Bajo el monte Cook. El vino y Mahoma

Bajo el monte Cook, Nueva Zelanda, 7 de febrero de 2016
Por lo que yo sé Mahoma no tenía pinta de eremita, de hecho los asuntos de sexo debía de tenerlos bastante servidos; ahora, respecto a otros placeres de la vida el pobre debía de andar un poco despistado. Viene esto a cuento de que después de nuestra caminata a la base del Monte Cook, bajo la sombra de unos tojos, nos esperaba una  botella de un bon vin rouge de esta tierra digno de celebrarse. Que Mahoma le tuviera aversión al vino, al contrario de su casi vecino Omar Kayyam, y quisiera por ello castigar a todos sus seguidores a no probarlo, lo que indica es que el tal Mahoma, ese pastor del siglo VIII al que ahora un tercio de la humanidad rinde pleitesía diferida bajo un código moral muchas veces extraviado, principalmente en cuanto a la consideración de la mujer se refiere; lo que indica, digo, es que acaso no sabía de la misa a la media de en qué pudiera consistir esto de la vida, porque ser un habitante de este planeta y no gustar del vino es poco menos que una blasfemia contra la madre naturaleza que no sólo cuida amorosamente de nosotros sino que también nos provee de vaporosos placeres que pecado debería ser despreciar.
Y recuerdo ahora la reciente visita a Italia y a Francia del presidente de Irán (¿era el presidente?) en que el protocolo en Italia obligó a Renzi a cubrir las desnudeces de esculturas clásicas y prescindir de los excelentes vinos italianos en la mesa para que al señor presidente de Irán no se le subieran los colores a la cara o su pirulí no le jugará malas pasadas en una imprevista erección viendo los benditos cuerpos de las féminas de aquella época como Dios las trajo al mundo. Por cierto, un paréntesis, es divertido y curiosamente casto este corrector mio del teléfono; cuando repaso lo que estoy escribiendo me topo que donde yo había escrito "una posible erección" del señor presidente de Irán, mi teléfono, que es insoportablemente casto, al contrario de su dueño,  me ha sustituido erección por erupción. Mojigatos donde los haya. La complacencia del señor presidente de gobierno de Italia con el señor presidente de Irán, a la vista de donde viene tanta normativa contra el vino y la desnudez, ese excesivamente considerado señor Mahoma, visto desde aquí, desde el aromático vino neozelandés, me parece un pecado contra la generosidad de la naturaleza que tan buenos y gustosos vinos nos proporciona. ¿Quien cree que Priamo habría resistido tanto tiempo el asedio de Troya ante las huestes de Odiseo y Agamenón si Néstor y sus héroes no hubieran tenido a mano cada noche una buena jarra de vino, y por añadidura un lecho donde yacer en los brazos de una hembra de dulce y delgado talle?; no, no me pierdo, la complacencia del señor presidente del gobierno de Italia fue excesiva. Quizás si el señor presidente de Irán hubiera accedido a trincarse media docena de copas de un Barolo de reserva de esos que cogen cuerpo en los valles de la Lombardia, quizás entonces habría salido abrazado a Renzi por las puertas del Quirinal cantando aquello de "Volare... O o oo, cantare o o o ó", sellando su amistad con con un ¡Viva l'Italia, viva l'Irán!
Bueno, el caso fue que al señor presidente de Irán cuando aterrizó en París las cosas no le fueron tan de su gusto, dado que Hollande, el señor presidente de Francia, se negó rotundamente a prescindir de los vinos en la mesa, razón por la cual el señor presidente de Irán, siguiendo las equivocadas idea del pastor de la Península Arábica, monsieur Mahoma, se negó a cenar con el señor presidente francés.
En fin. Ya está bien. Yo después de bien comer, después de los quesos, los postres, el vino y el café lo mejor que debería haber hecho habría sido echarme una siesta, pero el teléfono me agarró por las manos y ya no hubo modo de soltarse y dejar de escribir y ahora, a sólo trescientas palabras de que esto merezca la pena empaquetarse para incluirlo en mi diario de los viajes, este blog, no lo voy a dejar, faltaría más. Así que en mejor estilo de esos diarios que uno empezó a escribir en la adolescencia digamos que está mañana nos levantamos con el alba, desayunamos a la orilla del lago Pukaki y condujimos, conduje, porque la hortelana eso de conducir nanáis, que una vez la suspendieron y a la tercera dijo que nada de nada, que me iba a tocar a mí hacerlo hasta el final de nuestros tiempos; conduje por la bella orilla del lago donde las tonalidades de lo prados, de un amarillo tostado, lucían con los bosques de abetos, las aguas azules, las lejanas nubes que cubrían las montañas, las curvas armoniosas del asfalto.
El final del valle es un remanso de prados y pequeños grupos de abetos en donde parte el camino que lleva bajo la emblemática cumbre del monte Cook. En dos horas y media alcanzamos las orillas del lago Hooker. En la orilla opuesta el glaciar se desploma sobre sus aguas del lago dejando grandes bloques de hielo flotando sobre las terrosas aguas grises. Sobre él se alzaba la imponente y sobria masa del monte Cook  que recibió el nombre en honor del explorador británico James Cook. Es domingo y los visitantes son numerosos. A la sombra del monte Cook se respira un aire festivo en donde se puede oír hablar chino, japonés, alemán, francés, y también castellano. Habíamos comenzando nuestra marcha con el cielo y las montañas totalmente cubiertos, pero poco antes del lago Hooker el cielo, sorpresa, ha quedado totalmente despejado. Los glaciares que cuelgan de las laderas del monte me recuerdan mi paso por el monte Rosa en los Alpes hace un par de años. Tumbado a la orilla del lago me entretengo imaginando una ruta de ascensión a través de los seracs y los glaciares que cuelgan de sus laderas. Otros glaciares y otros laberintos de seracs me vienen a la memoria, una blancura semejante ocupaba nuestro frente hace años cuando Victoria y yo ascendíamos camino de la cumbre de Les Ecrins en los Alpes del Delfinado, una madrugada en que los enormes bloques de hielo caóticamente quebrados en una cascada de fantasía que se volvió de caramelo con las luces del alba, desplegaban un bello espectáculo destinado a nuestra perplejidad y agradecimiento.

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