Bolea,
09/05/2013
Muy
nublado, con algunas gotas de agua amagando durante toda la mañana,
pero perfecto para caminar. Ayer tarde había mirado detenidamente
los mapas y no estaba nada convencido de por dónde iba a tirar al
día siguiente. En Bolea, que no distaba de donde me encontraba más
de quince kilómetros, el Camino de Santiago Catalán que se había
unido al GR-1 a la altura de los Mallos de Riglos, en ese punto se
dirigía a Huesca mientras que mi itinerario tiraba al norte dando un
respingo de más de mil metros de subida. Me entró la duda, duda
basada principalmente en que a lo largo de este tramo del discontinuo
y dudoso GR-1 no veía lugares de aprovisionamiento; en la ruta sólo
aparecía alguna pequeña agrupación de casas aislada.
Tampoco
era una preocupación que me quitara el sueño. Enganché
perfectamente con la lectura. Mis piernas funcionaban muy bien esta
mañana, las sentía fuertes, pisando firmes y con soltura sobre el
suelo; daba gusto sentirlas así, dispuestas a hacer millas por estas
suaves ondulaciones que poco a poco iban acercándose al llano
oscense. Las laderas encauzaban el agua de estos días hacia
riachuelos caudalosos que había que saltar con cuidado. Además
habían aparecido las amapolas, su rojo sangre reventaba sobre las
espigas de la cebadilla; junto al camino crecían bellos ejemplares
de euforbias, grandes racimos de flores verdes que he empezado a ver
desde que bajé de las alturas de la sierra de Biel. La primavera es
más expresiva aquí que allá en lo alto, a ambos lados del camino
todo parece un jardín. Sentirse fuerte, a gusto con uno mismo y
lleno por este entorno primaveral es lo mejor que me podía dar la
vida hoy.
En
mi novela, se trata, recuerdo de Las
olas, de Virginia
Wolf, a una adolescente a la que se le pierde entre las rocas de la
orilla del mar un broche herencia de una abuela, otros dos se dan el
primer beso y quedan definitivamente enamorados, en la cena, a la que
asisten quince comensales, no se sabe lo que comen o de qué está
hecha realmente la conversación, pero el hilo narrativo nos va
sirviendo sus personalidades en pequeños fragmentos, en cortos
párrafos en donde descubrimos rasgos de personalidad escondidos,
pensamientos fugaces, deseos reprimidos, todos los devaneos de una
pintora novel que ha descubierto que si pinta el árbol de su cuadro
un poco más a la izquierda aquello mejorará notablemente la
composición de su obra; ésta última están tan abstraída en ello
que apenas se acuerda de la cena, desearía salir corriendo para
pintar su árbol donde corresponde. Toda una montaña de encantadoras
naderías que son las que realmente componen el nervio de la vida.
En
esto andaba cuando vi acercarse a un grupo de peregrinos. Como de
costumbre paré mi reproductor antes de tropezarme con ellos. A uno a
veces le ha sucedido cruzarse con verdaderas multitudes a lo largo
del día, dado mi acaso mal hábito de ir a la contra en tantas
ocasiones, el camino del Norte al revés, el Francés hace un par de
años también; mucha gente te para o te paras tú porque ves que la
cosa se presta así cuando caminas en dirección inversa a la
corriente. A veces son encuentros simpáticos, la cosa da para un
poco de conversación. Sucedió hoy, los peregrinos, catalanes, dos
mujeres y dos hombres, estaban tan dispuestos a conversar como yo. En
este caso, por demás, era una gente tan animosa y receptiva que casi
a uno le hubieran dado ganas de darse la vuelta y acompañarles por
un rato. No son cosas que sucedan todos los días, pero cuando
suceden la verdad es que la presencia de estos ocasionales amigos del
camino alegran la mañana del solitario viajero. Naturalmente les
conté las dudas que llevaba en la cabeza desde ayer respecto al
camino a seguir después de Bolea. Ellos venían tan satisfechos de
su camino, llevaban caminando una semana, que yo, oyéndoles contar,
empecé ya mismo a tomar la determinación de abandonar el GR-1 por
este otro que llevaba a Montserrat. Con más razón todavía cuando
uno de ellos, Misael (los otros eran Luis, Jose y Pilar) empezó a
hablarme de un camino de Santiago que baja del Cabo de Creus, Olot,
Vic y Manresa a encontrarse con el que parte de Montserrat. Nos
despedimos con el abrazo de quienes han hecho trescientos o
cuatrocientos kilómetros juntos. ¡Gracias por vuestro afecto,
amigos! Un cariñoso saludo desde aquí a los cuatro.
Un
encuentro tan fortuito como éste iba a cambiar del todo mi
disposición. Ya mismo estaba decidido a tomar otro rumbo. Ya mismo
deseé deshacerme de la tienda de campaña, un kilo y medio menos, ya
mismo quise deshacerme de los artilugios de cocina, otro kilo; de la
alfombrilla solar y un par de dispositivos anexos a ésta. Tres kilos
menos en total. A eso también le di vueltas. Quitarte de encima así
de golpe tres kilos era una golosina, amén de que no tendría que
cargar con comida… Cuando llegué a Bolea lo primero que hice fue
preguntar por la oficina de correo… No, no llegaría más tarde a
aligerar mi macuto, me restaría autonomía y dependería totalmente
de los albergues, y el campo y las montañas son muy bellas para
dejar de dormir en ellas bajo las estrellas. En fin.
Cuando
me estaba tomando una cerveza en el bar me llegó un guasap de Ramón.
En el post anterior había dejado para el final el relato de cómo
termina la historia de Vermell y al final lo olvidé. Ramón y su
cuadrilla habían llegado a Uncastillo siguiendo indicaciones del
farmacéutico de Sos del Rey Católico que había sido precisamente
el responsable de haber limpiado (con motosierra incluida) y
señalizado el GR-1 entre Sos del Rey Católico y Biel. En Uncastillo
había descansado un día por ver si el caballo se recuperaba, pero
no fue el caso. Al final había decidido volver a casa para hacer un
tratamiento a fondo a Vermell. Ramón me llamaba para preguntarme
dónde estaba; había recogido su coche y su remolque y los tres,
Vermell, Dop y él mismo, la más simpática cuadrilla que uno puede
encontrarse vagando por las tierras de España, se pasarían por mi
albergue por la tarde antes de dirigirse a casa. Nos volvimos a
reencontrar pues por enésima vez en este largo vagar nuestro por la
península. Quedamos en que nos volveríamos a ver cuando descendiera
desde el Cabo de Creus siguiendo la línea de la costa camino de
Tarifa por el GR-92, esto quizás cuando el calor afloje, en otoño.
El
albergue está silencioso y solitario. Me dio tiempo a poner en orden
todas mis cosas. Tuve que trajinar para encontrar nuevos tracks y
disponer los nuevos mapas de mi ruta. Ahora todo está a punto para
continuar el camino. Llueve, pero el pronóstico para mañana es
bueno.
2 comentarios:
Cohones, que mala suerte, esta expedicion esta llena de bajas, primero Vermell y luego "el caminante" pos te voy a decir un cosilla: cuida a tu mejor amigo que eres tu mismo,
A mi Encarnita le dio el mismo mal y lo paso de "a kilo" asi que cuidadin
Animo y fuerte abrazo.
Seguro que lo tendré en cuenta.
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