Hospital Viamed Santiago, Huesca, 10/05/2013
De repente el tiempo
se ha parado, ya no tengo que caminar, ni buscar lugar para mi vivac,
ni albergue, nada, absolutamente nada, ni siquiera tengo que
molestarme por la comida, las fuentes o el lugar para echar la
siesta. De repente, desde los campos me he visto transportado a un
espacio aséptico por donde merodean chicas bonitas vestidas de bata
blanca, un hospital a las afueras de Huesca, muy cerca de donde pasa
el camino de Santiago.
Abandonando Bolea el
cielo estaba intensamente azul y sobre los campos verdes, iluminados
por la suave luz del día resaltaban al fondo las montañas cubiertas
por el fular blanco de la niebla. No había caminado apenas diez
minutos cuando un fuerte dolor en el costado derecho empezó a
fastidiarme la mañana. Ya el día anterior me había dolido algo
aquello, pero no le di importancia y terminó por pasar. Ahora la
cosa era más seria. La línea del camino corría paralela a las
montañas, las que tendría que haber ascendido hoy si no hubiera
cambiado mi itinerario; a sus pies el llano no encontraba obstáculos
hacia el sur; la senda atravesaba por medio los campos de cebada de
un verde rabioso; las amapolas, sempiternas compañeras de aquellas
durante la primavera, crecían acompañadas por jaramagos y otras
florecillas blancas. Quise entretener el dolor con ejercicios de
respiración al principio, luego recordé algo que aprendí en un
cursillo de reiki e intente ponerlo en práctica. Eran veinticuatro
kilómetros hasta Huesca con un pequeño pueblo en el último tercio
del recorrido. ¿Qué coño me pasaba? ¿Una apendicitis? Y entonces
me paraba y me tocaba aquí y allá, pero el dolor abarcaba ya una
zona extensa. ¿Un problema muscular? Me entretuve con esa idea
durante un rato. En el macuto llevaba unos antiinflamatorios, así
que eché mano de ellos y probé suerte. El dolor fue menguando
durante un par de horas, pero después regresó con fuerza mientras
atravesaba una suave ladera sembrada de encinas. Sí, un rollo, probé
de todo; también pensé en la posibilidad de fueran bolsas de aire,
en alguna ocasión, siendo mis hijos pequeños, uno de ellos pasó
por esta situación y los síntomas eran parecidos. Sólo muy de
refilón me estaba negando el diagnóstico real, que estaba
sufriendo, un cólico al riñón.
Pese a mi paso firme
los kilómetros parecían no pasar. En algunos lugares los campesinos
habían intentando despistar a los caminantes borrando señales y
poniendo obstáculos que dificultan la orientación, pero la señal
del gps era inexorable, tuve que atravesar por medio dos campos con
la mies hasta la rodilla; más adelante encontraría las señales del
camino alternativo. ¿Qué se hace en estos casos? ¿Hasta dónde
tiene que llegar el dolor o las circunstancias que te encuentras para
tomar el teléfono y marcar el 112? De sólo pensarlo ya me daba
vergüenza la cosa. Me imaginaba un helicóptero sobrevolando aquel
inmenso campo verde a la búsqueda de un hipocondríaco caminante
solitario, y llegar al hospital y que aquello fuera una cosa pasajera
y… joder, qué vergüenza. De una cosa así sólo me podría
aliviar qué sé yo, que estuviera realmente jodido. Más tarde el
médico de urgencias que me atendió me diría que de un cólico de
ese tipo, efectivamente se trataba de un cólico al riñón, muchas
mujeres habían dicho que son más dolorosos que los del parto.
Cuando llegué a
Chimillas no sólo había remitido algo el dolor, sino que descubrí
que tenía un excelente apetito; en la única tienda del pueblo, que
hacía de estanco, panadería y tienda de comestibles, me surtí con
todo lo necesario para reponer fuerzas para los ocho o nueve
kilómetros que me faltaba para llegar a Huesca.
Me senté en la escalinata de la iglesia a dar cuenta de media barra con jamón york, dos yogures, medio litro de zumo y un par de plátanos. Si mi problema hubiera sido digestivo apañado estaba. Los últimos kilómetros fueron un martirio, hacia la mitad busqué un rincón al sol, hacía cierto fresco, y me tumbé intentando con ello buscar cobijo en el sueño. Me desperté peor, pisaba con inseguridad, el mareo me hacía caminar a ratos como un zombi. Tuve suerte, nada más pisar las primeras calles de Huesca me encontré casi de narices con el hospital.
Me senté en la escalinata de la iglesia a dar cuenta de media barra con jamón york, dos yogures, medio litro de zumo y un par de plátanos. Si mi problema hubiera sido digestivo apañado estaba. Los últimos kilómetros fueron un martirio, hacia la mitad busqué un rincón al sol, hacía cierto fresco, y me tumbé intentando con ello buscar cobijo en el sueño. Me desperté peor, pisaba con inseguridad, el mareo me hacía caminar a ratos como un zombi. Tuve suerte, nada más pisar las primeras calles de Huesca me encontré casi de narices con el hospital.
Análisis, pruebas
varias, una ecografía, una placa. El ecógrafo me enfocaba las
piedras de mi riñón, gorditas, cabronas. En la placa el doctor
encontró una pequeña cerca de la uretra que podía ser la
responsable del desaguisado.
Ahora no sé el
tiempo que estaré aquí con la bolsa esa del suero colgada sobre mi
cabeza. De momento he tenido que volver a llamar a la enfermera para
que introduzca allí arriba más analgésico; tras dos horas de
tranquilidad el dolor había empezado a asomar las narices. Le
preguntaba a mi hermana Montse hace un momento que si ella recordaba
que el suero fuera incompatible con la comida, porque me estaba
entrando un hambre feroz y por aquí no parece que vaya a asomar
ningún alimento digno de masticarse. Y el caso es que, pensando en
una fabada que llevo en el macuto, se me estaba empezando a hacer la
boca agua. Y le decía que, quizás admitiendo que uno viene de las
montañas y tiene un aspecto un tanto salvaje, acaso el personal me
disculpara si cogiera el infiernillo del macuto, la fabada y me fuera
al baño con el suero en la mano para cocinarme las fabes allí. Sí,
porque utilizar la mesilla para estos menesteres y tomar la
habitación del hospital como si ésta fuera la sala de un refugio…
sí, un poco corte si me da. Así que pensando en la fabada… pero,
leche, si además tengo una bolsita de salchichas y un sobre de
bacon… y yo pasando hambre. Como la manduca no haga acto de
presencia pronto me veo ya friéndome el bacon, las salchichas y
tomándome una fabada de postre. Y puestos, si la cosa funciona bien
hasta el final incluso puedo hacerme un cafetito con el Primus.
2 comentarios:
Amigo Alberto,
Ayer descubrí tu blog por casualidad y desde entonces, aparte de comer y dormir, no he hecho otra cosa que leerlo. El otro día, hablando con unos amigos, alguien preguntó qué nos gustaría hacer si no nos lo impidiera el trabajo, etc. Lo que yo dije que quería hacer es poco más o menos lo que haces tú. Independientemente de este interés común, leerte es un verdadero placer. Tu prosa está totalmente desprovista de afectación, tanto en la forma como en el contenido. Tiene una naturalidad pasmosa que se deberá, supongo yo, a vivir como vives. Todo lo que dices es verdad. Y tus fotografías tienen la misma espontaneidad.
Espero poder emularte pronto. Mientras tanto (cuando se te arregle el riñón) sigue caminando, escribiendo y fotografiando para que los demás podamos participar un poco de tu hazaña.
Un saludo
Jose
Hola, Jose,
Me preguntaba esta mañana por tu nombre cuando me llegó la propuesta del Facebook. A veces soy tan despistado y desmemoriado como para invitarme a esconderme bajo la mesa en ocasiones. Veo que no nos conocemos.
Bienvenido al blog y bueno, decirte que con tus palabras poco falta para que se me suban los colores. Gracias sinceras por ello. Estas cosas animan a seguir haciendo un hueco todos los días en el camino para seguir escribiendo.
Un cordial saludo,
Alberto
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