Entre garcetas y colibríes



  
El Chorrillo, 18/04/2013


Hoy abrí el Twitter por primera vez después de muchas semanas; allí, satisfecho, encontré que el TT del momento era #Cospedalhijadeputa (no me gusta el adjetivo, pero ahí está como testimonio de un sentimiento que no encuentra en castellano cómo nombrar tanta insidia). Era un alivio saber del magnifico premio que las redes sociales concedían a la indecencia y a la desfachatez de gentuza así. El periódico lo había mirado el día anterior y no fui capaz de llegar a la mitad de la primera página; El País arremetía tan repugnante e ingenuamente contra los resultados de las elecciones de Venezuela, que nada le faltaba para convertirse en burdo panfleto político de la más reaccionaria representación política de este país. Uf… cerré inmediatamente el periódico con la misma disposición de quien en un descuido hubiera dejado abierta la ventana y se le estuviera colando de rondó el más riguroso invierno por ella.




Minutos antes me encontraba leyendo una novela que había escrito el invierno anterior a mis andanzas por los caminos de Santiago, La edad madura, un libro del que, aunque yo sea el autor, debería decir que se trata de un trabajo bastante más valioso de mucho de lo que circula hoy por las librerías y por las páginas de críticas de los diarios. No, no me levanté nada humilde esta mañana.
Después de escribir un rato, segar el césped de la parcela y limpiar la piscina, me sumergí tras la siesta en este aparente espeso volumen que encierra en un solo párrafo de casi trescientas páginas lo mejor que escribí en una década; de allí fue de donde arrancó la idea de encender nuevamente el portátil para comenzar estas líneas, un impulso que nació hacia el final de libro en el momento en que se narraba la necesidad del protagonista de seguir siendo un gnomo disfrutando así de su condición de tal, escurridizo, oteador de lo que le rodeaba, andarín inquieto; como éste quería continuar alimentando su imaginación y sus deseos recónditos, nada mejor que seguir el ritmo de su vida abrigado en un discreto silencio, suficientemente lejos como para que cierta realidad no le tocara con sus dedos de desencanto. Quizás un día se despertara en esa latitud y se encontrara con que las preocupaciones más significativas consistían en inventar colores nuevos para el arco iris o en subirse en las tardes de primavera a una escalera para pintar el crepúsculo al gusto de su chica. El protagonista era más gnomo que nunca después de pasarse media tarde columpiándose en la hamaca leyendo a Henri Bosco, un librito infantil que se titulaba El niño y el río. El niño, que se llamaba Pascal, se había escapado de su casa y vivía en el río acompañado de un amigo. Pascal y su amigo Gatzo habitaban allá entre la garcetas y los colibríes; pescaban y tenían un fuego pequeñito en una olla de barro en donde cocinaban sus peces; uno era dado a la ensoñación, el otro era un chico práctico que sabía velar por la seguridad de ambos, que proveía a Pascal de los conocimientos que requerían la vida alejada de la civilización.


Por ahí andaba el tema central de esta tarde, habitar entre las garcetas y los colibríes, pescar en el río, alimentar el fuego en una olla de barro y tratar de vivir la vida sencilla de las aves y los conejos… y dedicar largas horas a la ensoñación; en invierno ante el fuego de la chimenea, en primavera ante el tibio crepúsculo que se deshace dejando en el aire el eco de un suspiro. El protagonista había descubierto a Henri Bosco en un libro de Bachelar, La poética de la ensoñación y en ese momento el libro exprimía toda su sustancia en su propia experiencia vital. Y como el protagonista viene a ser el sosias de quien esto escribe, la facilidad con que asume el mismo punto de vista y huele el peligro de inmiscuirse excesivamente en lo que sucedía al otro lado del río le llevan a considerar como un verdadero peligro para su salud el prodigar excesivo tiempo a aquello que no está en el ámbito de su río, de su bosque, del mundo de las pequeñas cosas que le rodean.
De momento mi alma no se encuentra en peligro, está en el mundo pero lejos de él, olfatea el twitter pero vive en el olor de los campos y en la expectativa de las madrugadas que habrá de atravesar próximamente. Ese comienzo del mundo que es cada madrugada volverá a ser en unos días mi hábitat, mi particular twitter donde irán apareciendo día a día los particulares paisajes de la Navarra boscosa, del Aragón de altas cumbres de Ordesa y sus alrededores, de la Cataluña que duerme a los pies de la Pica d'Estats mientras el camino se aproxima a las orillas del lago Bañolas a la vera del mar.
Ah, anoche dediqué un tiempo a ordenar algunas de mis fotos del tramo del Camino Sanabrés. Dejo aquí alguna de ellas a fin de que el texto no quede tan desamparado y huérfano de protección. 


















2 comentarios:

LuisBasGz dijo...

Bonitas fotos , como todas las que te recuerdo, entre ellas una que me hiciste, con la pipa en la mano, la memoria es buena para algunas cosas.Estoy leyendo "El compañero de Viaje" de Malaparte y algo de Montalban,
Fuerte abrazo

Alberto de la Madrid dijo...

Mis recuerdos son a veces tan vagos, tan lejanos que debo pedir ayuda constantemente para resucitar mi propio pasado. He pasado años intentando reconstruirlo, unas veces por motivos literarios otras por el simple placer de volver a vivir lo que en un tiempo me supo a poco. Me sucede bastante con la primera época de mis salidas a la montaña. Para mí concretamente es una lástima porque la memoria siempre me ha parecido una excelente fuente para la escritura. Reconstruí en algunos libros, por aquí y por allá, una parte notoria de aquellos años, pero verdaderamente muy poco en relación a la intensidad con que todos vivimos aquellos tiempos, probablemente los más intensos de una vida. A veces paseando por Internet he recuperado rostros y circunstancias cuando buscaba material, pero apenas nada. Me podías mandar una copia de esa foto que dices, a ver si mirándola recupero su entorno.
Por cierto que una parte considerable de mis lecturas se han abierto camino de la mano de otros lectores o amigos con los que he compartido la afición a los libros. Probablemente vuelva a resucitar a Malaparte, que leí hace muchos años. Lo último que leí de Vazquez Montalbán fue viajando y caminando por Chiapas, un libro sobre el comandante Marcos.
Un cordial saludo