En el Parque Nacional de Ala-Achar

Ala-Achar, Kirguistán, 7 de octubre

Nuestro taxi rodaba al filo del alba al sur de Bishkek camino de las montañas cuando el sol empezó a tintar las cumbres que teníamos enfrente. Según tomábamos altura de repente el otoño empezó a mostrarse con todo su esplendor mientras el sol despereza entre la otoñada de los árboles que acompañaban la carretera.

Al final de nuestro trayecto sólo demoramos diez minutos en el hotel-refugio para dejar el grueso de la impedimenta y salir a continuación pitando valle arriba. Teníamos un largo trayecto por delante, un magnífico valle, bañado también en la otoñada con sus dispersos sauces dorados y sus abedules casi ya desnudos con sus pequeñas hojas temblonas colgando de las ramas y a punto de desprenderse.

Las cumbres de los alrededores ya lucían sus penachos de caramelo mientras atravesabamos un jeroglífico de riachuelos que se abrían paso por una leve ladera de cantos rodados donde aquí y allá crecían sauces, tejos y algún que otro grupo de abetos. Los abedules salpicaban la orilla opuesta del río.
Últimamente hemos tenido tan pocas posibilidades de hacer largas caminatas que nuestros cuerpos empiezan a resentirse después de dos horas de camino. Siempre es la misma historia, en cuanto dejas un par de semanas de hacer ejercicio la forma física que habías adquirido en el tiempo anterior ya se ha ido al carajo. Así que vuelta a empezar; también la altura se hace sentir, un hilo frío y opresivo atraviesa los pulmones. En el fondo del valle se yerguen montañas nevadas cuyos francos son recorridos por algún glaciar que al final de temporada aparecerá más tarde casi cubierto de detritos, piedras oscuras que casi tapan en su totalidad la superficie del glaciar.
La nominación de Parque Nacional no ha añadido al paisaje más que un letrero al principio del Valle que da testimonio de ello. Todo aparece selvático y sin infraestructuras, ni puentes, ni señales, sólo el hilo de un sendero que se pierde con frecuencia y que debe de servir para el tránsito del ganado. El instinto debe de suplantar la carencia de señales e información, lo que nos obligará al cabo del día a atravesar un río bastante caudaloso y alborotado en tres ocasiones. Fuera botas, fuera pantalones y al agua se ha dicho. En otra situación esto podía ser una diversión, pero no está mañana que el agua baja helada y hay que atravesar el río con mil cuidados como quien va pisando huevos y asegurando minuciosamente cada paso con los bastones. Un despiste, un resbalón y ya la hemos armado: teléfonos, cámaras, pasaporte... no quiero ni pensarlo. El agua llega en algún momento hasta los mismísimos, piernas y pies quedan rígidos como palos, pero aún así sacamos ánimos para las fotos correspondientes. De alguna manera habrá que acompañar el texto de subsiguiente post, ¿no?
Ni Victoria ni yo estamos en nuestro mejor momento, y ella con más razón porque el menisco ha venido a importunarla hoy algo más de lo acostumbrado. A las cuatro horas de camino su rótula decide quejarse hasta tal punto que ella decide hacerla caso. Tiene que contar además con la bajada que al final nos llevará desde aquel punto más de cinco horas. Paramos, comemos las sobras de la cena del día anterior y unos frutos secos y yo vuelvo al camino. Todavía una hora y media o dos para llegar a la proximidad del glaciar.
En este punto el valle ha dejado su forma en V para adquirir el típico perfil de U de los valles glaciares. Una estrecha senda terminará dejándome en un valle superior por donde culebrean tranquilas las aguas del río. Una bandada de chovas revolotea a sus orillas. Al fondo asoma las narices el glaciar. Estoy muy cansado y me doy por satisfecho con haber llegado hasta allí. Junto al camino me doy un respiro y me tumbo a tomar el sol y a contemplar apaciblemente el ssalvajado paisaje de montañas nevadas que tengo a mi alrededor. Una pareja de rusos con los que nos habíamos cruzado horas antes regresan del glaciar y me apremian con la hora mediante gestos. Tienen razón, se está haciendo tarde y queda mucho camino por delante. Me hubiera quedado allí un par de horas haciendo mi acostumbrada siesta pero el tiempo apremia, los días se han hecho mucho más cortos y dentro de un rato la temperatura descenderá drásticamente.

De vuelta elijo para bajar la orilla opuesta del río donde corre una senda mucho más cómoda que la que he utilizado a la subida. La vista del Valle, ahora que lo tengo a mis pies, es hermosa, el río bajando atropelladamente entre peñascos, los suaves colores de las laderas, las imponentes paredes de oscuro granito a mi derecha. Cuando llego a la altura de Victoria me veo imposibilitado de cruzar el río, demasiada agua desbocada para mi gusto. Bajamos cada uno por una ladera diferente por un buen rato hasta que encuentro un paso que mi ánimo decide atravesar. Hemos elegido descender por esta ladera porque desde arriba durante un buen tramo nos parecía más practicable, pero tan sólo fue una ilusión, los dos metros de senda después de un par de kilómetros desaparecen, se embosca en los canchales, atraviesa restos de avalanchas de piedra y termina perdiéndose entre rosales salvajes y espinos.
Más abajo no nos quedará otra que volver a atravesar el río por tercera vez. Llegaremos completamente de noche al "hotel"; llegaremos, eso sí, aunque hechos unos trapos. Cerca de doces horas son demasiadas horas para unos cuerpos poco entrenados. Lo advertía la guía y nos lo confirmó la encargada, las condiciones de nuestro hospedaje eran algo espartanas. Mientras nos enseñaba la habitación por la mañana, decía en un rústico inglés: no water, no shower, no toilet. El servicio, el consabido agujero en el suelo, estaba a más de cien metros de la casa, siguiendo un caminillo, a la derecha. Subíamos a nuestra habitación ya con bastante frío y pensando que íbamos a tener que cenar con guantes, cuando nada más abrir la puerta una bocanada de calor nos sacudió en la cara. Nuestra hotelera había tenido la gentileza de dejar conectado durante todo el día un radiador eléctrico. Habitación espartana y rústica pero ricamente calentita. No se puede pedir más.


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