Pese
al duro suelo de piedra que me ofreció la hospitalidad del
silencioso pórtico de la iglesia de Ochagavía, pese a ello dormí
como un lirón toda la noche. La tormenta debió de amainar
enseguida. El silencio, con más razón hoy, era un silencio
claustral. Cuando me desperté por encima del pueblo campaba una
espesa niebla que poco a poco se iría disolviendo a lo largo de la
mañana.
Estaba
hecho un lío con la geografía del lugar... mi frágil memoria. Me
gustaría tener en la cabeza el mapa entero del Pirineo que durante
tantos años recorrí, pero todo él está hecho a trozos, trozos que
corresponden a mis vivencias y que trabajosamente casan unas con
otras, o me faltan valles intermedios o confundo la continuidad de
unos con otros. A veces, como cuando uno busca por largo tiempo
encajar una pieza aislada de un puzzle, se produce el milagro y
entonces se hace la luz y ya puedo ver ininterrumpidamente un
trayecto que hice hace treinta, cuarenta años. Me sucedió ayer
cuando el pastor me ayudó a situar aquel pico preeminente que tenía
delante de mi, el pico Ori.
Mientras la niebla se va disolviendo a mí alrededor, para sustituir a Teresa Pámies que terminé ayer, elijo Laura Esquivel; voy a probar, su éxito mundial con Cómo agua para chocolate, no es para mí ninguna garantía, desconfío siempre de los superventas. Así que, mientras voy alcanzado los prados altos desde donde se ven descolgar ya las altas cumbres del Pirineo más osado, me inicio en la lectura de esta escritora mejicana.
Recorrer el Pirineo partiendo del mar Cantábrico es contemplar un proceso de continuo crecimiento y transformación, desde esas lomas que tímidamente junto al mar parecen alzarse con meloso atrevimiento, según pasan los días; la autoestima de los montes, de vacas al principio como decíamos nosotros, va creciendo y creciendo hasta hacerse fornidas montañas a la altura de los bosques de Irati con el pico Ori. Uno ve ese crecimiento con cierta admiración. Algo parecido sucede cuando se comienza a caminar a mitad del invierno y los días van pasando y pasando trayéndose consigo poco a poco el calor de la primavera. Un día te levantas y te encuentra con los almendros en flor, los brotes de las plantas, prietos y sedosos aparecen por aquí y por allá a la llamada de una nueva estación a punto de imponerse. Y la primavera explota con todo su esplendor y tú sigues caminando y haciendo cada mañana un descubrimiento tras otro, y de esta manera te vas sintiendo cada día más una parte de esa naturaleza que tú ves transformarse una mañana tras otra. Y se aproxima el verano y entonces crecen prolíficas y rabiosamente llamativas las amapolas de rojos pétalos, las fieles acompañantes de los sembrados que tanto alegran con su presencia los trigales y las cebadas.
Recorrer el Pirineo partiendo del mar Cantábrico es contemplar un proceso de continuo crecimiento y transformación, desde esas lomas que tímidamente junto al mar parecen alzarse con meloso atrevimiento, según pasan los días; la autoestima de los montes, de vacas al principio como decíamos nosotros, va creciendo y creciendo hasta hacerse fornidas montañas a la altura de los bosques de Irati con el pico Ori. Uno ve ese crecimiento con cierta admiración. Algo parecido sucede cuando se comienza a caminar a mitad del invierno y los días van pasando y pasando trayéndose consigo poco a poco el calor de la primavera. Un día te levantas y te encuentra con los almendros en flor, los brotes de las plantas, prietos y sedosos aparecen por aquí y por allá a la llamada de una nueva estación a punto de imponerse. Y la primavera explota con todo su esplendor y tú sigues caminando y haciendo cada mañana un descubrimiento tras otro, y de esta manera te vas sintiendo cada día más una parte de esa naturaleza que tú ves transformarse una mañana tras otra. Y se aproxima el verano y entonces crecen prolíficas y rabiosamente llamativas las amapolas de rojos pétalos, las fieles acompañantes de los sembrados que tanto alegran con su presencia los trigales y las cebadas.
El caminante puede ser ciego o sordo,
pero aún así nunca dejará de contemplar perplejo este continuo
cambio que se observa en la naturaleza a lo largo de los meses; aún
así su olfato, su piel le advertirá del milagro que se produce de
continuo a su paso. Y sin venir apenas a cuento me vienen a la
memoria aquellos versos de Rafael Alberti:
A cabalgar, a cabalgar
hasta enterrarlos en el mar,
cabalga caballo cuatralvo,
camino del alba,
a cabalgar...
No, no lo he olvidado, hablaba de Laura Esquivel. Su primer capitulo me encantó, ágil, con su dominio del ambiente y los hechos que se narraban, el misterio, la sensación de que la autora dominaba con soltura los hilos de la narración, pero ¡ay!, llegó un capítulo más y aquella historia queda estancada para dar paso a un producto muy diferente, estamos, parece, en el año dos mil doscientos y allí, a imitación de 1984, de George Orwell, empiezan a suceder cosas que son pesadamente el resultado de algo que acaso pide el público de los bestseller pero que a mí me aburre soberanamente; no me gusta, el romance que había empezado a perfilarse se pierde en un juego en donde la ironía acaso tenga excesivo espacio. Encuentro la cosa poco imaginativa después de leer una introducción que decía mucho de las posibilidades de la autora. De todas maneras estoy al principio, sólo deseo que la futurología en que se ha metido desaparezca pronto para dejar paso a la tensión de los sentimientos y las pasiones.
Trato
de escribir tras la comida en un restaurante de Isaba, pero un sueño
pesado tira de mí, me deja los miembros flojos, los ojos se me
cierran pidiéndome un rincón para dormir a pierna suelta.
Definitivamente me voy a buscar una sombra, este vagabundo no aguanta
de pie.
2 comentarios:
Desde Madrid te doy ánimos para que veas también el paisaje desde las alturas que dan las cimas.
Gracias Santiago
Estoy en Formigal y sin crampones. Llamé al refugio... Parece que se necesitan, ya veremos
Publicar un comentario