De Cabezo del Cervunal a la Mer de Glace

 

L'Aiguille de Requin. Acuarela, junio 2022


El Chorrillo, 11 de mayo de 2023

A esta hora de la tarde debería haber estado instalando mi vivac en la cima de Cabezo del Cervunal, allá por encima del Nogal del Barranco, a la izquierda. En lugar de eso estoy aquí en casa, subiendo la Oeste del Dru con Rand y Cobot, dos americanos que han empezado a escalarla mientras terminaba con la merienda. En solitario, es el título de la novela de James Salter, uno de los autores predilectos de Susang Sontang y que leo avalado por el consejo de Jose Manuel, que ya es cosa para tener en cuenta.

 Hoy no me encuentro bien, esta mañana había empezado a hacer el macuto pero desayunando me sentí mal y tuve que desistir de subir a hacer ese vivac que tenía en mente desde hace tiempo. No sentirme bien es algo que me pasa desde hace días, un ligero mareo recorre mi cuerpo en algunos momentos. Cuando no te sientes bien eres una mierda pinchada en un palo.

Estaba así leyendo cuando de repente me acordé de ese monte que aparece inconfundible con su lomo perfectamente redondeado como una gran teta, cuando tus ojos, allá por el Morezón o el puerto de Candeleda bajan de la Mira hacia el sur. Desde el Morezón he visto esconderse el sol por allí durante un par de inviernos y no hay monte que haya quedado bailando en mi retina un atardecer del que luego no haya querido tomar posesión, posesión de amante que yacer quiere las horas de la noche junto a la amada.

El símil me gusta, tiene mucho de real ese yacer entre los brazos de la montaña las horas enteras de la noche, de hecho no es raro que me suceda despertarme en mi vivac de piedra a altas horas de la madrugada y me vea aquejado por la urgencia de alguna sugerencia de la imaginación que me invita al acto solitario del amor. Nunca mejor aquellos versos de Juan de la Cruz de La noche oscura del alma vinieron a ceñir con el céfiro de su candor el cuerpo y el alma del solitario montañero amante de las cumbres. Solo o acompañado, la soledad, el silencio, el magnífico firmamento nocturno impregnándolo todo es el escenario perfecto para un acto de amor.

Hace semanas que falto a mi cita con las cumbres y esta tarde las echo de menos. Echo de menos ese final del día, el caminar pausado, el sol virando hacia el horizonte, las cumbres empezando a cubrirse con la calidez del atardecer. Llegar a la cima con el sol a punto de esconderse, hacer alguna fotografía, buscar un abrigo contra el viento, instalar el vivac y quedar allí detenido como en medio de un pálpito esperando ver aparecer las primeras estrellas.

El mundo se ve de distinta manera cundo uno no se encuentra bien. Algo ha traspasado la normalidad en la que transcurren los días, ha perturbado esa calma y ahora debo levantar barricadas contra el desánimo que me deja aquí con el libro pesadamente en las manos y a través del cual intento abrirme paso a otro panorama. Un pequeño esfuerzo y apenas sin darme cuenta abandono a la cordada sobre la pared del Dru y ya estoy yo allí el pasado verano contemplando la oscura mole de esta montaña desde mi vivac al otro lado de la Mer de Glace, apenas media hora bajo Montenvers. Era mi primer vivac del pasado verano. Poco antes había estado fotografiando l'Aiguille de Requin que emergía entre la niebla sobre la Mer de Glace con su hermosa y desafiante belleza, y ahora había sacado mis acuarelas y pasaba el rato pintando aquella inesperada aparición que me costaba pensar había escalado en una lejana ocasión.

Vivaquear frente al Dru es vivaquear frente a un libro de historia, es hacer compañía a Bonatti en su primera solitaria, es recordar a Carlos Soria y Antonio Riaño, es reconocer a José Manuel y su compañero en la Directa Americana, es seguir a Catherine Destivell en el curso solitario de una ascensión insólita. Y todo ello mientras el fragor del deshielo de la Mer de Glace llena el ambiente con su ininterrumpido bramido.

Los ruidos, la música que sale de las entrañas de la Naturaleza son en ocasiones de una dimensión tan colosal que aturde escucharlos durante horas. Dormir junto al terminal del glaciar Aletsch o la Mer de Glace es como dormir junto a la hecatombe de un mundo que se desploma. Las tormentas, las salvajes aguas de estos ríos que nacen entre los hielos dejan en el ánimo profundas sensaciones difíciles de expresar.

Dejar correr la memoria por las montañas de una vida, también ello el título de un libro de Bonatti, fue en esta tarde un pequeño ejercicio frente a la indolencia y el malestar. A falta de pan buenas son tortas, así está noche, cuando me vaya a la cama, intentaré visualizar ese otro escenario desde el Cabezo del Cervunal, por oriente la crestería del Almanzor, Ballesteros y La Galana; al norte la Mira; un poco más a la derecha "Los Galayos... jardín granítico de potentes tallos y delicadas flores", como lo llamara Gerardo Blázquez.

Cabezo del Cervunal desde el puerto de Candeleda

 

 

 

 

 

 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

A quien vas a votar en Serranillos

Alberto de la Madrid dijo...

Buena pregunta (y difícil), pero seguro que ni a los analfabetos del pádel ni a sus palmeros, señor anónimo...:-)