La aventura de la soledad



Bajo el col de Crest, 29 de agosto 

Quizás habituado como estoy a verme todos los días en este gran silencio que se cierne en torno a la niebla pueda llegar mi ánimo a perder el recogimiento y el grado de contemplación que esta situación me produce. Me pareció que debía estar atento para que no se me escapara un manojo de sensaciones. La niebla estaba un poco más alta que la prominencia que había elegido para montar mi vivac, pero mientras colocaba la tienda, cuando me quise dar cuenta estaba totalmente inmerso en ella. Yo, que mamé de la cosa religiosa desde muy niño y siendo hoy un descreído, tengo, sin embargo, pocas referencias, cuando se trata de expresar ciertas emociones y estados de ánimo, que no estén ligadas de alguna manera al hecho religioso. Desde milenios la religión, correcta o incorrectamente ha venido monopolizando ciertas sensaciones y estados de animo relacionándolos o asociándolos de alguna manera con la mística. Esto es así hasta el punto de que son numerosas la ocasiones en que el caminante en su soledad, ahíto de silencio interior, bañado por una naturaleza primitiva y salvaje, elemental, siente algo muy parecido a esa fervorosa pasión que experimentaba de niño y que le llevaba a postrarse con los ojos húmedos a los pies de una imagen de la Virgen. Hay cierto arrobamiento, ¿cómo decirlo si no lo llamamos espiritual? Hay cierto arrobamiento espiritual en muchos momentos de mi caminar por los Alpes. Esta tarde, por ejemplo. En estas montañas hay valles que son muy visitados y otros que no lo son en absoluto, o eso percibo yo al menos. El de esta tarde, sin más, en el que juraría que es imposible encontrarse con nadie, que es como una cerrada selva, apretado y de espesísima vegetación, a la que, cuando termina el bosque, siguen inclinadas praderías llenas de niebla. El ambiente es totalmente propicio para el recogimiento. Escribo, trato de abrirme paso en lo que siento, mi pequeño teléfono hace de intermediario entre mi realidad interna y lo que sucede a mi alrededor, busca los nexos, y en ello estoy cuando comienza a llover, ya se sabe ese clac clac sobre la glauca claridad del techo de mi casa de tela. Y la lluvia profundiza en la masa sensible de mi ánimo con un fervor parecido a cuando de niño en Semana Santa el recogimiento producido por los santos cubiertos de telares violetas, el Cristo omnipresente en la cruz, los cantos lastimero del Vía Crucis, dejaban mi, ¿cómo decir si no digo alma?, dejaban mi alma en extasiado recogimiento. De qué esté hecho esto, cuál sea su sustancias, es algo de lo que no estoy seguro. Sé que de mi experiencia viajera y lectora podría sacar muchos ejemplos de situaciones que siendo bien dispares tienen sin embargo concomitancias, solapamientos parecidos, lo que indican que de algún modo todas esas diversas experiencias deben de beber de parecida agua fundamental. Cito algunos ejemplos que puedan hacer comprender mejor lo que quiero decir: los arrobamientos de Santa Teresa, las prolongadas meditaciones de los hindúes en las gradas junto al Ganges en la ciudad santa de Benarés, algunos sentimientos que se apropian de los enamorados, las experiencias místicas de los ermitaños, y en general muchas de las vivencias por las que han pasado notorios solitarios en el mundo de la aventura de montaña o de la navegación. 


Sí, llueve. Estoy solo. Muy alejado de cualquier núcleo urbano, ni cabras, ni vacas, hoy estoy sólo, el monótono repiquetear del agua sobre mi ánimo me acompaña. Hoy me emociona la lluvia, la soledad, el silencio. La naturaleza como el seno materno desde cuyo calor y aislamiento miro la otra realidad, la del mundo y sus problemas, lejanos en este momento como algo perteneciente a otro tiempo o a otro espacio. 

La realidad global ciertamente no ha cambiado, sin embargo yo me encuentro en un estado de sensibilidad y conocimiento muy especial que me place extraordinariamente. Pienso que una teoría del conocimiento debería recoger estos aspectos de la realidad. Si las personas somos dadas a repetir ciertos actos que nos enriquecen o nos son gratos y a no volver sobre aquellos que nos producen dolor o desagrado, seguramente a lo largo de la vida, observando en nosotros cómo responde nuestro cuerpo o nuestro espíritu ante determinadas actividades, deberíamos ser capaces de adquirir al cabo de los años un conocimiento apropiado de la realidad, especialmente de la realidad que nos concierne.


Bajo el lugar del vivac que abandonaba esta mañana el camino desaparecía en una profunda pendiente demasiado inclinada para mi gusto. Durante casi una hora el sendero se mantuvo casi a la misma altura, después de lo cual, una vez llegado a un santuario con aspecto semiabandonado que mis notas denominaban como refugio-vivac, se precipitada pendiente abajo hasta el fondo del valle. Desayuné en un chiringuito, comí en Ronco Canavese sin prisas y enseguida emprendí la subida hacia el col de Crest, cinco horas valle arriba. Gran parte del recorrido lo hice leyendo los relatos de Alice Munro. 

Días atrás me había referido a la extrañeza que me producía que Marvin Harris se hubiera molestado tan prolijamente en rebatir las teorías creacionistas, que aún hoy intentan explicar la creación del hombre, los serés vivos y la Tierra tomando la Biblia al pie de la letra. Hoy uno de los relatos que leí de Alice Munro curiosamente tenía como eje central estos asuntos. El relato se desarrolla en alguna universidad canadiense. Mi asombro, al constatar la fuerza que estas creencias tienen todavía en un mundo tan "desarrollado" como Canadá y Estados Unidos, es para salir y decir, pero ¿es posible que estas cosas todavía sucedan, que en universidades punteras se siga pensando que un supuesto Dios creó el hombre del barro y a la mujer de una costilla de este último? Esta lectura hizo que yo mismo me retrotrayera a la época en que empecé a dar clase a alumnos de sexto a octavo de la antigua EGB hace más de treinta años en la localidad de Griñón. Por entonces enseñaba ciencias sociales pero cuando llegué allí, un pueblo de raigambre bastante religiosa que parecía vivir bajo la tutela de los curas de La Salle, el panorama que me encontré era tan como de otra época que me sentí obligado moralmente a hace una programación que iba más allá de mi asignatura y que entre otra cosas incluía una formación elemental sobre sexualidad, una tarea esta última que llevé a cabo con el médico del pueblo vecino, un hombre joven y animoso que se admiraba como yo de la ignorancia que en estos asuntos gastaban por allí. También me tropecé en aquellos años, como era de esperar con el lógico problema del origen del mundo, como en el relato que leía. Me parecía inmoral profesionalmente pasar por alto aquellos temas. ¡Ah!, con lo Iglesia hemos topado, amigo Sancho. Tuve broncas y problemas para dar y tomar, una prole de mamás que creían estar viviendo en el Medioevo y que pretendían que yo me atuviera al programa y me dejar de... etc. Me hice enseguida famoso en el lugar. Mis clases de historia no gustaban a un buen número de padres, les parecía por ejemplo inapropiado que leyéramos en clase cosas como La resistible ascensión de Arturo Ui de Bertolt Brecht. Recuerdo que fue por aquella época cuando el asalto de Tejero al Congreso de los Diputados. Era difícil tener todas consigo en un pueblo como aquél. Tenía yo por entonces muy reciente los sucesos de Requiem por un campesino español, de Ramón J. Sender, donde la iracundia popular de nuestra guerra había llevado al paredón a todos los vecinos sospechosos de progresía. Ya lo decía el otro día Henry Miller en Trópico de Capricornio, pensar diferente a los otros es algo muy peligroso, si uno no quiere tener problemas en la vida lo mejor es mimetizarse con la mayoría, con el montón. El relato de Alice Munro, un profesor que trata de explicar científicamente el origen de la vida, lo que provoca el fin de su vida profesional, es dramático por la época en que se desarrolla. El fundamentalismo religioso, acompañado por un nulo ejercicio del pensamiento y por la ignorancia hacen estragos en el ambiente social en que se desarrolla el relato de Munro. El título del relato es: Atentamente Lewis Spier





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