Aclaración: Carlos Soria y el “no todo vale”


Desconozco a quien pertenece la autoría de la foto 



 El Chorrillo, 24 de mayo de 2018

Días atrás escribí un post que venía motivado por la idea de la vuelta a un modo de hacer montaña más a la altura de nuestras posibilidades, no sustituyendo nuestra falta de preparación o condiciones físicas para la empresa elegida, por la desmesura de unos medios técnicos, decía allí, impropios del arte de amar; la montaña, claro. Recurrir al título del libro de Eric Fromn o del clásico de Ovidio era un recurso que llamaba la atención sobre un aspecto fundamental de nuestra relación con la montaña. Que la montaña no es una cucaña por la que llegar a toda costa a su cima, que la montaña tiene en sí mucho de devota relación con sus amantes, en fin, que bien que muchos la tomen como un objetivo a alcanzar del modo que sea, pero que hay que dejar sentado que eso no tiene apenas que ver con la relación que otros, también muchos, queremos tener con ella, relación de recogimiento, de paz, de reto con nosotros mismos, de escuela de vida.

Que la vida plena se nutre de la inutilidad de nuestros actos gratuitos en donde nuestra arrojo, nuestra destreza, nuestro concepto de la estética y la belleza ha de estar presente, me parece un axioma fácil de asumir cuando alguien ha vivido unos ratos de plenitud en el íntimo contacto con la montaña, escalando, sintiendo la estrepitosa música de las tormentas en la soledad de un valle alpino; que la montaña es algo más que un nombre en los titulares de los periódicos o una carrera a ver quién llega primero o colecciona esto o lo otro. Me horroriza toda esa parafernalia que rodea el inevitable contacto con los medios y los promotores y lo que ello arrastra consigo, aunque, la obviedad es clara, hacer determinadas actividades lo requieran.

Días atrás, a raíz de un tema de política, actualmente en el candelero, alguien citaba a Marx con estas breves palabras: “la existencia determina la conciencia”. Mi existencia, mi relación concreta con la montaña, últimamente meses de caminar solitario por los Alpes u otras montañas de Europa, creo que determinan fuertemente mi conciencia, el modo de relacionarme con ella, unos pocos kilos a la espalda, una tienda para resguardarme de la lluvia y la tormenta, un saco de dormir para protegerme del frío. Mi conciencia de la montaña se nutre de un modo de hacer y vivirla. Ahora, si yo me habituara a subir a la montaña de otro modo, con medios mecánicos, con alguien que llevara mis pertrechos, con alguien que me abriera huella cuando la nieve es profunda, seguro que mi conciencia de la montaña sería otra. A partir de ahí, probablemente, y una vez perdido ese primer espíritu de aventura neta, en mi mente se iría introduciendo poco a poco esa idea de que lo que importa es llegar a la cima de la manera que sea; lo cual me resulta extremadamente desagradable.

Etcétera, etcétera. Sirva lo anterior de introducción para lo siguiente. Resultó que esta mañana me llegó un mail de un amigo que me regañaba cariñosamente a raíz del post anterior, el de no todo vale. En realidad no llegó a tocar el tema de la validez o no de determinados usos técnicos en montaña, su escrito trataba esencialmente de la personalidad de César Pérez de Tudela, intentando con ello, imagino, minimizar los argumentos que éste empleaba donde defendía una vuelta al concepto de aventura que teníamos décadas atrás. Aludía concretamente a ciertos desencuentros entre Carlos Soria y César, que según él habría propiciado el escrito de este último en FB, que sería una crítica más o menos velada a la actividad última de Carlos Soria. Algo de ello imaginé yo, pero no le di demasiada importancia; me pareció que el debate de un asunto, aquí el uso o no de determinados medios en montaña, era lo esencial. Me pareció importante dejar claro que no se pueden rebatir unos argumentos glosando la historia real o no de la persona que usa de ellos. Y ello frente a la posibilidad, cierta o no, de que César pudiera estar usando sus palabras en diferido contra la expedición que pernoctaba en las laderas del Dhaulagiri, algo que sólo podría determinar quien tuviera acceso a su conciencia.

Es difícil, ¿qué se ha de hacer, contestaba yo a su mail, cuando uno no está de acuerdo con algo y ello entra en conflicto, como es el caso, con la admiración por alguien, Carlos Soria, que se mueve en el límite de la crítica que tú vas a promover? Soy totalmente ajeno a lo que sucede en los ambientes de montaña, leo algunos libros y de vez en cuando en FB echo un vistazo a lo que allí aparece, muy poco. Sin embargo sí me interesan, y mucho, los debates que se puedan promover en torno, digamos, a la filosofía que se mueve dentro del ambiente de la montaña; al fin y al cabo es algo muy familiar y que llevo muy dentro. Y es desde esa perspectiva, personal y sin ninguna mezcla de rencillas, que desconozco, desde donde hago mi reflexión. Y añadía, mi admiración por Carlos es enorme, basta que teclees en Google junto a su nombre el mío y te encontrarás un buen puñado de elogios en mis escritos surgidos a lo largo de muchos años, siempre en momentos de intensas vivencias en las montañas. Ha sido en mí recurrente su recuerdo cuando la flojera o la extenuación me daban un toque.  

Lo insólito de las visitas al post en estos días, más de cuatro mil, indica que el interés por el asunto es crucial en el ambiente en que nos movemos y que por tanto está justificada la polémica a que puede dar lugar. Y si entro en ella, pese a mí admiración por Carlos, es porque entiendo que es necesario contribuir a formar opinión sobre modos de hacer con los que no estamos de acuerdo muchos.

Que no esté de acuerdo con el tipo de expedición de que hace uso Carlos Soria no merma en absoluto mi admiración por él, un hombre al que tanto debo por lo mucho que me ha ayudado a forzar las posibilidades de vivir intensamente, un ejemplo que me ha servido y me sigue sirviendo para enfrentar los hándicaps de la edad con dignidad y seguir obteniendo de la montaña toda la intensidad que la vida puede darme. Considero que Carlos es un caso extraordinario de fuerza y voluntad y que puede hacer lo que le dé la gana para tocar con la punta de los dedos el cielo; él sobrepasó todos los límites de los sueños corrientes y para cumplir uno de los últimos que le quedan se puede permitir el lujo de abordarlo supliendo lo que la edad no le permite hacer al estilo de Mallory con medios técnicos y ayuda externa. Amén. Nadie tendría que rasgarse las vestiduras por ello. Mi  enhorabuena a este hombre que supo hacer de su vida un arte pero al que las circunstancias económicas le llevaron muy tarde a intentar cumplir el sueño de coronar todos los ochomiles. Seguro estoy que si hubiera dispuesto de medios habría dejado antes sus trabajos de tapicería para dedicarse de lleno a su vocación y que ahora las ascensiones a todos esos ochomiles serían un lejano recuerdo en su memoria.




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