Solazo en Pedriza. Un parto en el autobús

 


El Chorrillo, 30 de mayo de 2024

Hoy me encontré con una cosa bonita en el periódico. Había comenzado a caminar en antes del alba y después de siete horas de marcha había regresado a Canto Cochino cansadísimo; probablemente por ese calor que se nos ha echado encima de repente. Así que comí y me fui derecho a la cabaña a dejar a mi cuerpo tendido sobre la cama para recompensarle por tanta fatiga. Y así, tendido en la semioscuridad, todas las persianas echadas, lo dejé vagar en porretas, que es la condición habitual durante todo el día cuando los calores vienen a instalarse sobre esta parte de Madrid. Y mientras él hacía lo propio, es decir, descansar despanzurrado sobre la cama, yo me dediqué a echar un vistazo al periódico; quiero decir a la parte del periódico donde no pudiera encontrarme, faltaría más, con la gentuza de la derecha o extrema derecha, que ya he dicho que ni en pintura los quiero ver; ni sus caras ni lo que dicen. Y mira por donde pues que me tropecé con la noticia más bonita del día. El escenario, un autobús urbano de Valencia. La gente que va a currar, el bus bastante llenecito, que hace una parada aquí y otra allá y que de repente una mujer siente que el bebé que está esperando se le está precipitando útero abajo y que no puede esperar. Y el conductor del autobús, autobús lleno hasta la bandera, de repente da un acelerón, comunica a los pasajeros que quedan canceladas todas las paradas y se sale de la línea, empieza a tocar el claxon en plan ambulancia, acelera, se salta semáforos en ámbar, el tráfico a sus lados se detiene para darle paso, el claxon sigue sonando como si fuera a apagar un fuego y mientras tanto los pasajeros hacen corro, los más valientes rodean a la parturienta, el padre, que será padre de inmediato, pone a su esposa en posición, alguna pasajera con experiencia de parturienta se pone de rodillas entre las piernas de la futura mamá y de golpe se encuentra con la cabeza de un nuevo bebé entre las manos. Otra mujer aparta el cordón umbilical para ayudar a la expulsión del bebé, toma al niño por los pies y de repente se oye el berrido de este nuevo sapiens venido al planeta, momento en que los pasajeros alborozados dan vivas al aire como bienvenida al nuevo nacido. El conductor que está al tráfico y a lo que sucede en el autobús, lanza su hurra también mientras precipitadamente pisa el freno. Han llegado al hospital y el personal de urgencias, avisado, espera a la puerta del autobús y se hace cargo de la parturienta. El padre, pese a la agitación del momento, no se olvida de dar efusivamente las gracias al conductor y a los pasajeros. Y fin del cuento. Los padres y el nene quedan en el hospital y el autobús retorna a la ruta que había abandonado momentos antes.

¿A que es bonito el cuento?

Con esto di por leído el periódico. Atrás quedaba la aprobación de la ley de la amnistía; los éxitos de esa nueva diva que ocupa la portada de los periódicos, Taylor Swift o la posible orden de arresto internacional contra Netanyahu.

Ahora era tiempo también de reposo para mí, así que dolce far niente, contemplar a mi colega el cuerpo que, instalado como estaba más parecía estar esperando a alguna amante que otra cosa. Y es que el verano y el calor tiene también sus compensaciones, de parecida manera a como las tiene el invierno con el frío y las largas noches frente al fuego de la chimenea. El verano en casa, por aquello  de que la ropa sobra, deja tanto a la imaginación como a la piel a merced de los caprichos eróticos, lo cual puede traer ratos tanto o más agradables que aquellos que proporciona la contemplación del fuego en  las noches de invierno, aquí con el añadido de que pueden entrar en juego algunos sentidos más que la vista y la sensación de calor.

Ya se sabe que estas cosas, pese a nuestro avanzado estado de civilización, siguen siendo tabú, pero bueno, de puertas pa fuera, que no imagino yo tanto tiquismiquis cuando la libido asoma por las circunvoluciones del cerebro, una situación más fácil de alcanzar cuando uno se tumba o pasea por casa como Dios lo trajo al mundo. El otro día pillé un video, de esos que te aparecen inesperadamente en las redes, de una terapeuta sexual que hablaba con tantísimo entusiasmo de esta clase de fiestas personales, o acompañaos, que casi me dan ganas de poner aquí el link. Pero no, allá se las componga mejor cada cual con su cuerpo.

Después eché un breve sueñecito hasta la hora de la merienda, pero no sin antes disculparme con Juan Talavera por guasap, al que habíamos prometido que asistiríamos al mensual encuentro de comida de bocata de calamares de socios del club de montaña Galayos. Después del trote de esta mañana en Pedriza mi cuerpo seguro que se habría enfadado conmigo si le hago atravesar otra solanera camino de Madrid. Y tras el sueñecito ya me sentí bien.

Yo había proyectado salir ayer a vivaquear por Bailanderos, pero estaba con el ánimo un poco bajo y una pereza encima tal, me engañé diciendo que hacía mucho calor, que al final decidí que no, que me quedaba en casa. Sin embargo, a la tarde me pareció que eso, que me estaba engañando a mí mismo y, sacando fuerzas de flaqueza, cuando me fui a la cama puse el despertador a las cinco de la mañana. Así que a las seis y media ya estaba en Canto Cochino dispuesto a curarme esa pereza que se me había metido en el cuerpo. Además, que hay que ser coherente, leñe, que días atrás que Julio Gosán que andaba un poco con el ánimo bajo y que después de tener el macuto hecho para marcharse a , eso me contaba, había decidido igualmente quedarse en casa; a lo que yo, para animarle para la próxima vez, argumenté que habría hecho mejor marchándose a , que seguro que así habría movilizado a sus endorfinas, que seguro le habrían restituido un ánimo y un humor más habitable. Así que sí, me apliqué a mí mismo el consejo que le había dado a Julio y la cosa resultó, sólo que tendría que haberme levantado a las dos o las tres de la mañana para evitar ese exceso de calor.

Contento pues del día, pese a perderme el bocata de calamares. Una trotada hasta el collado Ventana, con forro y pantalones largos al amanecer, y después el consabido andar a las búsqueda de hitos y señales blancoamarillas para aterrizar trabajosamente en el collado de cumplida.



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