En el alma del caminante duerme un vagabundo





Viladasens, 12/06/2013


Me desperté. Abrí los ojos. Amanecía. De las puntas de las hebras de hierba pendían minúsculas gotas de rocío. El caminante, que tiene de vagabundo mucho más de lo que él cree, después de una abundante y selecta cena en donde había degustado todo tipo de viandas en un Wok de la ciudad, se había ido andandico andandico camino del norte buscando en la ribera del Ter un lugar para digerir su abundante digestión y entregarse a los brazos de Morfeo, pero la oportunidad no se presentaba, incluso en determinado momento tuvo que dirigirse a los Mossos d'Esquadra porque a esas alturas ya no sabía donde estaba el norte o el sur, igualito que la paloma, y era tarde, así que en determinado momento, haciendo honor a viejas costumbres que lo habían habituado a dormir aquí o allá sin preocuparse ni mucho ni poco por las ordenanzas municipales, se aprestó a dormir en la mismísima calle, dado que Gerona se alargaba y alargaba excesivamente para un sueño que pedía ya mismo un lecho. El caminante es hombre experto en estas cosas, desde muy jovencito sus huesos durmieron en las calles de conocidas ciudades de Europa, Paris, Munich, Viena, Lérida, Roma, Milán, Madrid; también podría añadir algunas otras de Asia o América Latina. Un deporte, un juego, como decía ayer mismo, todo es un juego, todo tiene su encanto. En París compartió el techo, uno de los puentes del Sena, con un puñado de clochards; en Munich se vio en la necesidad de beber agua de los charcos, en Milán compartió el lecho con el lumpen de la ciudad. Anoche no había compañía que valiese, todo lo más recordó cierto día en que no sólo él sino toda la familia, pernoctaron junto al río en la ciudad de Lérida, una noche de verano en la que la única preocupación de mi hija cuando extendimos nuestros sacos junto al río y al lado a otros vagabundos que dormían por aquí o por allí, eran sus baratijas, su bisutería de hojalata. Aquella noche mi hija, ante la posibilidad de que durante el sueño se acercara algún randa cortó por lo sano y todos sus tesoros, pendientes y collares de la bisutería que había recolectado de aquí y de allá en nuestros viajes y andares por los montes, durmieron dentro de su saco de dormir fuera del alcance de los ladrones. Todo hijo de vecino tiene sus pequeñas adicciones e incomprensibles apegos.

Y así, caminante práctico esta noche, después de otear por los alrededores la ausencia de viandantes que pudieran ser cacos en potencia, se preparó el aislante, se metió en el saco, ató el macuto al aislante y se mantuvo vestido con el chaleco en donde cartera, teléfono, gps, cámara tienen su normal alojo. Después de esto, se durmió como un ceporro, como un bendito, vamos.

Y mientras, la vida va pasando, en esta ocasión ya casi se me fue medio año; medio año caminando. La vida se va pasando, paso a paso. Ramón terminó su vuelta a España, cinco mil ciento no sé cuantos kilómetros; a él también se le va pasando la vida; hasta leyendo o escribiendo estas líneas se nos va pasando la vida. También es cierto que si no hiciéramos nada, absolutamente nada igualmente se nos estaría pasando la vida. Miro la mies que está junto al camino, trigos y cebadas que cuando caminaba por la provincia de Huesca eran de un verde recién nacido y que ahora, unas cuantas semanas más tarde, tienen el color y el aspecto de la fruta madura, el casi final de su ciclo vital. También a los trigales se les pasa la vida; en una o dos semanas una segadora dará cuentas de ellos, de las amapolas, de las cebadas, su ciclo vital se habrá cumplido.


La vida va pasando cada minuto en que te sumes en una ensoñación, cada minuto que corres o sueñas. Dulce vida que pasas dándome yo cuenta, sorprendiéndome por estas ampollas que mis pies no conocían desde muchos años atrás, disfrutando la cena esta misma noche en este Wok geronés, recorriendo esta bella Ruta del Agua que llaman por aquí, Ter abajo hasta el mar. Por cierto, Gerona es un paraíso para los caminantes y ciclistas, caminos ex profeso, señalizaciones, banquitos para descansar de las fatigas; todos estos senderos, desde que bajé de las alturas, son un trasiego de gente. Bien por los políticos que parece que no siempre están en las nubes y llenándose los bolsillos.

La vida va pasando también para todo este muestrario intercultural que puebla las afueras de Gerona, montones de huertas bien puestas y bonitas que cuidan indistintamente blancos, negros, y gentes del Magreb. Me gusta esta mezcolanza. Paré en una farmacia y me sorprendió el cariño que ponían en su trato a unas pocas mujeres árabes. Me cura del resabio que tenía yo contra algunas de las madres de mis alumnos cuando a Griñón empezaron a llegar marroquíes. Algunas, listillas, memas de solemnidad hacían ascos a que sus hijos compartieran la misma clase con los niños o niñas marroquíes o chinos. Gente de pueblo pueblo que manejaba tanto dinero como grande era su ignorancia. Cuando veo en los pueblos de Cataluña tanta gente foránea siento un verdadero respeto por este país que con este tipo de receptividad demuestra estar a la altura de lo que debería ser el mundo, un lugar en donde cada uno debería vivir allá donde las ganas y los deseos les llevaran.

Oh, maravilla, pasar del sol¸ de la fatiga¸ del cansancio a la sombra acogedora de un restaurante, y donde no había más que amapolas y rubios trigales preparados para la siega encontrar sombra, bebida fresca, yantar y demorado tiempo para zanganear en torno a una cerveza, un tinto de verano, un bacalao a la nosequé riquisimo regado, salpicado por ajos fritos, mi pasión después de…


Esta mañana escuché a Agustín García Calvo durante dos o tres horas, don Agustín lo tenía claro, un buen puñado de sus libros llevan el título de contra esto o contra lo otro, el mío de hoy Contra el hombre. Mi admiración por don Agustín al que pude contemplar atónito una tarde en una fiesta del PC, en la que lo que decía estaba muy por encima de un público de izquierda al que la poesía se la traía floja.

La camarera, una chica joven vestida de negro con un cuerpo proporcionado y canónico, aunque nada espectacular, se hace oír aquí y allá con su voz de gato de procedencia balcánica. Cacareo de restaurante concurrido en medio de un desierto en donde el caminante no esperaba encontrar nada de nada. ¿De dónde saldrá tanta gente?, se pregunta éste sorprendido por la algarabía que forman los comensales no se sabe salidos de qué trigales, campos de avena y poco más. Crema catalana, ¿quemada o sensa? Quemada por favor, y la camarera, ésta del país, corre a cazar el siguiente pedido en alguna de las mesas de los alrededores. Consigna: no parar, enajenarse, correr, a tope la eficiencia del establecimiento. Esta gente parecen máquinas. Y están en mitad de los desiertos de los trigales y las cebadas en donde presumiblemente debería reinar la intemporalidad y las no prisas, pero alguien les contaminó con el espíritu de la ciudad y la eficiencia y no paran, no paran. Regir un restaurante grande requiere eficiencia, cada comensal es un objetivo a cumplir. Yo, si tuviera un negocio buscaría gente eficiente como ésta; tú, que estás a tu bola y distraído, te ves sorprendido porque en el mismísimo instante en que te has tomado tu última cucharada de sopa, él último ajito frito que quedaba solitario en el segundo plato¸ ya tienes a alguien que te está trayendo el siguiente plato o preguntándote por el postre que deseas o el tipo de café que quieres. ¿Mi postre? Crema catalana, ¿quemada o no quemada? Quemada. Riquísima. ¿De dónde sale tanta gente en un pueblo perdido en el páramo? Y alguien se levanta y da por terminada su comida y otro alguien se lleva inmediatamente los restos y coloca un mantel impoluto preparado para los siguientes comensales.

En Cataluña hay muchas cosas muy bien organizadas. Esta mañana paré en Cerviá de Ter a que un médico me mirara un grano purulento que me había salido en un dedo y que amenazaba con hacerse tan grande como aquel de la nariz de Quevedo, érase un hombre a una nariz o a un grano pegado, creo que decían en su comienzo aquellos versos; pues eso, que en Gerona el día anterior una amable farmaceútica me había dado un antibiótico, pero aquello seguía creciendo y creciendo. Total, que en Cerviá me lo sajaron, me pusieron la vacuna del tétano (uno es tan desastre que no se cuida de saber si se la pusieron o no, de manera que cuando tiene un incidente deben de ponérsela de nuevo), me limpiaron aquello, me lo vendaron, me dieron un antibiótico y acabaron con esa improvisada hinchazón que me había salido en el dedo. Gente amable por todos los lados, para que luego digan de los catalanes aquello de Barcelona es bona si la bossa sona. Con la farmacéutica demoré casi un cuarto de hora charlando sobre las maravillas del cabo de Creus, sobre Dalí o sobre cierta región cercana a Manresa de la que ella hablaba elogiosamente.


¿Decía usted de la Conferencia Episcopal?

2 comentarios:

Ignatius dijo...

Si continuas el cauce del Ter llegarás a lo que se conoce como la Gola del Ter. Por la Gola pasa el GR 92 que por Torroella de Montgrí, y toda la costa brava hacia el Norte te llevará al Cap de Creus; pero el Mediterráneo lo tienes ya a un paso. En la Gola del Ter donde el río se hace mar las Islas Medas te darán la bienvenida y el Mar te invitará a que tu cuerpo se moje de sal y cure todas tus heridas...
Recuerdo unos familiares tuyos de Celrá. Ellos fueron nuestros anfitriones cuando recorrí contigo por primera vez los Pirineos , acabamos haciendo auto stop desde el túnel de Vielha hasta Girona y en ese periplo porenaico cumplí los dieciocho años en Barcelona.
Regreso de Aracena y Cazorla, caminos que conocieron tus pasos, Cazorla, Coto Rios, Aguasmulas, Pontones...ha sido maravilloso...
Un abrazo

Alberto de la Madrid dijo...

Ya veo que cumpliste tu ciclo primavera de caminar alguna parte de España. Es verdad, Cazorla y Segura son un mundo.
Al final me fui por el interior, al cap de Creus, recorreré la desembocadura del Ter bajando hacia el delta por el GR-92.
Tienes mucha mejor memoria que yo, pensé pasar por Celrá para allí ya no queda nadie, mis tíos murieron y a mis primo si los encuentro no los reconocería. Así son las cosas.
Un abrazo