Polémica Wielicki, Pérez de Tudela, Carlos Soria





El Chorrillo, 27 de mayo de 2018

Vengo de otras guerras, se me ocurrió compartir alguna entrada de este blog en algunos foros de montaña y fue tal el diluvio de visitas que por un momento me creí un tío casi importante, ya podía presumir con mis amigos y decirles, ¿sabes cuántas visitas en veinticuatro horas? Cinco mil. Vamos, como para poder aparecer ya en los periódicos. Es una broma. Considero que los caminos de la fama tienen más espinas que la corona de Cristo. Mi humilde blog, que hablaba últimamente del amor a las mujeres, del elogio de la insignificancia, de la gandulería, del nacimiento de mi hijo, de la belleza de morir, en fin cosas así, se había equivocado de camino y había entrado en el terreno resbaladizo de especulaciones que yo, como amante de la montaña, no terminaba de entender.

Una introducción al tema. Alguien, un renombrado alpinista hace una crítica al exceso de medios técnicos usados en el Himalaya y que obviamente apuntan a la expedición de Carlos Soria. Dos: otro contraataca diciendo que en montaña todo vale y se extiende largamente sobre cierta persona que dice que miente en relación a su actividad alpinística. Los sobreentendidos son aquí los protagonistas por excelencia. A continuación el primer alpinista esboza en un escrito muy razonado y razonable, que lleva el título de Infamia, un alegato en pos de la verdad y que apunta con la escopeta cargada contra los difamadores. Husmeé el terreno por si podía encontrar alguna aclaración sobre el asunto pero no encontré nada aparte de los consabidos aduladores de siempre y algún que otro comentario que venía al caso.

Como de lo que quiero hablar tiene que ver con un tercer asunto que encontré esta mañana en El Confidencial, me refiero a él antes de seguir adelante. Se trata de un titular que decía “Krzysztof Wielicki es un gran alpinista, pero no tiene los valores del Princesa de Asturias”. ¿Razones? Un twit del coronel del Ejército de Tierra Alberto Ayora que dice: “No lo merece quien no movió un dedo para rescatar a uno de mis hombres en el GII”. Y a continuación el periodista cuenta toda la historia de ese rescate. Ese es su único argumento personal. A Pedro Gil, el periodista de cuya pobreza conceptual da cuenta el artículo que vergüenza da leer, no le cabe una glosa mínima del historial alpinístico de Wielcki, le basta un twit para mandar a éste al infierno y llenar de paso una página del periódico. La pereza y desidia con que algunos emborronan las páginas de los periódicos clama al cielo. Y como colofón en FB toda una panda de aplaudidores a los que el periodista ha lanzado el hueso de la discordia muerden y comparten con la alegría xenófoba de aquellos a los que la velocidad de los dedos sobre el teléfono no les deja tiempo para pensar.


Resumiendo. Yo, que ando de despistado por la vida pero que me gusta la montaña a rabiar y que paso una buena parte del año pateándolas desde hace más de medio siglo, me quedo perplejo ante todo este mundillo en donde los doctos en la materia debaten sobre asuntos que me caen tan lejos y que no caben en mi cabezota de hombre primario porque en la montaña que yo mamé no existían este tipo de disputas ni contrariedades. A la montaña se va, creo yo, por el placer de escalarlas, por el gusto de la aventura, por enfrentarnos a un reto personal, por puro delirio amoroso si se quiere para seguir glosando las palabras de Messner cuando habla de su amada. Eso aprendí por propia experiencia y en mis lecturas de hace muchos años, los clásicos de siempre, Terray, Rebuffat, Demaison, Bonatti… Sin embargo lo que me encuentro en los debates de las redes son enzarzamientos de unos con otros, aduladores que aplauden a su ídolo, problemas sobre la certeza de ciertas ascensiones, insultos velados, intentos de descrédito para un alpinista que tenía los huevos tan en su sitio como para subir al Everest en invierno, discusiones… Y me suena que, o aquí hay gato encerrado y la mala hostia propia de los que crean discordia en todos los lados está presente, o es que somos unos tontos el culo que le damos cuerda a los asuntos porque no tenemos otras cosas de más provecho que hacer. Porque no se comprende que gente que ama la montaña, que la siente en sí con la intensidad de quien le dedica todos sus ratos de ocio, pueda caer en la trampa de andar desprestigiando a alguien que siente las mismas cosas, que emplea su vida en una actividad tan inútil y gratificante como el escalar, pueda caer en la nimiedad de una discusión en la que se trata de descalificar a otra persona que ama las mismas cosas que él, que comparte los mismos riesgos, que si llega el caso se echarán una mano para salir de un apuro.

En fin, además de escribir y compartir aquellos dos post de que hablé al principio, de los cuales el que más me gustaba era el que se titulaba Elogio de la insignificancia, y que mostraba mi particular punto de vista respecto a la montaña, metí el cazo en la entrada que el autor titulaba Infamia. Este era mi comentario:

“La verdad es que leyéndote me siento como quien se cae del guindo. Mi ignorancia y mi alejamiento durante décadas de los ambientes de montaña, quizás tengan parte en ello. Mi aprecio por todos aquellos que apostasteis fuerte en los años en que descubrí la montaña y me asomé tímidamente a ese universo que ha forjado una parte sustancial de mi vida es tal que me cuesta asimilar el que en su entorno pueda moverse algo tan impropio y tan lejos de las imágenes que mi retina del pasado conserva: Un invierno, por ejemplo, que protagonicé con José Angel Lucas un rescate en la Oeste de la Amezúa y que nos tuvo atados a la pared toda la noche con lo puesto y en que cuando montábamos el último rápel apareció por la Apretura el equipo de rescate encabezado por Carlos Soria a darnos el relevo; tu propia imagen en aquel invierno en la Oeste del Naranjo junto a José Angel Lucas, el Murciano y el Ardilla; tantas situaciones en que tanto tú como Carlos os habéis jugado el pellejo; tantas personas que en mayor o menor grado hemos arriesgado nuestras vidas por un compañero y que más tarde, en el laberinto de los medios, en la confusión de las informaciones o acaso en la impostación a que pudo llevarnos la publicitación de una actividad que hemos hecho o dejado de hacer, convierte esa inútil lucha personal en que nos hacemos grandes para nosotros mismos, sin que tenga que importar a los otros en absoluto, en campo para la disputa.

“No me cabe que en una actividad tan gratuita, y tan solidaria, cuando las circunstancias de un accidente lo han hecho necesario, se den situaciones que merezcan posteriormente ese sustantivo con que en cabezas tus líneas. Mi admiración por Carlos Soria, es grande, pero también lo es por ti, por Gerardo Blazquez, por Jerónimo, por el Murciano, sólo por citar nombres de compañeros con los que compartía entonces nuestra pasión común.

Respecto al asunto de Krzysztof Wielicki. Me parece que dar mucha importancia a los premios es cuestionar la gratuidad con que nos acercamos a la montaña, que por demás no es una actividad de competición. En el caso del premio Princesa de Asturias hay que insistir en que no es éste el que da lustre al alpinista, sino todo lo contrario ¿Debemos considerar que porque el premio, por ejemplo, no haya sido concedido a Carlos Soria éste es menos merecedor de elogios que Welicki? Los méritos en el alpinismo están frecuentemente anidados en hechos de gente anónima. ¿Cómo hacer demasiado caso a estos usos, los premios, que parecen establecer un elenco de prioridades meritorias como si esto fuera un maratón? ¿Tendríamos que asignar puntos a las actividades? Y si es así cuántos puntos valdría subir y bajar del Everest en diecisiete horas? ¿Cuánto puntuaría la ascensión invernal al mismo pico? ¿Cuánto el descenso del Narga Parbat perdido entre los glaciares y corredores cuando Messner perdió a su hermano? Bien que se honre a alguien, pero es peligroso. Me chirría en los oídos oír que Wielicki no merece el premio tal. Eso le pone en el campo de los malos, como cuando en la escuela te colocaban de rodillas con lo brazos en cruz y algunos libros en las manos por haber hecho una fechoría. La cosa da para consideraciones de este tipo que nadie en su sano juicio habría hecho si no se establecieran esta clase de premios.

¿Y si nos volviéramos hacia las montañas, que son nuestra prioridad, y nos olvidáramos de tanto debate chungo? ¿Y qué importancia tiene que además alguien haya subido o haya dejado de subir a tal o cual pico? ¿Tan pendientes estamos de la consideración de los otros por uno u otro motivo para que estas cosas afecten al hecho esencial de nuestra relación con la montaña, a la intensidad de vida que ella nos proporciona?

Quizas deba añadir esto: Pensando en una conversación que tuve en la pasada primavera con un amigo de viejos tiempos de escalada mientras nos tomábamos un café en el salón de su casa que daba al Circo de Gredos, imaginé una situación similar departiendo con amigos o conocidos de aquella época, incluidos aquellos con los que pudiéramos no estar de acuerdo, contando batallitas, confesando errores de juventud o no de juventud y reconociéndonos al final como suertudos compañeros de andanzas. Un buen momento para reconciliarnos antes de que la palmemos, cosa que no estará tan lejos sabiendo la edad que tenemos todos. 



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