Dormir en los bosques



Cercanías del refugio Alpe Laghetto, 18 de agosto 

Paso de Variola. ¿No hay una relación directa entre el esfuerzo que requiere algo y la satisfacción, el placer que produce el momento de conseguirlo? En este sentido caminar día tras día es una sucesiva cadena de esfuerzos y satisfacciones. Sentarse al final de un día como hoy, al gusto de dar por terminado el esfuerzo se añade la visión retrospectiva de un larguísimo día dejado a la espalda no neutro sino lleno de una densa vivencia en la que uno mismo es sujeto, actor y receptor. 

Estas enormes subidas de los últimos días terminan por crear una cadena de expectativas, un paso, un collado que además de estar muy alto nunca es el que tú piensas, el que tan claramente parece ser y que nunca es porque la vista engaña dos, tres veces, a veces más. Es como una película de misterio en la que continuamente te toman el pelo con falsas pistas. 


Desde el paso deberían verse los grandes cuatromiles situado al oeste, pero la niebla lo invade todo cuando llego por fin al collado. Más abajo se despeja algo pero la cumbres se mantienen ocultas bajo la celosía de las nubes. 

La dorsal general de los Alpes, que sigue la dirección oeste-este y la lógica de una travesía de los mismos hace que el itinerario obligado mucha veces consista en bajar profundos valles y volver a subir al día siguiente la estribaciones próximas que se ramifican a partir de la dorsal general. Son varios días en que esta tónica se repite: larguísimas subidas de dos mil metros de desnivel para alcanzar alguno de los collados que te llevan al valle siguiente en un descenso similar. La secuencia se remitirá docenas de veces hasta que los Alpes sucumban a la tentación de sumergirse en el mar, allá por tierras de Mónaco o Niza. Es un trabajo muy duro en ocasiones, recuerdo hace días que superar esos dos mil metros me llevó ocho horas.  Depende de lo largo que sea el valle, la dificultades que plantee o si es más o menos escabroso. En ocasiones grandes farallones de rocas cierran el paso y entonces el sendero tiene que apañárselas con largos rodeos para salvar los escarpadas paredes de roca o los ríos caudalosos. 


La ascensión de hoy era una ladera sumamente inclinada de bosque denso, mientras que la bajada transcurría durante horas descendiendo poco a poco por una ladera de prados, pastos y bosques de abetos. Mi gps me indicaba que tenía que descender otra vez hasta el fondo del valle a Bacinasco para remontar al otro lado del valle la ladera opuesta. Pero sucedió una cosa curiosa, caminaba desde hacía un buen rato por un bosque y en cierto momento miré el gps y me encontré que desde tiempo atrás estaba fuera de ruta, tenía que haber cogido una desviación a la izquierda que me llevaba al fondo del valle, mientras que el camino que yo seguía cruzaba la ladera. Mirando en el mapa descubrí que el nuevo camino me llevaba directamente a un refugio en media hora, el San Bernardo. Así que contento, podría volver a comer caliente y regalarme con una buena cerveza. Y no sólo eso, que en el refugio, mientras me tomaba el postre, sobre un mapa que me habían regalado descubrí un sendero que continuaba a media ladera y que me llevaba a un segundo refugio en dos horas y media, todo en la línea de mi itinerario general. El no atenerse a una ruta estricta tiene a veces sus ventajas. 



Me evité una bajada y subida subsiguiente de medio millar de metros y además el sendero era una monada, tranquilo y apacible para poder terminar en el trayecto el libro de Cunqueiro. 

Me gusta fotografiar mi tienda, dejar constancia de los lugares donde la noche, el bosque, el valle, me ha acogido en su regazo en este largo caminar por el mundo y sus montañas. Sí, es un sentimiento así, como de quien ha percibido en lo elementos ese gesto de hospitalidad y al que uno corresponde aceptando y sintiéndose como en su propia casa; tal es el calor con que uno advierte esa hospitalidad de la naturaleza. 
Normalmente a la tarde monto la tienda y me meto enseguida en ella para tumbarme y descansar, pero hoy es diferente, no me duele la espalda y he encontrado un sillón de piedra ergonómico, además la temperatura no es demasiado baja. Estos días de tanto mirar y estudiar mi itinerario había terminado por desarrollar una especie de necesidad de llegar a determinado sitios en determinada fecha, algo que también tenía que ver con la expectativa de verme con mi hija y Quique en Val de Aosta. Esta tarde me vuelvo a sentir liberado de todo tipo de plazos, entre otra cosas porque definitivamente Quique y Lucía han sopesado los más de mil kilómetros que tendrían que hacer para vernos y han desistido. Yo también me siento más libre y puedo ir al ritmo que me marque el ánimo. 


Hace un rato, deshaciendo el macuto, apareció por algún lado el mosquitero, una tela que nunca dejo en casa si es temporada de moscas o mosquitos, y que suelo utilizar sobre todo para echarme la siesta. Lo miré socarronamente, el mosquitero yace inactivo desde hace más de un mes en el fondo de la mochila como un objeto que se hubiera equivocado de estación o de lugar. 

El mosquitero, sinónimo de las siestas que me iba a echar... probablemente porque cuando salí de Madrid hacía un calor del carajo y cuando hace calor un servidor no se salta la siesta por nada del mundo. Eso y mi experiencia de atravesar España con su largas horas de calor en las que era obligado dormir a la sombra de un pino a veces hasta avanzada la tarde en que con el sol a un palmo del horizonte ya era posible volver a caminar. 

Mañana se espera de nuevo mal tiempo, tempo bruto, como dicen aquí. Paciencia. 



4 comentarios:

slechuga dijo...

Alberto el fotografiar la tienda me recuerda a mis viajes en solitario en Vespa, la cual fotografiaba al ser mi única compañía de viajes.
Creo que al final al viajar solos, siempre habrá vínculos con estos curiosos acompañantes.
Abrazos desde Madrid, que ya te queda menos.

Alberto de la Madrid dijo...

¡Cómo no vamos a establecer una relación de simpatía e incluso de cariño con esos objetos que tanto nos acompañan en nuestras correrías! Que nos acompañan, nos abrigan, nos protegen del agua del viento. Es extraordinario el confort que se siente en el salón al final del día.

Ainhoa dijo...

Que bello! Acabo de descubrir este blog y me ha emocionado. Es cierto que es inevitable desarrollar empatia o incluso carinno hacia esos objetos que nos acompannan. Despues de cuatro meses viajando en Bicicleta, he desarrollado cierta obsesion por retratar mi montura en los paisajes mas bonitos, me parece que tiene luy propia o incluso hay algo vivo en ella. Y eso que no viajo sola! En fin, voy a seguir cotilleando el blog un buen rato. PD, perdon por las faltas de ortografia, teclado checo.

Alberto de la Madrid dijo...



Encantado de encontrar por aquí una trotamundos sobre ruedas. Con veintitantos años quise volar a Tierra del Fuego para recorrer América hasta los fiordos de Alaska, pero mientras tanto me enamoré y tuve otras prioridades. En la próxima reencarnación tengo pensado comprarme una bici y ponerme el mundo por montera sobre ella. Una sola vida es que no da para mucho.

Buen camino, y que sigas rodando con tanto entusiasmo y dedicación. Me alegrará encontrarte alguna vez más por aquí.