Al norte de La Alcazaba. Una reflexión más sobre el Premio Princesa de Asturias.





Bajo La Alcazaba. Cortijos de El Hornillo, 29 de mayo de 2018

Pese a la amenaza de lluvia amaneció bonito en Güejar Sierra. Estamos, como dice el amigo Cive, ilustrado defensor de la renta básica y de otras  justas reivindicaciones laborales y sociales, de expedición, pomposo nombre que responde a una vueltecita por los valles al sur de la Alcazaba y el Mulhacén. La ironía de Cive, como si de subir al K2 en invierno se tratara si nos la tomamos con humor, podría servir de preparación para una hipotética ascensión invernal al K2 el próximo invierno. Dado que tan en el candelero está en estos momentos la cosa de conseguir el Premio Princesa de Asturias, lo mismo el acceder a él con una meritoria ascensión podría lustrar nuestras humildes personas, aparecer en los periódicos, en la tele, la posibilidad de ser agasajados por el personal de FB, en fin todas esas lindezas que supone el Premio, que además alimentaría la discordia y el beneplácito de algunos y daría pie a que el periodista de turno, como ese de El Confidencial, seguramente con ninguna razón, atizara dicho fuego entre la gente de la montaña. El único inconveniente del asunto es que uno no es monárquico, que eso de la monarquía, monarquía metida con calzador y alevosía en nuestras instituciones, y que le daría repelús recoger un premio de las manos de esa gente que, sin dar un palo al agua en su vida ni poseer méritos personales de ningún tipo viven a todo tren a costa de los ciudadanos. Bueno, sí, el mérito de haber sido engendrado por un espermatozoide de uno de los descendientes de los nefastos Borbones (¡que Dios nos tenga alejados de ellos!), gente que nada o muy poco hicieron por este país nunca sino más bien lo contrario.


De todos modos sería divertido entrar en la disputa de ver quién merece mejor el premio, Edurne, Y, X, Z, Pepito Grillo o Rita Barberá, o acaso un servidor si llegara a coronar el próximo invierno la cumbre del K2, que es lo que más molaría para empezar a salir en los periódicos y hacerme famoso. ¡Famoso!, ¡Vanitas, vanitatis! ¡Vaya pastel!, algo que me jodería la vida del todo con seguridad y que se la jode a tantos sin que se aperciban de ello. Nada, que de premios provenientes de la monarquía nada de nada, que mejor seguir haciendo montaña como siempre, dialogando con los pájaros, emborrachándose con algún amanecer y disfrutando de ella lejos, muy lejos de lo periódicos, esa peste. Sí, creo que dejamos la cosa del K2 para otra reencarnación en la que el interés por la montaña sea la montaña exclusivamente y en que por tanto los premios en esta actividad habrán desaparecido.

De todos modos, que no se olvide, el Premio Princesa de Asturias no deja de ser un intento de prestigiar a una muy desprestigiada monarquía con el dinero de todos.

Así que, como decía un comentarista a mi post anterior, que se metan el premio por donde les quepa (con perdón, naturalmente). Aparte de que, como decía otro comentarista, esta vez en FB, comparar las actividades en montaña es como comparar el sexo con  la Navidad. De todos modos, como todas las cosas de este mundo tienen su excepción, sería elogiable que el Estado estableciera formas de reconocimiento público (no me gusta el concepto premio) para gente como los componentes del cuerpo de montaña de la guardia civil y todos aquellos que corren o han corrido tantos peligros para rescatar a compañeros.


Vuelvo, tras este largo paréntesis en torno al dichoso Premio, a nuestra “expedición” al Alto Genil. Esta mañana, después de recoger a José Antonio, alias Cive (del latín ciudadano) en su hotel en Güejar Sierra bromeé con él preguntándole si estaría dispuesto a venirse conmigo a intentar la primera invernal del K2, que es el último ochomil que todavía guarda la virginidad de su cima no alcanzada en la época de los fríos hasta el momento. Se lo dije alto para que me oyera desde atrás, mientras subíamos en la furgo por el estrecho carril que lleva a la antigua estación de Maitena. Pero Cive, que es un hombre sencillo como un servidor y que sólo juega a la lotería de Navidad al número del Navi, como yo, porque las cosas de la fama y el dinero no afectan a su gastronomía espiritual, soltó un ¡anda…! Y siguió conversando con Victoria sin hacerme ni caso.

Mi chica, que nos acompaña hoy a los altos del Genil me había dicho que no se le había perdido nada allí, pero al final accedió, quizás pensando que en un par de semanas me va a perder de vista durante tres meses que no podrá verme si no viene a corretear por los Alpes conmigo, esta mañana me sigue por el carril del sendero de la Estrella despacito pero sin pausa. Cive, más abajo, atento al pulsómetro, que por prescripción médica no debe superar la cifra de ciento cincuenta pulsaciones, charla interminablemente. Sus excelentes dotes de conversador, que tanto aprecio, me aturullan un poco en esta mañana en que mi ánimo parece más dispuesto al silencio que otra cosa. En algún lugar abandonamos el sendero de la Estrella y subimos por la ladera derecha siguiendo un camino que trepa por medio de un bosque en donde la suave luz de la mañana se posa sobre las tiernas y sedosas hojas del roble melojo.

La última vez que subí por aquí era invierno. Subía con José Ángel Lucas, aquel amigo de tan grata memoria que poco tiempo después perdería la vida tras de haber coronado el espolón Walker de los Grandes Jorasses. Cuántas veces ascender una montaña o recorrer un valle se convierte en un homenaje a un compañero caído, en un canto a la amistad, en una vuelta a las fuentes en las que bebiste en tu temprana juventud y que fueron la razón de una forma de vida, una filosofía de la existencia que te va a acompañar ya siempre hasta el final. Esta salida es para mí hoy una de esas situaciones en que los recuerdos propician la cercanía de un amigo. Teníamos entonces como meta la cumbre del Alcazaba, pero habíamos llegado tarde a Güejar Sierra y tuvimos que pernoctar en el límite de las nieves. José Ángel, generalmente silencioso y como ajeno a las conversaciones de grupo, en aquella ocasión, ya metidos en el saco bajo la tela de nuestra tienda de campaña, se encontraba muy comunicativo; hablaba de su deseo de llegar a ser un fuera serie, de sus proyectos para el verano en los Alpes. Comedido, pero con la idea clara de que el destino le tenía preparadas grandes cosas. Yo, que tampoco era muy charlatán, me sentía halagado por la compañía de un compañero de cordada cuyos proyectos me quedaban a mí inalcanzables. Su audacia, pero sobre todo su humildad, la modestia que mostraba poseyendo un brillante historial cuando apenas hacía un año o dos que sus manos habían tocado el granito de una pared, eran extraordinarias. La ascensión al día siguiente, que culminó con la escalada de las canales heladas de La Alcazaba, fue mi única ascensión con José Angel, amén de un rescate que cumplimos juntos otro invierno en la oeste de la Amezúa. Su recuerdo hoy ocuparía parte de mi jornada mientras nos elevábamos hasta el cortijo de las Pozas primero y los del Hornillo después.


Los cortijos de El Hornillo ocupan un lugar excepcional, unas praderías que dulcifican la adustez del terreno y desde donde la vista sobre el Alcazaba, hoy saliendo apenas de entre las nubes con su vestido de nieve, es espléndida. Pasaremos la noche aquí, un caserón de piedra arreglado por la administración del Parque de Sierra Nevada. Al poco de llegar las cumbres desaparecieron, empezó a llover y un rato más tarde todo quedó envuelto por la niebla. Como estar en medio de la nada.

Ahora tenía una buena parte de la tarde para mí, en algún momento me escaqueé de la conversación que mantenían Victoria y José Antonio y me sumí en la lectura de Philip Roth. Su reciente fallecimiento me había llevado de nuevo a su lado, a sus libros que tantas otras veces me habían acompañado mientras caminaba escuchandoleyendo alguno de sus libros. En esta ocasión sería Mi vida como hombre, “la novela más devastadora de Philip Roth, llena de reflexiones sobre la necesidad sexual y la ceguera; una tragedia sin concesiones a la altura de Strindberg”. Me congratulo de este nuevo encuentro con Roth, precisamente en estas circunstancias, cobijado en una remota cabaña de un valle de Sierra Nevada.



NOTA IMPORTANTE: Terminado este post me encuentro algún comentario a mi último post titulado Polémica Wielicki, Pérez de Tudela, Carlos Soria, de Antton Landaburu, que aporta una interesante información que puede servir para contrastar la anterior de El Confidencial, así como la versión de Ayora. Más abajo se pueden ver las capturas de pantalla de la información que adjunta.














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