Entre cala Fiuli y cala Luna


Nuoro, Cerdeña, 12 de junio de 2015

Cuando sonó el despertador rayos y truenos amenazaban la madrugada haciendo la competencia a los gallos. Qué gusto, me dije, ya tengo una disculpa para dormir un rato más, últimamente una de mis aficiones favoritas. Así que ni siquiera me dio tiempo a pensarlo, apagué el despertador, nos dimos los buenos días la hortelana y un servidor, me volví sobre el lado izquierdo y seguí durmiendo. Sólo una horita más.
En el bar donde desayunamos atendía la misma joven de ayer con su peinado de cresta graciosamente caído sobre la derecha de su linda cabeza. Despertarse, salir a la calle y encontrarse con la simpatía en persona es un buen regalo para el viajero, especialmente si ésta es de género diferente. Ah, cuánto mejor iría el mundo si todos sacáramos más a menudo a pasear esos músculos faciales que tanto puede agradecer nuestro interlocutor, no esa sonrisa de profidén más falsa que todas las cosas, claro, sino la sonrisa espontánea y empática que nos acerca al mundo y a la gente .
Llovía, sí. Íbamos camino del cañón de Gorroppu y el parabrisas del coche no daba a basto. Como corresponde a desocupados jubilados que se hacen un lío con el tiempo y nunca saben si es miércoles o domingo conducíamos por las montañas del parque nacional del Golfo de Orosei tan despacio que cada vez que veía un coche a mis espaldas no tenía más remedio que echarme a un lado para dejarle pasar. Era agradable conducir por carreteras de montaña a una velocidad que no superaba el medio centenar de kilómetros por hora. El limpia funcionaba a intervalos, sin prisa, como nosotros mismos. Recordaba cierta vez conduciendo por el norte de Akaska en que en algún momento llegué a hacerme un lío entre las millas y los kilómetros de manera que debí de superar la velocidad límite un buen pedazo. El caso fue que de pronto me encontré con un coche con una lucecita azul sobre el techo tras de mí y que identifiqué como ambulancia o servicio médico. Reduje la velocidad pero el coche no me pasaba. Tampoco éste hacia ninguna señal especial. Terminé por echarme a un lado y parar. También el otro paró: era la poli, tío. Que me había excedido en no sé cuantas millas por hora, que si no había visto la señal. Sí, la había visto, un prohibido ir a más de sesenta. Yo no había superado esa velocidad... eso creía. El tío se puso muy serio cuando le dije que yo no había superado esa velocidad, un poli estadounidense de esos grandotes que de una hostia te pueden poner la cara del revés. Ah, sí, todavía tardé un rato en darme cuenta de que el dodge que conducía marcaba la velocidad en kilómetros mientras que la señal se refería a millas. ¡Tierra, trágame! Mi inglés de aquella época era de un niño de dos años, no mucho menos que el de ahora, así que me fue imposible deshacer el entuerto con el poli. Tuvimos que apencar la multa. Quedé tan corrido de vergüenza que unos kilómetros más adelante paré el coche ante un inmenso glaciar que casi llegaba hasta la carretera, me di un respiro y tomé la determinación de no sobrepasar la velocidad de ochenta kilómetros por hora mientras viajáramos por América. Fue una delicia de viaje, atravesando de norte a sur Akaska y Canadá aquello parecía como viajar a pie. Veíamos cantidad de cosas que antes nos pasaban desapercibidas, incluso pudimos ver cómo un enorme oso atravesaba sin prisa la carretera ante nuestra pasmosa lentitud. Tiempo de recreo frente al macizo de montañas de San Elias y sus glaciares con el placer añadido de la música y la sensación de haber empezado una nueva etapa de nuestro viaje. Bueno, pues así hoy, más despacio todavía. El cuentakilómetros se mantenía imperturbable durante cientos y cientos de kilómetros, siempre entre los cuarenta y los cincuenta kilómetros por hora. El placer de alejarse.
Cuando llegamos a lo alto del cañón de Gorropu la lluvia se había hecho persistente y soplaba un desagradable viento. Mal asunto. Baja seiscientos metros de desnivel, recorre el cañon, dos horas de ida y otras dos de vuelta y luego vuelve a subir los seiscientos metros de desnivel, casi ocho horas y lloviendo. Mira..., dijo Victoria. No hacía falta que siguiera. Buscamos en Wikiloc una ruta en la costa de Orosei donde parecía que el tiempo podía estar más estable y volvimos a nuestro viaje de cincuenta por hora.
En Cala Gonone encontramos un itinerario entre cala Fiuli y cala Luna a nuestro gusto y que rodeaba la costa por encima de los acantilados. Un terreno calcáreo salpicado de tojos, pinos y una gran cantidad de arbustos de hoja pinnada de los que no hemos logrado averiguar el nombre. Un par de horas y media de caminata nos dejaron en un vergel de adelfas que subían una pequeña rambla de piedra blanca. No llevábamos apenas nada de comer con lo que, primera sorpresa, el anuncio de un chiringuito nos solucionó un primer problema. El segundo no era un problema, simplemente que preferimos los itinerarios circulares para no vernos obligados a volver a repetir el mismo camino, y poco más allá nos tropezamos con un cartelito que invitaba a hacer el viaje de vuelta por mar por una módica cantidad, lo cual nos pareció perfecto. Así que después de una buena cerveza, una ensalada y un plato de calamares pude cumplir mi viejo deseo de sestear sobre la playa.
El mar estaba agitado y el barco se movía endemoniadadamente levantando la proa como un delfín que estuviera dispuesto a salir volando. Los acantilados, sus cuevas, la agitación de las olas, los dos meses que pasé dos años atrás recorriendo la costa del Mediterráneo volvían a mí con el sabor dulce de los recuerdos amables.
Hoy haríamos noche en Nuoro, el centro neurálgico de una antigua civilización de la Edad de Bronce que se partió el pecho para mantener su autonomía frente a los fenicios, los cartagineses y los romanos. Protegidos por las murallas de sus montañas, este pueblo, los nughara, a semejanza de los numantinos, opusieron una enorme resistencia a toda clase de pueblos que quisieron invadirlos, de ahí el gran orgullo de los naturales de la región por raíces tan nobles. Conduciendo hacia Nuoro nos encontramos numerosas señales de alguna que otra aldea nughara.

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