En las Hoces del Duratón





Barranco del río Lobos, 22 de octubre

Eran de noche todavía cuando un manotazo de Santiago sobre la chapa del coche me despertó.  Él también es un buen madrugador, el aire de las primeras horas del alba nos gusta a ambos. Habíamos pernoctado en el puente de Villaseca y ahora nos tocaba dejar el otro coche en la entrada de las hoces, en Sepúlveda, para evitar hacer un itinerario de ida y vuelta por el mismo lugar.
En el primer tercio del camino nos encontramos de frente con el guarda forestal, un hombre de aspecto bonachón que no tuvo empacho en satisfacer nuestra curiosidad. Veníamos discutiendo Santiago y yo si el chopo y el álamo eran en realidad el mismo árbol, algo que no teníamos muy claro, y quedó aclarado en un momento, se trataba del mismo árbol. Por los alrededores se alzaban tres álamos diferentes, uno estirado y de ramas ceñidas al tronco, el populus nigra, el populus alba es el segundo, de tronco blanco parecido al abedul, y el último, de ramas más dispersas es el populus canadiense, un híbrido que se adapta bien a estas tierras. Los sauces en las hoces son montón pero de muy diversas variedades. En las hoces hay buitres, especialmente el buitre leonado, alimoches, halcones y en algún momento debió de visitar el lugar el quebrantahuesos. Es agradable hablar con el guarda y oírle hablar de árboles y animales. Su trabajo consiste en pasear por las hoces ocho horas al día durante todos los días del año; le gusta la soledad que vive la mayoría del tiempo, siempre metido en este pequeño paraíso que son las hoces.



El sol entra con dificultad en el corredor del río, pero cuando lo hace es a lo grande, es como si bajara a las hoces y fuera recorriendo como el Principito el lugar encendiendo en este caso no las farolas sino la copa de los álamos que salen de repente de la somnolencia de la noche para dorarse con el lujoso amarillo de sus hojas acorazonadas. Será un paseo tranquilo dedicado a buscar rincones y detalles para nuestras cámaras. Un paseo de trece kilómetros. La mañana era fría pero agradable de caminar.

Fotografía de Santiago Pino

Indagando por un lugar para comer con dos chicos que andaba desbrozando el camino supimos de la ermita de la Hoz, que se alcanzaba partiendo del cercano pueblo de Sebúlcor y decidimos darnos una vuelta por el lugar. Desde el mirador sobre la ermita la vista es espléndida, merece la pena darse un paseo hasta allí. Por cierto, para comer barato y bien, en el pueblo hay que buscar el restaurante de Gregori.

De vuelta a Sepúlveda nos separamos, Santiago regresaba a Madrid y yo continuaba hacia el norte camino del Barranco del río Lobos, donde pasaría la noche junto al río. 






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