Al mediodía el cielo era intensamente azul



Alatoz-Casas Ibáñez, 28 de marzo de 2015

Al mediodía el cielo era intensamente azul, ese azul que se ve por encima de los cuatro mil metros en los Alpes, el azul de la caja de pinturas Alpino que usábamos todos los niños en mi infancia. Caminaba, después de atravesar los meandros de la gran cortadura del Júcar a un paso por Alcalá de Júcar, por un paisaje en donde despuntaban los brotes de la cebada o el trigo alternado con cepas de viñas que se alargaban hasta el horizonte, cuando fui consciente de ello. Se había calmado el viento y el sol había empezado a calentar más de lo conveniente. Profe, recordaba yo la pregunta de alguno de mis alumnos de ocho años, ¿por qué el cielo es azul?; esa clase de preguntas que no vienen en los libros de texto, y que sin embargo aprovechan tanto la curiosidad de los niños. 



El azul del cielo sobre el que flotaban pequeñas nubes blancas, se fundía en el horizonte con el verde de los cultivos, con pequeñas hileras de árboles, mientras yo recorría los primeros capítulos de la novela que había comenzado esta mañana, La rebelión de Atlas, de Ayn Rand, un volumen de más de mil páginas que espero pueda alimentar algunos centenares de kilómetros. El libro requiere atención y esta parte del camino que tengo por delante parece adecuada para sumarse en largas horas de lectura mientras la Ruta de la Lana se va haciendo casi sola, mientras el paisaje pasa y yo me sumerjo en los problemas del tendido de una red ferroviaria por el norte de México y sur de Estados Unidos. En eso deseo que consista a veces mi caminar, horas de contemplación, horas de lectura, un discreto contacto con la gente con la que me tropiezo. Mi yo es un accidente para estas tierras que atravieso y ellas son para mí otro tanto con posibilidades añadidas de transformarse gracias al calor, el frío, la lluvia o la belleza del paisaje, o a mi cansancio en una experiencia acaso notable en algún momento. Dime cómo, con quien, en qué circunstancias o paisaje te sientes realmente bien y acaso podamos hacer un proyecto para atravesar la vida con cierta posibilidad de éxito. Ese parece ser el mensaje estos días.

Apoltronado en mi casa con esta o aquella nadería pienso muchas veces en esto. Dado que no me es posible organizarme de acuerdo con ninguna directriz, no hay receta ni guión ni certeza que pueda decirme que es lo mejor para que mi vida pase de la manera más coherente y satisfactoriamente posible, no me queda otra que mirar a mi alrededor, echar un vistazo al pasado y tratar de averiguar en qué situaciones el organismo trabaja más a gusto, siente más satisfacción. Y cuando me sumerjo en esta idea sucede algo curioso, sucede que encuentro no diferenciarme mucho en este sentido de una ameba o un gato. Una de nuestras gatas, Bartola, no hace absolutamente nada en todo el día, cuando hace frío ella se busca los respiraderos de los radiadores y se pasa el día desperezando al calorcito de la calefacción. Luego, por la noche, se va de gatos o a cazar conejos, como sucedió esta pasada noche que Victoria la sintió sobre su cama como otras veces pero hoy demasiado inquieta. Encendió la luz para ver qué sucedía y se encontró con que se estaba merendando un gazapo, un conejito pequeño y aterciopelado. No hubo manera de librar al conejo, la gata se lo llevó debajo de la cama. A la mañana siguiente del conejito no quedaban más que los huesos. Se pasó el día siguiente junto al radiador haciendo la digestión. Las amebas hacen otro tanto, buscan el lugar más favorable a su cuerpo, tratan de encontrar un equilibrio en que las condiciones de reproducción y supervivencia sean más adecuadas. No sé si es exagerado pero creo que la enseñanza que podemos sacar de estos bichos es sustancial, es decir, tratar de averiguar dónde, cómo, con quien y en que circunstancias funcionamos mejor; encontrar el camino de aquello que realmente nos puede dar satisfacción independiente del trabajo que pueda suponer debería ayudarnos a conformar la vida. 




Encontrar los ritmos adecuados a la existencia no es asunto baladí. Mi cuerpo hoy está muy cansado. Me pregunto, ¿es esto lo que buscas, es a través de esto que tratas de encontrar algún tipo de acomodo, de verdad para tu cotidianidad? Y la respuesta parece que es sí, aunque en este momento preferiría estar fresco como una rosa. Quizás lo que los animales buscan por instinto los humanos nos vemos obligados a encontrarlo con el difícil ejercicio del error y el acierto. Si el gato se apuntara de por vida a una comodidad junto al calor del radiador mal lo iba a tener. Sin embargo, seguro que si les propones a los humanos una vida cómoda y sin problemas tendríamos colas para firmar un contrato con semejantes perspectivas. 




El día anterior había hablado con el ayuntamiento de Casas Ibáñez y el albergue, me dijeron, estaba actualmente ocupado por algunas personas, pero que si no era escrupuloso no había problemas. El problema era localizar a la persona con la que tenía que compartir la habitación. No sabían como hacerlo. Tan en el aire quedó la cosa que hoy llegando tan cansado como estaba no me lo pensé dos veces cuando entré en el pueblo, me metí en el primer hotel que encontré a mano. Una larga siesta después de comer y una ducha no lograron sacarme del sonambulismo en que me encontraba. Las diez de la noche. Me voy a la cama.





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