Escepticismo no, por favor





Hoces del río Duratón, 21/10/2014


Las primeras luces del alba nos sorprendieron preparando el desayuno junto al río. Una bella silueta de mi hermana dando cuenta de su café con leche junto a una encina fue la imagen con que se estrenó mi cámara hoy. Después, desde muy temprano, hubo oportunidad para recoger muchas y muy variadas tomas otoñales. A los amigos del Navi, si no conocéis este lugar ya podrías aprovechar, antes de que el otoño se largue, para daros una vuelta por aquí; verdaderamente merece la pena, sobre todo en los primeros kilómetros del río.


Nada más comenzar a caminar ya tuvimos compañía, un mastín se fue acercando poco a poco hasta hacerse amigo íntimo de Santiago que poco tiempo después jugaba con él dándole empujones que le hacían rodar sobre la hierba. Cuando nos paramos a descansar un rato el can no tardó en ponerse boca arriba para que le hiciéramos caricias en la tripa; ¡no sabía na, el chucho! Voy a tener que probar yo a hacer lo mismo, a ver si cuela y encuentro un alma caritativa que haga lo mismo conmigo. Mi amigo Luis Dueñas, del que hablaré más abajo, no sé si aprobaría la cosa, eso de ponerse patas arriba para que alguien le haga carantoñas por todo el cuerpo, pero no importa, con la venia o sin ella, lo que es agradable no deja de ser agradable por mucho que alguien mire de reojo como diciendo, jo, vaya bicho éste.




Las vueltas y revueltas del río Pirón son un mágico alfombrado dorado desde las primeras horas de la mañana, el río discurre oscuro y plácidamente aletargado bajo una delgada capa de hojas que flotan como barquichuelas sobre su superficie. Al encenderse las picorotas de los altos chopos con los primeros rayos del sol su fulgor baja hasta el río donde se miran entre el oro de las hojas. El bosque está silencioso, somos sus únicos visitantes. De tanto en tanto el valle se abre y una alameda alfombra con sus hojas enteramente el suelo. Cuando nos encontramos con una señalización en donde se lee: ermita de Santiaguiño la seguimos. Se alza bajo la roca de unos farallones, los devotos de estas cosas han aprovechado un pronunciado saliente en la roca rosada para construir allí su ermita. 






Más adelante nuestro itinerario abandona el río y se da un garbeo por los cerros de los alrededores para ir a parar más tarde al río por la orilla opuesta. Cuatro o cinco horas de paseo, un recorrido tranquilo, sencillo, de agradable vistas otoñales. Mientras arrancábamos y dejábamos el lugar, nuestro compañero de marcha, el mastín que nos había acompañado durante toda la excursión, nos miraba con cierto pesar. Acaso se había hecho la ilusión de que Santiago se lo llevara a su casa. Montse y yo se lo propusimos, pero no, mucha amistad y muchos cariñitos pero a la hora de la verdad nada. Este Santiago…




Conduciendo entre el otoño del río Pirón y aquel otro de las hoces del Duratón venía pensando en mi amigo Luis Dueñas que no deja de derrochar un ingenio sintético y mordaz día sí y día también en su muro de Facebook. Ya lo digo, no hay día que no arriesgue una frase de unas pocas palabras en donde hace un retrato de alguna realidad como quien con un par de cincelazos intenta atrapar una
idea evanescente. Yo entro muy poco en las redes sociales, pero cuando lo hago no hay día que pase de echarle una ojeada para ver qué ha caído en las redes de su laconismo de última hora. Lo de hoy, sin embargo, era algo más frugal, a mi amigo Luis se le perdieron las gafas y así de sopetón no se le ocurrió otra cosa que pretender incluir en el árbol genealógico de Pablo Iglesias nada más y nada menos que a aquel señor de lastimosa memoria llamado Rubalcaba. Por una vez me pareció que la agudeza visual de mi amigo erraba de parte a parte.
El caso es que no sé bien si fue este recuerdo u otro, pero a continuación, mientras el llano segoviano pasaba a mi alrededor, mientras parábamos en Turégano a hacer alguna fotografía, mientras algunas hileras de chopos pasaban doradas y festivas frente a mi ventana, empecé a considerar uno de los grandes problemas que planean sobre el panorama político y social de la ciudadanía de este país. Me refiero al escepticismo. Hemos vivido tantas y tantas décadas de ignominia, de escarnio, de abuso sistemático por parte de políticos y aprovechados de todos los colores, de sinvergüenzas, de gente que ha creído que este país era materia idónea para conducirlo como rebaños, para exprimirlos hasta la depravación, que ya ni siquiera consideramos la evidencia de que esto puede y debe cambiar. Que la intoxicación de los medios “informativos” llegue a gente de la calle como aquella señora que el otro día en el entorno del estadio de Vista Alegre regalaba a los asistentes al congreso de Podemos con los apelativos de: venezolanos, cubanos, iros a vuestra tierra, es comprensible, la ignorancia, la mentira y la intoxicación siempre han sido elementos determinantes para aupar a la derecha más recalcitrante; sin embargo, al comprobar cómo el escepticismo se cuela en el tejido social y hace estragos entre la gente inteligente, la cosa se hace más dura. Entiendo mal que una sociedad a la que se le apalea de continuo por todos los medios, viendo cómo en la calle surge gente que ha empezado a organizarse para dar la vuelta a esta situación, mire a ésta no sólo ya con escepticismo sino con un tanto de rechifla. A mí me parece que esto es serio y contundente, que estamos viviendo un momento histórico sin precedentes en la historia no sólo de España sino del mundo. Da risa oír al señor Aznar arremeter contra todos estos que quieren acabar con nuestra democracia, la de los ricos, se entiende, la de los mangantes, querrá decir.
¿Puede ser verdad que sigamos creyendo que esto no lo mueve nadie? ¿Y no sólo eso sino que además ejerzamos de agoreros, escépticos desde acaso la comodidad, si no desde la irresponsabilidad de quien estando contra todo y contra todos nunca va a confiar en un cambio posible?


Sobre la chopera del río Duratón ha caído la noche, cerca la presencia del río llega como un lejano rumor de alas de palomas, la oscuridad es total, las estrellas derraman la gracia de su brillo sobre nuestras cabezas.

















Sepúlveda


Turégano

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