En Mount Cook National Park

Junto la lago Pukaki, Nueva Zelanda, 6 de febrero de 2016
Habíamos partido de Christchurchs rumbo al Mount Cook National Park y, durante el trayecto había estado lloviendo, no mucho pero lo suficiente para que bajaran las temperaturas y nos hiciera suponer que el pronóstico del tiempo se iba a cumplir esta vez. Pero no, la carretera discurría por un paisaje de colinas envueltas en la niebla y el parabrisas trabajaba apaciblemente y yo andaba comentándole a Victoria que en alguna parte la lluvia estaba bañando el suelo en donde nosotros debíamos poner la tienda, cuando de repente, al atravesar un collado, tras el velo de las nubes, apareció el suave azul del cielo. Y más allá, como un inesperado regalo, la cadena de montañas del monte Cook. De golpe pasamos de la ropa de invierno a la de verano y hubo que buscar las cámaras fotográficas que andaban por ahí entre el equipaje conscientes de que hoy nadie iba a molestarlas con un día como éste. El horizonte lo barría una cadena de montañas en medio de las cuales la mole nevada del monte Cook lucía imponente con un fular de nubes alrededor de su cuello sin que que ningún subalterno le hiciera sombra.
Primero aparecieron las aguas intensamente azules del lago Tekapo, sobre cuya superficie se alzaban al fondo las montañas del Parque Nacional, y unos pocos kilómetros más allá las del lago Pukaki. En este último se desplazaba de un lugar a otro el velamen oscuro de un surfista. Paramos en la cuneta a contemplar el espectáculo. Nunca había visto algo similar. El viento soplaba fuerte y el surfista se desplazaba a una considerable velocidad como un velero pero haciendo cabriolas en el aire. El completo dominio de su equipo y la elegancia con que se movía, saltaba o daba una vuelta en el aire hacía del espectáculo un goce.
"Todas las edades se alimentan de ilusiones; en otro caso, pronto se renunciaría a la vida y la raza humana tocaría a su fin". La misma cosa se puede decir de tantas maneras que me causa, leyendo esto en el libro de Conrad, un cierto regocijo saber cómo uno va apuntalando un pequeño núcleo de verdades con sólo dar suelta a su afición por la lectura. Los regalos de la lectura son inapreciables. Aqui
y allí la lectura termina siendo casi siempre un encuentro con uno mismo provocado por la efervescencia de las palabras de nuestros autores preferidos. Aquello de que cuando un vaso pasa a ser para cada uno un simple vaso es que ya la estas palmando, y que un día encontré en una novela de Sándor Márai, es la réplica en otro estilo de la misma cosa. Maldita la manera en que uno puede llegar a repetirse, sí señor. Una idea que cruza con demasiada frecuencia por mi frente y que cuando estoy jodido no deja de perseguirme como si una catástrofe pudiera en un día cernirse sobre uno, ese día en que llegues a levantarte de la cama con la certeza de que ya no te vas a despertar más con una ilusión por delante, que es lo mismo que decir el día que llegues a la conclusión de que un vaso no es otra cosa que un vaso.
No estoy seguro de que la maravillosa precisión del curso de los sentimientos que encuentro en la lectura de Joseph Conrad provenga objetivamente sólo de su calidad literaria;  estoy casi seguro de que esta percepción mía está mediatizada por mi admiración por este autor. "Se sostenían con los ojos, dado que la conversación era perfectamente inocua y no tenían nada que decirse". Frases así me hacen detener la lectura y considerar el oficio de escribir con un profundo respeto. La cosa cierta de que en la literatura están comprendidas un importante número de disciplinas entre las cuales la psicología, la sociología o la filosofía, amén de otras ciencias más técnicas, ocupan un primerísimo lugar, es en Conrad especialmente relevante. Y es que no vuelves una página del libro sin encontrarte sorprendido por alguna escondida verdad expresada con una naturalidad tal de invitarte a aceptarla de manera similar a como aceptarías la explicación de alguien que te dijera que las alas sirven para volar. Tanto, que no pocas veces tienes que pararte, tomar distancia con el autor y preguntarte por qué coño esa proposición ha de ser verdadera; tal es la contundencia y la naturalidad con que el discurso de Conrad se expresa y que uno recibe casi sin darse cuenta con la credibilidad del comulgante que saca su lengua para recibir lo que él cree que es el cuerpo de Cristo.
La tarde se va deleyendo lentamente junto a las pequeñas olas del lago Pukaki donde acamparemos esta noche, unos prados rodeados de grandes abetos que avanzan hacia las aguas del lago como la proa de un barco. Algunas cosas que aprender, tanto para los administradores de la cosa pública de nuestro país como para todos aquellos que salen a disfrutar de la naturaleza. Hemos conseguido una aplicación para Android donde aparecen todos los camping libres del país, zonas de acampada que pueden tener de todo, duchas, servicios (con papel, además) y una larga lista más, o simplemente, como este de hoy, que se trata de un espacio salvaje puesto a disposición de los ciudadanos. Pero cuidado, aquí no hay contenedores, basura cero, advierten unos carteles. Aquí cada uno se lleva su propia basura. El lugar está impoluto y da gusto sentarse a la orilla del lago a contemplar las montañas, sus pequeños glaciares, las olas, el sol que declina hacia su ocaso. 

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