El
Chorrillo, 23/05/2013
Ramón y su cuadrilla vuelven al camino. Ese constante pisar la tierra…
Hoy recuperé del muro de Luis Basanta un
hermoso retrato de un guerrero, un rostro quemado por el sol y ennoblecido por
el reto permanente de llevar al límite de sus posibilidades su cuerpo y su
voluntad. Se trataba del Carlos Soria de los setenta y cinco años, creo que por
ahí andan los años de su vida, no del joven con que yo me encontraba hace
cuarenta años en las paredes de los Galayos o en el cálido granito de la Pedriza. Su imagen me persigue
esta tarde dejando como siempre interrogantes. Interrogantes por cierto que
añadir a otros más que surgían días atrás en mi último post de este diario de
los caminos y que titulaba retóricamente Para
qué coño servirá tanto caminar, en donde caminar igual podía ser sinónimo
de escalar, emprender una riesgosa expedición o chuparse la respetable caminata
de ochocientos kilómetros del camino de Santiago. No estaba mi cabeza en el
orden de aventuras extraordinarias, pensaba más bien en aquello que hacemos personas
corrientes.
Recuerdo que en una de mis primeras salidas de
postadolescente al Pirineo recaté de alguna postal de un refugio la imagen de
un montañero despanzurrado bajo un árbol junto a su enorme macuto. La tarjeta
llevaba esta leyenda: “El descanso del guerrero”. Esta imagen me sirve hoy para
nombrar a Carlos Soria, guerrero no de quien hace la guerra a los otros,
guerrero de sí mismo, fuerte, apasionado, consciente de las dificultades y
dispuesto a afrontarlas hasta el límite de las propias posibilidades; sin más,
sin hacer la puñeta a nadie, en lucha con uno mismo y dispuesto a sortear un
reto que uno se ha impuesto a sí; sí, gratuitamente, un reto "inútil"
y extraordinariamente hermoso en cuya consecución la vida puede quedar
pendiente de un hilo.
No
quiero referirme específicamente a ese esfuerzo que sólo está al alcance de
unos pocos, me interesa el reto en sí, esa constante que lleva a hombres y
mujeres a salir de la comodidad del hogar para enfrentarse según su humor, su
preparación y la fiebre de que han sido presos -fiebre de alturas, de caminos,
de aventuras- al ejercicio de probar su voluntad, de dar salida a una
inquietud, de alcanzar alguna meta, una cumbre, acaso la plaza del Obradoiro.
Es hermoso todo esto, este continuo guerrear con uno mismo y con los elementos,
el calor, la lluvia, el frío, las dificultades. Uno recibe un flechazo en un
determinado momento y plas, ya está atrapado para toda una vida; las montañas y
los caminos son sujetos muy dados a crear un endemoniado embrujo entre sus
seguidores; uno se da un día un paseo por el monte, ensaya hacer una larga
travesía porque alguien le invitó, lo prueba y meses después, sin comerlo ni
beberlo se encuentra como alelao, como si se hubiera metido en el cuerpo una sobredosis
de feniletilamina, de oxitocina o cualquier otra sustancia capaz de hacernos
perder la cabeza por una mujer, sólo que en este caso el sujeto amoroso será la
montaña, los bosques, todo aquello donde la Naturaleza expresa su
esplendor y su belleza.
La pasión de amar: montañas, ríos, bosques,
tormentas, pájaros que arrullan los caminos, aves que cruzan los cielos, noches
estrelladas, crepúsculos de fuego, lluvias torrenciales, el velo de la niebla
ciñendo con su tul el alma de los hayedos. Pasión al alcance de todos donde el
rumor de la propia sangre adquiere una delicada y maravillosa sonoridad para
los oídos entrenados allá donde la ciudad y los caminos trillados quedaron
lejos a nuestras espaldas. Amantes apasionados. Hace años pegué la hebra con un
guía en el Delfinado junto a un refugio y entre una botella de vino y una
apasionada conversación sobre los amores que engendra la montaña se nos fue la
tarde. Hablaba él en cierto momento de Reinhold Messner, del que contaba que
también él consideraba a la montaña como la sua
amada. Amor muchas veces más constante y apasionado para tantos que aquel
otro que usamos con nuestras novias y amantes. Amor quizás más puro por
desinteresado, porque es una entrega que siempre supone esfuerzos importantes,
porque no es un amor celoso, porque la contrapartida que obtenemos está
relacionada con una más profunda expresión de nuestro yo.
Me llama por teléfono Ramón esta tarde. Ya está
de vuelta al camino. Con Vermell repuesto de su infección, con Dop meneando el
rabo de contento, se dirigía esta tarde a Uncastillo. Mañana estará de nuevo en
la trocha que le llevará a culminar su vuelta a España. Lleva más de cuatro mil
kilómetros caminado, con cuatrocientos más habrá concluido su periplo. Se le oía
contento al teléfono, se ve que el aire del camino templa el ánimo y lo pone a
uno de muy buen talante. No he hablado ninguna vez con Ramón de estos porqués que
aparecen estos días en mi blog, pero está claro que su pasión por estas cosas
no tiene fisura. Hablamos de lo que nos gusta, de mujeres muchas veces, de
cosas del camino, pero no somos muy explícitos con nuestros porqués sobre lo
que hacemos. Estos días que estuve ordenando y clasificando fotografías de
estos tres meses últimos puedo recordar estampas de todos los colores, nevadas
en Fuenterrobles, un retrato suyo a las puertas del albergue de Ribadeo
mientras el diluvio de los tiempos de Noe le caía encima y yo, que recién salía achispado y sequito de un restaurante donde me había puesto como el Quico, reía a
carcajadas viéndole la pinta de náufrago recién salido de las profundidades
marinas; unas bellas tomas al norte de Salamanca, él, su caballo y Dop, en
mitad del camino, infinito y como una flecha tendido hasta la línea del
horizonte; otra con la cuadrilla dejando su silueta sobre la fogata del crepúsculo;
otras junto al mar; más sobre las montañas nevadas del País Vasco, sobre el
tapiz floral de la colza; en la altiva dorsal de las montañas que rodean Sangüesa,
donde los molinos de viento giraban parsimonioso y engolados como señores de
postín. ¿Cuántas tierras pisaron nuestros pies, cuántos pueblos y ciudades, cuántos
bosques atravesamos? Por cierto que mi colección de fotografías es
fenomenalmente generosa en lo que se refiere a los bosques, dignas estas últimas
de una exposición solita dedicada a los hayedos, a los robledales, a sus
nieblas, a sus lluvias. Joder, y ya lo he dicho muchas veces pero es que el
mundo es tan bello…
***
Algunos comentarios: En el último post (¿Para qué coño servirá tanto caminar?) aparecieron
algunos comentarios que creo conveniente incluir en razón de su interés con el
tema que vengo tratando estos días:
slechuga dijo...
A ver Alberto qué te parece este razonamiento,
a la pregunta de tu blog:
Se trata de una forma violenta de reacción
contra la vida mecanizada y la mediocridad del vivir cotidiano. Se trata de una
búsqueda que esconde un intimo descontento, una insatisfacción de la vida que
creemos vencer alcanzando cumbres, o caminos solitarios, superando dificultades
cada vez mayores para engañar por un momento la conciencia de la inutilidad de
todas nuestras acciones y hasta de la vida misma.
Alberto de la Madrid dijo...
No sé, probablemente haya muchas razones y no
todos tengamos las mismas. El auge del alpinismo en Europa, cuando la conquista
de las grandes paredes de los Alpes, tuvo lugar después de la Segunda Guerra
Mundial y fue llevada en gran parte por alpinistas alemanes. Probablemente lo
que argumentas les venga bien a aquellos pioneros y, desde luego, a muchos
otros alpinistas de nuestra época. Como anotas, la insatisfacción de una vida
que no nos llena, que carece de una fuerte motivación y en donde el individuo
masa parece destinado a ser un elemento sin mucha consistencia, sin una
conciencia de sí mismo suficientemente satisfactoria es importante; todo esto puede
llevar a realizar actividades en donde el individuo sí puede experimentar su yo
y recibir de ello una fuerte compensación. El individuo superando dificultades
se pone a prueba y como resultado de ello siente un importante estímulo
personal. Es un elemento. Pero el asunto es complejo y podría haber muchas
otras explicaciones.
No comparto, sin embargo, esa finalidad que
apuntas de que sea para engañar la conciencia de la inutilidad de nuestras
acciones o de nuestra vida. El que la vida no tenga ninguna finalidad no veo
que deba ser razón para que nos pongamos a subir paredes o emprender
dificultosas actividades. Yo lo veo de una manera más natural, escalar, caminar
en determinadas circunstancias lo siento más como un acto creativo. Te sale de
dentro pintar, escribir, caminar, enfrentarte a dificultades, a largos
proyectos de caminos; te sale de dentro, te expresas y expresándote tu yo
adquiere mayor significación, más consistencia de sí. Yo pienso que somos unos
seres más en este conjunto de vida del planeta que nacemos, nos reproducimos y
morimos sin más finalidad que reproducirse y volver a morir, pero con la
excepcional ventaja sobre el resto de los animales de poseer autoconciencia y
capacidad para crear, lo cual genera en nosotros un sofisticado placer del que no
pueden aprovecharse los otros seres.
La curiosidad y nuestra creatividad quizás sean
tan fuertes como para empujarnos a hacer locuras. Creo que el tema es
interesante, acaso trate de desarrollarlo en algún momento.
slechuga dijo...
Alberto te añado una reflexión de Gerardo
Blazquez que hizo en su día sobre el Alpinismo:
Es solo
la irreprimible e intrínseca necesidad de lucha que todo hombre porta consigo.
Y precisamente, en este "combate por lo inútil" en esta experiencia de
una irracionalidad absurda, en un forceo contra las potencias libres de la
naturaleza donde una vida mas allá y sobre si misma, elevándose por encima de
todos los rascacielos de inmundicia y bajeza que invaden el mundo, hasta sentir
en la propia carne una dolorosa y exultante fricción con limites de silencio.
Esto es
Alpinismo, lo otro puro ejercicio de higiene para el hombre de
"empresa" ventile su organismo intoxicado.
(Gerardo Blázquez)
Alberto de la Madrid dijo...
Ante todo que me alegre ver aquí escrito el
nombre de Gerardo Blázquez del que no sabía nada desde los tiempos en que nos
veíamos en Galayos o Gredos. Creo que en mi última novela escribí algo sobre él
precisamente, un recuerdo que me vino de una alta ruta de Gredos en donde hasta
el aliento se helaba.
Estoy plenamente de acuerdo con su reflexión.
Quizás a algo parecido llamo yo necesidad de expresarnos, de ser nosotros, lo
que encierra en todo caso un verdadero acto de creación. Cuando dejé de ver a
Gerardo estaba en situación de dedicarse a la pintura. No sé qué hizo después además
de hacer la primera ascensión al Manaslú con Jerónimo López, pero me parece que
en su cerebro esta idea de pintar debía de guardar cierta relación con el hecho
de escalar.
En la cita de Gerardo yo sólo suprimiría ese
"elevándose por encima de todos los rascacielos de etc." No
necesitamos nada de eso para poner a prueba nuestro cuerpo y nuestra alma en el
ámbito de la montaña, y disfrutar, por supuesto, de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario