mirada
amable y ojos acariciadores; una pareja con vocación peregrina que
han hecho de su vida el contacto con peregrinos de toda una
generación. En un momento corta nuestra conversación y reprende
suavemente a Gerard que le cuesta enterarse de las cosas y, aparte de
casi quemar la cocina, se hace un lío con los dineros y las vueltas
de los peregrinos. Cada vez que me habla de algún acontecimiento me
muestra alguna de las fotos que tapizan la pared, su marido con barba
cana y frente despejada posa junto a muchos grupos de peregrinos;
curiosamente a ella no logro verla en toda aquella exposición. En
algún momento, como ya hicieron otros muchos caminantes, me dice que
tengo que pasar por donde el padre Ernesto, en Güemes, el legendario
cura de la Ruta Norte, y que en el Camino de la Plata representa el
cura Blas, del que ya he hablado en estas crónicas algunas veces.
Todos son elogios para Ernesto en cuyo albergue hacen de hospitaleros
algunos de los presidiarios de un centro penitenciario cercano. En
Sebrayu, Patxi, aquel vasco de luengas barbas canas con el que
compartí algunas cervezas y una botella de vino, me hablaba con
cierta reticencia de este evento en torno al padre Ernesto.
Dado que Gerard me había
declarado así de bóbilis bóbilis peregrino de excepción, imagino
que porque satisfice sus gustos musicales localizándolos en la red,
me ha asignado un pequeña habitación para mí solo, mientras que el
resto pernoctará en el dormitorio común; una habitación que
regularmente se destina a los peregrinos roncadores. Cuando estoy
preparando el macuto antes de irme a la cama veo aparecer a Sonia por
el hueco de mi puerta, intercambiamos todavía algunas palabras y
luego se despide calurosamente con un beso. Maravillosa posibilidad
de ir tropezando en este largo caminar con personas tan
encantadoramente acogedoras.
En las calles de San Vïcente de
la Barquera los ruiseñores viven su fiesta, despreocupada,
cantarina, enamorada. Por el camino va a amaneciendo, despacio, sin
prisas, un amanecer plano y en donde dos o tres nubes pasan poco a
poco del café con leche claro, al canela primero y al azafrán más
tarde. Las montañas nevadas de los Picos de Europa se van quedando a
mis espaldas como se va quedando atrás la estela nevada de un barco
que se aleja; alejarse, siempre alejarse, siempre en movimiento;
atravesar el cielo y la tierra, los desiertos, los mares para ir a
parar probablemente al principio de ese eterno retorno en el que
transcurre el viaje de la vida.
En dirección contraria veo
acercarse a un caminante madrugador, lleva encima el atuendo
fluorescente que se usa en las carreteras, un hombre grueso que viene
también a recoger su pocillo de excepción en esta hora del alba y
que pasa a mi izquierda saludando animosamente. Y recuerdo aquellos
tiempos, dos o tres siglos atrás, en que andar por los caminos
requería especial equipamiento y coraje, cuando los caminos eran
peligrosos y llenos de bandidos y ladrones. Explica André Maurois en
su Historia de Inglaterra la razón por la cual en el Reino
Unido se circula por la izquierda. Viene de aquellos tiempos en que
los caminos, que eran frecuentados por gentes de todo tipo,
constituían un peligro para todo viajero, lo que obligaba a éstos a
ir armados. En caso de que el viajero que venía en sentido contrario
se tornase agresivo, circulando por la izquierda era más fácil
tener acceso al sable o espada y enfrentarse así con mayores
posibilidades de éxito al posible enemigo.
Descendiendo por un caminillo
una fragancia nueva bien conocida, el olor de la madreselva, se pasea
por el campo, y poco más allá, coronando la fachada de una ermita,
erguido como una extraña floritura añadida a la rusticidad del
edificio de piedra, un pino. Sí, un pino crecidito más arriba del
campanario. Divertido, me había enseñado una foto un peregrino
canadiense que me encontré en mi primer día de marcha, allá por el
mes de enero. Muchas veces durante el camino me pregunté por cuándo
me encontraría este pequeño milagro. Era muy temprano y el
contraluz no dejaba ver los detalles, pero ahí estaba el testimonio
de cómo uno puede crecer en medio de las crisis y las dificultades
más extraordinarias. En Angkor, en Camboya, los espectaculares ficus
habían empezado a crecer también en una pequeña grieta de la
mampostería del templo hasta que, creciendo y creciendo se
convirtieron en enormes pulpos que con sus tentáculos devoraron el
templo entero. Sería cosa digna de ver, que decía la siempre citada
Teresa de Jesús, en qué podría parar aquel pino en la picorota del
campanario en unas cuantas décadas.
Muy temprano suena un ring ring
del Facebook, lo abro y, no te jode, ahí tenemos a Ramón riéndose
a mi costa: jajaja, escribe; y ya se sabe de qué, que al caballero
andante no se le pasa una, se está riendo de mis apuros de noches
atrás cuando el caminante, intentando asaltar la fortaleza que me
separaba de la princesa de ojos verdes no lograba saltar por encima
del foso en donde los cocodrilos abrían sus fauces bajo mi trasero.
No te digo...
Paré a tomar un tentempié en
la Venta de Tramalón, un lugar de paso de peregrinos que cumple más
de un siglo y medio de antigüedad y que conserva su solera en muros
y ambiente. Más tarde recibo una llamada de Mario, Mario el cabrero,
mi hijo. Está contento, ha adquirido un nuevo rebaño y ahora ya es
un cabrero en toda regla; está feliz y lleno de proyectos. Las
cabras nuevas están algo asustadas pero parece que no habrá
problemas para que se adapten a su nuevo hábitat. Me sumerjo después
en la novela de Chandler, un género que visito poco pero que
perteneciendo a la escritura de este hombre tiene toda clase de
garantías para pasar un buen rato de lectura. La última obra suya
que leí, Corre muñeca, fue un auténtico disfrute.
Santillana del Mar está igual
que la última vez que la visité, demasiada gente, sus calles
preparadas para el turismo no son mi fuerte, pese a la belleza de sus
construcciones de piedra, sus rincones de abolengo.
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